Víctor Manuel Pazarín en este libro escribe, describe, un tiempo apenas ido. Sus palabras reedifican esas décadas que otras generaciones inmisericordes olvidan. Su técnica de trabajo no fue fácil. Como el escultor, quita lo que sobra y descubre la forma. Así, los textos de Pazarín, al describir, descubren el Zapotlán que se oculta por nuevos ritos o allegadas modas. Su trabajo nace de la mirada y del oído. Esas son las herramientas que se perciben. Quitando hasta las rémoras que obstruyen el camino para fluir; para aferrarse al ritmo que construye.
Texto sobre texto se armó Zapotlán vía Pazarín. Este trabajo es un esfuerzo donde el final no fue avizorado por el autor; su deceso fue la causa. Fueron otras manos quienes, al reunir, seleccionar, transcribir, ordenar, le dieron forma. Al ver la reunión sobresalió una característica: detener ese tiempo donde hubo visos de felicidad.
Hay que decirlo: Pazarín habitó en Zapotlán el Grande. Así consta en este libro al que se le debe perdonar el fervor. Un día platicó, y agrego yo, bañado en suerte, que subió a Las Peñas en un día claro, el nevado en el esplendor de su blancura y Zapotlán hundido en un silencio parroquial: la mirada y el oído, su siempre compañía.
Zapotlán tiene otros dos libros en el ámbito de la literatura que lo describen con intenso amor: Zapotlán de Guillermo Jiménez y La feria de Juan José Arreola.
Este libro de Víctor Manuel está hecho con artículos periodísticos. Es, como sostiene Milton Iván Peralta, el compilador y director del periódico El Volcán: “…la primigenia de sus gustos”.
Para los que conocimos al Zapotlán, la josefina ciudad de aquellos tiempos, les espera con este libro un concierto, valga el decir, a dos manos: lo que el autor dice y lo que el lector agrega con los recuerdos.
Zapotlán vía Pazarín recoge el texto “Cuatro visones sobre Arreola”. Es un buen resumen de toda la admiración y conocimientos acumulados por años de buena lectura, por parte de Pazarín, a la obra arreolina; y conversaciones con sus alumnos, que posteriormente fueron excelentes escritores, egresados del Taller Mester en la Ciudad de México.
Les participo un recuerdo. Yo acompañé a Pazarín a realizar la primera entrevista de lo que posteriormente fue el libro Arreola un taller continuo. Era noviembre de 1989. Vicente Leñero vino a la SOGEM de Guadalajara para impartir un curso de cuento. Hablé con la directora del plantel, la escritora Marta Cerda para pedirle un espacio de tiempo y entrevistar a Leñero. Amable, cordial, por decir lo menos, la escritora me dijo: “Cuenta con eso. Vicente es muy accesible”. Al término de la clase, ocho de la noche, lo abordamos. El terror me llegó cuando Leñero se dirigió a mi persona y dijo: “Listo. A media cuadra está un cafecito”. En el camino le informé que quien haría la entrevista era Pazarín. Llegamos al cafecito. Pazarín de su morral empezó a extraer un mundo de objetos: la grabadora, varios casetes, un cuaderno de notas, una lapicera, un lápiz, un sacapuntas… Yo en tanto le hice unas cuantas preguntas para El Occidental. Me preguntó en voz baja:
—¿Dónde venden esos morrales?
—En las Fiestas de Octubre.
—Muy buenos.
Vicente se sorprendió cuando Pazarín inició la entrevista. No sólo demostró que había leído la obra, sino que conocía anécdotas de los talleristas. Cargaba más datos en la cabeza que cosas en el morral. Al término le dimos las gracias. Tiempo después llegaron noticias de la Ciudad de México. Leñero afirmó que en Guadalajara le hicieron “una extensa y excelente entrevista”. Valga el decir: Víctor Manuel Pazarín agarró (sí, con garras) confianza en su trabajo de periodista.
Me di cuenta de que Pazarín escribía para El Volcán porque necesitaba una fecha. Al menos el año en que el poeta Elías Nandino recibió un homenaje por parte de los alumnos del Tecnológico de Ciudad Guzmán. El doctor Nandino aprovechó ese homenaje para presentar otra edición de su libro Conversación con el mar. Ahí estuvo Pazarín. Era el año de 1987.
La Editorial Cartonera Ateneo Tzapotlatena y su Consejo Editorial, encabezado por Carlos Axel Flores Valdovinos, se lucen al editar este bello libro. Ilustra la portada la pintura Víctor Manuel Pazarín de Santos Torres. Este libro se suma a otros de la Colección Ilustres de Jalisco.
Para finalizar. En el libro Pazarín comenta su gusto por la música. Una obertura de su deleite era Poeta y campesino de Franz von Suppé. Él me contó, así, de cuento, que le subía todo el volumen al tocadiscos para que la obertura se escuchara hasta el nevado que estaba enfrente. Él vivía entonces con sus padres, en el barrio de El Gallito, casi en Las Peñas. Pazarín en esa época era un niño.