La autora de literatura infantil y juvenil ofreció una charla íntima y llena de humor, a lo largo de la cual dejó claro que a los jóvenes hay que hablarle de todo, pero tomando en cuenta la vulnerabilidad que atraviesa a las nuevas generaciones
En el escenario de Mil Jóvenes con…, dentro del programa de la Feria Internacional del Libro (FIL) Guadalajara, Maite Carranza no ofreció una conferencia tradicional: regaló algo parecido a un abrazo colectivo. Desde el primer instante, su presencia —cálida, divertida, profundamente honesta— transformó el auditorio en un espacio donde las verdades podían decirse sin miedo y la risa convivió con lo doloroso.
Carranza, una figura imprescindible de la literatura infantil y juvenil, llegó a la FIL de Guadalajara con la autoridad de más de cuarenta novelas traducidas a treinta lenguas y con premios como el Nacional de Literatura Juvenil, el Cervantes Chico y el Edebé. Pero lo que realmente conquistó al público no fueron sus galardones, sino la cercanía con la que habló: como quien se sienta a tu lado y te cuenta cómo entiende el mundo.
Recordó que su camino empezó entre dos pasiones que nunca ha separado: la antropología y la escritura. La primera le enseñó a mirar la diversidad humana; la segunda, a contarla con humor, imaginación y una mirada crítica profundamente empática.
“Escribir me salva —confesó entre risas— y además me ahorro el psiquiatra”.
La sala entera rió con ella, como si ese instante desmontara la distancia entre autora y lectores.
A lo largo de la charla, reiteró una idea que atraviesa toda su obra: «A los jóvenes hay que hablarles de todo, sin filtros ni condescendencia.”
La violencia, el acoso, la pobreza, la familia que duele, los silencios incómodos… todo puede ser contado, dijo, siempre y cuando se haga con sensibilidad y verdad. De ahí nacen libros como Palabras envenenadas, su thriller más comprometido, o La guerra de las brujas, saga que marcó a lectores en México y que combina fantasía con una reflexión antropológica y feminista sobre la figura de la bruja.
Una de las preguntas más conmovedoras surgió cuando una joven del público quiso saber cómo imaginaría hoy a un personaje adolescente. Carranza no necesitó pensarlo demasiado: “Lo haría vulnerable. Como siempre. Pero ahora más expuesto. Cuando el filtro se cae, te quedas desnudo. Ahí empieza el conflicto”.
La frase cayó en el auditorio con un silencio suavecito, porque era imposible no verse reflejado ahí: crecer sin armadura en un mundo que lo ve todo, lo comenta todo y lo exige todo.
Entre anécdotas personales —incluida la confesión humorística de que en la adolescencia a su hija “no la soportaba”— habló de esa etapa como un territorio hermoso y doloroso a la vez. Una cantera de conflictos, dijo, que alimenta la literatura porque es justo donde se forman las identidades, los miedos, los deseos y las primeras rebeldías.
“Los conflictos son gasolina para un escritor”, afirmó sonriendo.
Antes de despedirse, insistió en algo que parecía una invitación íntima: que los jóvenes pregunten, que no se guarden nada, que aprovechen la oportunidad de hablar con quienes escriben los libros que les acompañan.
“Mis lectores favoritos son ustedes —dijo con una ternura transparente—. Yo también fui joven. Y no se olvida”.
Cuando la charla terminó, el auditorio volvió al bullicio de la FIL, a los pasillos llenos y a la prisa de las siguientes actividades. Pero la sensación que dejó Maite Carranza fue diferente: como si, por un rato, todos hubiéramos encontrado un lugar seguro entre sus palabras.


