La isla del tesoro ha tenido la desgracia de ser calificada como libro juvenil. Será por su tema: de piratas con bandera negra, uno de ellos con pata de palo y perico al hombro. Lo cierto es que esa iconografía, difundida por la televisión principalmente, en sus rasgos esenciales se le debe a esta novela. Tanto adultos como jóvenes tienen mucho para encontrar en esta lectura. De entrada, la redacción: sólo describe la idea precisa, tan necesaria ahora en tiempos de las redes sociales.

La vida de Robert Louis Stevenson fue breve, sólo cuarenta y cuatro años. Nació en Edimburgo en 1850. Su familia era de constructores de faros y de toda la gama que los puertos necesitaran en ingeniería naval. La tradición familiar, seis generaciones de abolengo, lo hizo estudiar algún tiempo ingeniería, pero una enfermedad respiratoria lo obligó a retirarse. Luego estudió para abogado sin mayor lujo. Por ese tiempo, la tuberculosis se hizo presente.

Stevenson se casó con Fanny, una norteamericana diez años mayor que él. Ella divorciada con dos hijos y él enfermo, su matrimonio fue un tanto extraño; ella se convirtió en su enfermera y cuidadora hasta la exageración. Le prohibía el consumo del tabaco y el vino junto con “esas” amistades poco saludables. Stevenson escribió: “Una vez casado, a uno ya no le queda nada, ni siquiera el suicidio, sino ser bueno”, dice Javier Marías.

La isla del tesoro es su novela más conocida. Fue escrita como entretenimiento para Lloyd, su hijastro; otros sostienen que para su ahijado. Se dice que la familia participó con sus conocimientos de náutica. Se publicó en entregas en el semanario Young Folks. Pasó sin pena ni gloria. Fue como libro de treinta y cuatro capítulos que adquirió la fama. En él subyacen principios morales de la época. En la novela los buenos ganan. Los malos, aparte de feos, pierden; a excepción de Silver, que al final huye con una parte mínima del tesoro.

Se agradece en demasía a Stevenson el que no haya abusado de los términos marítimos. Eso hace liviano el libro. Como no sucede en Moby Dick, por ejemplo.

Buscando mejorar su salud, más una oferta de quince mil dólares de aquellos tiempos que le hizo el periódico The Sun para una serie de reportajes, Stevenson hizo un viaje por los mares del sur. Inició por Hawai, luego las Gilbert y finalmente Samoa, la isla más cercana a Australia. Ahí lo encontró la muerte en forma de ataque de apoplejía. Corría el año de 1894. Los aborígenes lo nombraron desde su llegada Tusitala: el contador de historias. 

Entre los lectores de Stevenson se encuentra Jorge Luis Borges. En un prólogo escribió: “…es uno de los autores más escrupulosos, más inventivos y más apasionados de la literatura”. En 1982, Borges tradujo dos fábulas del escritor escocés junto con el poeta argentino Roberto Alifano. Ellas son “El barco que se hunde” y “Fe, media fe y ninguna fe”. Fueron publicadas en la revista Vuelta 76 (marzo de 1983). Otro de sus lectores, Marcel Shwob, escribió en un ensayo: “Recuerdo claramente la suerte de sobresalto de la imaginación que me produjo el primer libro de Stevenson que leía. Era La isla del tesoro”.

Otras novelas de Stevenson son Markheim (1885) y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886). Breves e intensas son sus características. La primera es la lucha entre el bien y el mal; la segunda, utilizando la doble personalidad, muestra el horror a la maldad.

Volver a La isla del tesoro (1883) confirma, a manera de ejemplo, el proverbio chino: “Leer un libro por primera vez es hacer un nuevo amigo; leerlo por segunda vez es encontrar a un viejo amigo”. Otras voces más exigentes sostienen que no existe una relectura, siempre es una lectura nueva porque se encuentran otros sucesos. La razón: día con día el lector es otro; las nuevas experiencias y conocimientos lo evolucionan.

Alfonso Reyes recuerda una bella costumbre de Stevenson: “…nunca salía de casa sin dos libros: uno para leer y otro para escribir”. En su breve vida acompañada por la enfermedad, este escocés de cepa siempre llevó adosada la vanidad de que lo creyeran descendiente de los vikingos.

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