El ensayo de la vida

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Cuando menos lo esperaron ya estaban dentro de la obra, y al decir dentro, es como ser parte del tinglado. “Esos espectadores que apenas alcanzaban los 100”, como lo dijo uno de los actores, se convirtieron dentro del experimental en un personaje más de la ficción del grupo que es representado por Mario Balandra, Soraya Barrasa, Rubén Cristiany, Regina Flores Ribot y Raúl Villegas.
Esos cinco actores, y se pueden calificar así por el hecho de haber roto el esquema típico de guión-presentación-personajes-público (en silencio), nunca fueron personajes desde el pasado viernes 6 de mayo y hasta el domingo 8. Solamente fueron ellos mismos. Presentaron proyecciones en cada escena de lo que a todos les pasa por la mente en la ficción de los pensamientos y terminaron por dar unas cuantas confesiones.
Ensayo sobre débiles, de Alberto Villarreal, se construye desde la aparición de los cinco actores en escena, un conjunto de acciones y diálogos, de manera libre, en donde a través de la búsqueda de un tema se dejan invadir por el estrés, hasta llegar a los enfrentamientos entre ellos, dejando entrar al público, para que, como si fuera un reallity show, decidan quién se queda y quién se va, por el simple hecho de haber pagado un boleto. Después de todo, según palabras de los actores, “ellos tienen el derecho de elegir qué o a quién quieren ver”.
Pocos minutos después de empezada la obra, apenas entre los primeros diálogos, se entrevió lo que el boletín de la entrada mostraba como una bota vieja. Uno de los actores calzaba unas botas usadas. Ese fue un punto de unión entre las reflexiones de todos. De las expresiones que más relucieron fue: “Todos deberíamos guardar nuestros zapatos viejos”. Creencia antigua o mito de costumbre y cariño, con el cual muchos se sintieron identificados. El actor se quitaría las botas y les retiraría las plantillas, que después utilizaría como arma para golpear a uno de los integrantes por sus declaraciones, para dar inicio al diálogo poético, filosófico, reflexivo, característico de un ensayo en que las metáforas no se harían esperar. “Dentro, mis pies viven ajenos al mundo… Nuestros pies viven, por eso van a dónde les pedimos”.
Entre diversas interrogantes fue avanzando la obra. Las primeras eran de gran impresión para el público, que después de haber hecho casi 30 minutos de fila antes de entrar, sus murmullos y charlas de pasillo se habían transformado en silencio, que se rompió cuando uno de los actores, sentado en su silla, al igual que todos, dijo: “Yo amo mi placa de metal que llevo en la cabeza. Gracias a ella he logrado traficar salchichas y embutidos en los aviones”. Al compás de las palabras del actor de más edad que estaba en el escenario, algunas sonrisas al unísono acompañaron su pena.
Cuando fue expulsada la primera actriz, uno de los integrantes la alcanzó y la tomó en sus brazos. La sacó por un costado del público, donde estaban las puertas de ingreso. Todos giraron la cabeza al contrario del escenario. La obra ya no era sólo allí arriba: había huido a la calle. La actriz salió gritando: “¡Pinches culeros, ojetes, cabrones. No me quiero salir, putos!”, expresiones que arrancaron risas de los espectadores. Cuando decidieron quiénes estaban nominados, los cinco actores pidieron al público, por el hecho de haber pagado un boleto y ser los únicos con derecho a elegir quién se iba, votar por la persona que saldría del acto. Los espectadores se miraron algunos entre sí. Cuando se lanzó la pregunta para elegir quién saldría, pasaron unos segundos antes de que alguien se animara a levantar la mano. Después de que el primero lo hizo, más de 20 votos ocasionaron que la actriz, por el hecho de haberle expresado el amor al viejo, se fuera del acto, con la firme condición de suicidarse. Al ver que era ella, trató de huir, sin lograrlo, ya que un poco de “locura” acompañaba a cada uno de los intérpretes de esa ficción, como ellos la llamaban, y la alcanzaron para sacarla del teatro. El público miraba asombrado, mientras ella lanzaba maldiciones de despedida.
Al final y después de destinar a uno de los actores a ser víctima de un fusilamiento de jitomates y otro que se tuvo que convertir en parte de los espectadores, los cinco integrantes regresaron a escena, se sentaron en sus sillas y empezaron a decir sus confesiones. Después algunos de los espectadores alzarían la voz para confesar, entre otras cosas, que a veces uno se siente en su vida como los actores, otro casi a gritos dijo: “Hoy le pedí matrimonio a mi novia”, para que al final uno de la fila delantera expresara: “Yo siento la necesidad de aplaudirles. Espero y me sigan”. En ese momento los espectadores cubrieron de aplausos la obra y los actores bajaron para agradecerles, dando las manos a sus espectadores, aquellos que esa noche se convirtieron en sus compañeros de escena.

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