Aunque ya no camina por los pasillos del centro universitario, la luz de este maestro ilumina la ruta de quienes hoy toman un micrófono, diseñan una antena, resuelven un circuito o simplemente deciden creer un poco más en sí mismos
Los pasillos de CUCEI amanecieron más silenciosos aquel día. No era un silencio común: era un hueco, una pausa dolorosa, un eco que parecía venir desde la cabina de Radio CUCEI, ese lugar que por años se mantuvo lleno de vida, cables, risas, historias y la presencia inconfundible del profesor Eduardo Velázquez Mora. Para muchos, simplemente «El Cometas». Para otros, «El Inge», el maestro que siempre tenía una sonrisa lista y un comentario cálido para romper cualquier tensión.
La noticia se esparció como lo hacen las ondas de radio: sin pedir permiso y atravesando todo. De pronto, en grupos estudiantiles, en pasillos, en laboratorios, comenzaron a escucharse mensajes incrédulos, despedidas apresuradas, deseos de que aquello no fuera verdad. “Todavía no me lo puedo creer… el martes pasado lo vi, lo saludé”, escribió alguien que lo había encontrado alegre, con esa sonrisa que parecía nunca faltarle .
Y así comenzó a formarse una constelación: la de todos quienes decidieron encender una pequeña luz para despedirlo.
Hablar del Cometas es hablar de un hombre que no cabía en un solo cargo. Fue profesor de tiempo completo, director de Radio CUCEI, presidente del Concurso CanSat, impulsor del club de radioexperimentadores, colaborador en asociaciones tecnológicas, experto en electrónica, ingeniero con años de experiencia industrial y una figura clave en proyectos como UDG Space .
Pero reducirlo a cargos sería traicionar lo que realmente significó para su comunidad. Porque el Cometas era, ante todo, un cómplice de sueños.
Uno de los testimonios lo resume con una sencillez que duele: “Una de las personas más humildes de esta comunidad… quien impulsó uno de mis sueños: tener un podcast en Radio CUCEI FM. Sé que donde quiera que esté siempre lo voy a recordar”.
Ese era él: el maestro que escuchaba ideas improbables, proyectos sin presupuesto, sueños imposibles, y aun así decía: “A ver, vamos haciéndolo realidad”.
Quienes lo conocieron coinciden en algo: amaba la radio. No como quien gusta de un pasatiempo, sino como quien habita un segundo hogar. Quien diseñó la nueva cabina de Radio CUCEI lo narró así: “Cuando la terminamos de construir vi al hombre más feliz del mundo… no cabía de la emoción”.
En ese pequeño espacio—con paneles acústicos, micrófonos brillantes y ese olor peculiar de equipos electrónicos— El Cometas acompañó a generaciones enteras. Guiaba a estudiantes que hacían servicio social, enseñaba a quienes apenas aprendían a modular una señal, compartía anécdotas de concursos, transmisiones, fallas técnicas y descubrimientos aleatorios. A veces desviaba la clase porque la emoción le ganaba, y comenzaba a hablar del mundo de la radio, de misiones espaciales, de historias del CUCEI, o de herramientas como la IA que podían servirles a los alumnos .
Y siempre, siempre encontraba el modo de contagiar entusiasmo.
“Siempre lo encontrábamos en la escuela”, recuerda una alumna, “especialmente en Radio CUCEI. Nos presumía cómo era trabajar ahí y cómo asesoraba a los estudiantes”. Y agrega una línea que captura lo que muchos sentían: “Era una persona muy transparente, tranquila y muy buena gente”.
En los mensajes que circularon tras su partida se repite una palabra una y otra vez: humildad.,Otra: compromiso. Otra más: sonrisa.
Sus colegas lo recuerdan como un docente íntegro, recto, apasionado. Sus estudiantes, como alguien cercano, accesible, que no solo enseñaba comunicaciones, electrónica o radiofrecuencia: enseñaba calma, a confiar, a disfrutar la ciencia.
Uno de sus exalumnos lo describió así: “Siempre se esforzó por dar lo mejor a la universidad y a sus alumnos… Fue un excelente docente y, aún más, una persona admirable”.
Y quizá una de las frases más tiernas y sinceras es esta: “El profesor amaba su profesión, Radio CUCEI y a su hija. Constantemente hablaba de ella”.
Porque sí, entre proyectos, clases, transmisiones y concursos, algo quedaba claro: su mayor orgullo llevaba nombre y vivía fuera de la universidad.
Hay despedidas que duelen incluso cuando no debería doler tanto. Una alumna escribió que lo había visto apenas cinco días antes. Que no era su familiar, pero la noticia la golpeó muy fuerte, porque él había sido ese tipo de profesor que no se olvida: “Espero que el profesor se haya ido con la tranquilidad de que hizo un buen trabajo… lo recordaremos con cariño, respeto y admiración”.
Ahí está su verdadera obra. No en un título, no en un edificio, no en un proyecto. Sino en la memoria de quienes cruzaron su camino.
Otro de sus estudiantes lo resumió con un mensaje que parece venir desde el corazón de la comunidad entera: “Gran legado dejaste… cuántas vidas influenciaste positivamente. Misión cumplida”.
La incredulidad marcó las primeras horas: muchos buscaban que la noticia fuera falsa, que alguien la desmintiera. Pero conforme los mensajes se acumularon, algo cambió: un duelo compartido comenzó a tomar forma.
Una comunidad fragmentada por carreras, proyectos, laboratorios y especialidades se unió para recordarle.
Cada comentario era una especie de abrazo: desde quienes lo conocieron tres años en la secundaria mientras competían en concursos de electrónica, hasta quienes apenas lo habían saludado un par de veces en CUCEI .
Todos, absolutamente todos, coincidían en algo:
El Cometas hizo que las cosas sucedieran.
Impulsó talentos.
Acompañó sueños.
Sembró futuro.
Quizá el mejor homenaje que se le puede hacer no es un evento, ni una placa, ni un artículo —aunque cada uno tiene su valor.
Quizá el mejor homenaje es que, de ahora en adelante, cada que alguien entre a la cabina y se siente frente al micrófono, lo haga con la misma entrega con la que él vivió la radio.
Que cada estudiante que participe en CanSat recuerde que hubo un maestro que creyó en ellos antes de que lo creyeran posible.
Que cada transmisión lleve un poquito de su energía, su humildad y esa sonrisa con la que agradecía incluso lo más sencillo.
Porque aunque su presencia ya no esté, su voz sigue orbitando en CUCEI. En los proyectos, en los cables, en los sueños que dejó en marcha, y en los corazones de quienes tuvieron la fortuna de coincidir con él.
Los maestros como él no se van. No del todo.
Se quedan en las historias que nos contamos, en las anécdotas que repetimos, en esa frase de “yo también lo conocí”, en las risas que provocan sus recuerdos.
El Cometas ya no camina por los pasillos del centro universitario, pero su luz sigue iluminando la ruta de quienes hoy toman un micrófono, diseñan una antena, resuelven un circuito o simplemente deciden creer un poco más en sí mismos.
Y mientras su comunidad lo siga recordando con tanto cariño, el Cometas jamás dejará de orbitar.
Este contenido es resultado del Programa Corresponsal Gaceta UdeG que tiene como objetivo potenciar la cobertura de las actividades de la Red Universitaria, con la participación del alumnado de esta Casa de Estudio como principal promotor de La gaceta de la Universidad de Guadalajara.
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