El debate acerca de la reforma hacendaria del país y la fábula de los señores Díaz

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Era una pareja: dos padres de familia que mantenían y criaban a sus cuatro hijos. Sólo que, antes que ocuparse de éstos, daban –sobre todo– rienda suelta a sus afanes de socialité, cumplían una apretada y cargada vida social. Con excesos, con lujos, con dispendios en todo lo que a ellos y sus amistades parecía serles de mayor importancia que la crianza y cuidado de los pequeños.
Así fueron malgastando, además de energías y salud, sus ingresos derivados de sueldos, de honorarios, o bien producto de alquileres de algunos bienes inmuebles, intereses por inversiones financieras, etcétera.
Su tren de vida parecía siempre en ascenso. Cada vez eran mayores sus exigencias, y no pocas veces tuvieron que caer en deudas gravosas y humillantes. Tarjetas de crédito, amigos, entre otros, debían contribuir con semejante forma de vivir “a lo grande”.
Pero, con el tiempo, ¡oh fortuna!, los señores Díaz consiguieron que dos de los hijos, ahora mayorcitos y con algún ingreso cada uno, colaborasen al sostenimiento familiar. A éstos no les quedó sino colaborar con tales gastos. Al fin, se les dijo, será sólo algo temporal: se trata de algo especial.
Pero lo que supuestamente sería extraordinario, excepcional, se tornó con el tiempo, en sistemático. Además de entregar parte de su salario, a los hijos se les solicitaba asumir ciertos gastos “menores”. Más aún, sucedió que por contingencias de salud, de ciertas deudas, se les forzó a continuar con esas “colaboraciones” o ayudas.
Llegó el momento en que ante el agotamiento de los pretextos, ante las naturales resistencias de esos hijos mayores, se les achacó –para colmo– el compromiso de contribuir ahora con los estudios, vestuario y útiles escolares de los dos hermanos menores, para que éstos lograsen superarse y ser gente de provecho, como ellos lo eran. Sin embargo y pese a todo, lo peor fue que lo esencial de los gastos de la pareja siguió siendo canalizado a sus excesos y despilfarros de siempre.
Fin de esta pequeña fábula de los señores Díaz.
No le será difícil reconocer, al amable lector, el símil entre esta historia y lo que observamos en estas semanas acerca de las necesidades de orden fiscal que el ejecutivo esgrime para incrementar los impuestos de todo tipo en estos momentos en que lo último que debería hacerse es crear y/o incrementarlos. Escenario en el que no han fallado a la cita los demás miembros de la clase política y los medios y ciudadanía en general, todos éstos, actores también de la historia que nos ocupa.
Lo peor no está en esa exigencia de mayores impuestos. No. Hace falta claridad en los proyectos de corto y largo plazos, hace falta transparencia y congruencia en lo que la clase política argumenta en sus alegatos recíprocos con los que se atacan entre ellos.
“A nadie, es cierto, le gusta pagar impuestos, pero pesa más hacerlo cuando no se sabe en qué y cómo van a gastarse. Tapar así el boquete de 300 mil millones de pesos, de pronto, es un sinsentido. Y lo es porque, como el gobierno carece de proyecto y equipo, la recaudación termina siendo el caldo del gasto no ejercido que, para no perderlo, se despilfarra nomás para que no baje su monto el próximo año.
“Ahí está como monumento al derroche, la barda perimetral derruida y reconstruida en el IFE, junto con los baños de la institución. Ni lo uno ni lo otro se requerían, pero como el recurso ahí estaba, había que derrocharlo en algo. (René Delgado, en su columna del sábado 24 de octubre titulada Hervor de sangre, en el diario Reforma).
Es indudable que todo Estado nacional debe asumir sus compromisos de legitimidad, de garante del orden social, de garantizar la acumulación capitalista en una economía de mercado, etcétera; debe ejercer un gasto público destinado a diferentes y variados fines que la ley y la propia sociedad civil le reclaman: educación, salud, vivienda, alimentación, todas éstas para todos los habitantes.
El Estado mexicano (abarca niveles de gobierno federal, de las entidades federativas y municipales) y que engloba los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en cada instancia correspondiente.
Dicho de otro modo: la clase política mexicana (que comprende también en consecuencia a la generalidad de partidos políticos) requiere obtener suficientes y abundantes recursos por la vía de la imposición fiscal para hacer frente a las obligaciones maniatadas por la constitución política y demás ordenamientos y normativas vigentes. Pero requiere, también, ejercer de manera abierta y transparente, democrática y a la luz pública, un gasto público que considere la satisfacción, si no de todas, sí de las necesidades más apremiantes y acordadas de manera mayoritaria a través de los canales de los distintos poderes que han sido investidos mediante el ejercicio libre y abierto del voto de los ciudadanos.
Por ejemplo, en materia de recaudación fiscal, México se halla seriamente rezagado de los demás países latinoamericanos. De hecho, pese a ser una de las dos mayores potencias económicas y demográficas de la región, y que en ésta el promedio oscila en un 15 por ciento la carga fiscal como proporción del producto nacional, en nuestro país apenas se recauda un 9.4 por ciento desde hace 30 años. Es decir, que tendría que recaudar hasta un 50 por ciento más como proporción del PIB para, entonces, y solamente, alcanzar la media de los países latinoamericanos.
En dónde, entonces, están las deficiencias mayores. ¿En una pésima administración y cobranza de los tributos? ¿En tantas e inconfesables facilidades a las empresas de evadir legalmente a sus obligaciones fiscales (consolidación se le llama a ese régimen injusto y favorecedor de las más grandes empresas del país)? ¿Será, acaso, porque las finanzas públicas (y la cuenta corriente de la balanza de pagos del país) se hallan severamente petrolizadas desde hace unos 30 años? ¿Será porque la clase política del país se preocupa, sobre todo, por acaparar prerrogativas, recursos y facilidades sobre la población en general, el ciudadano de a pie? ¿O será porque adolece el país y su clase política dirigente de una conducción y liderazgo capaces de guiar e indicar la ruta a seguir en estos aciagos y cruciales momentos por los que pasa la nación?.

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