Y Gutenberg hizo click

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Nunca antes en la historia había existido una preocupación tan fundada sobre el futuro del libro. Nunca había existido un mejor tiempo: uno más esperanzador para la lectura.
Esta paradoja está presente en el desarrollo de la nueva generación de lectores. Por un lado, las autoridades encargadas de resguardar las reliquias del universo lector, los bibliotecarios, han cambiado su manera de pensar el fenómeno de la digitalización de libros: “Para mí Google no representa un problema, sino un desafío”, dijo el actual ministro de cultura de Francia, Frédí¨ric Mitterrand, al referirse al proyecto “Europeana”, del gigante de internet para digitalizar todas las bibliotecas públicas del viejo continente. ¿Eso terminaría con la primacía de la biblioteca como espacio de relación entre el hombre y esa extensión de su mente que es el libro?
Roger Chartier, historiador y experto en la cultura del libro, responde: “No lo sé. Y los historiadores son los peores profetas del futuro. Lo único que pueden hacer es recordar que en la historia de larga duración de la cultura escrita, cada mutación (la aparición del códex, la invención de la imprenta, las revoluciones de la lectura) produjo una coexistencia original entre los antiguos objetos y gestos y las nuevas técnicas y prácticas. Es precisamente una semejante reorganización de la cultura escrita que la revolución digital nos obliga a buscar”.
Chartier participó en el Congreso internacional del libro, que celebró los 70 años de existencia del Fondo de Cultura Económica, el buque insignia de la edición en México. Pero también aquellos involucrados directamente con la realidad del libro han levantado su voz para hablar de los cambios que el esfuerzo de Google ha empujado en la existencia de este soporte para las ideas. Personas como Carmen Balcells, una reconocida agente literaria española, dice categórica: “El libro nunca morirá (…) El mundo del desarrollo tecnológico es fascinante, llegará a las aldeas, hará más lectores, y todo el mundo saldrá beneficiado”. Una respuesta que procede, según nos explica el narrador y crítico cultural Naief Yehya, de la propia “ideología de la tecnología de la información” de carácter tecnocrático.
Cada medio crea su usuario y una vez realizado este proceso, es quien llena de significado al medio. “Esta ideología se refleja en la creación de bibliotecas públicas, en la educación gratuita provista por el Estado, en tarifas postales reducidas para libros, en la divulgación gubernamental de la información, en las leyes de protección de los derechos de autor y en otras políticas destinadas a promover el acceso a los libros y la literatura”, explica Yehya en su artículo “Arte y tecnología: neutralidad, interacción y dilema del consumo” (Luvina, número 56).
De esta manera la lectura se presenta como un fenómeno íntimamente ligado a la mediación del desarrollo de la tecnología que lo hace posible. Así como el códex hizo posible la lectura unitaria de un escrito y facilitó la creación de enciclopedias e índices, la lectura en e-books, por igual las pantallas facilitarán un nuevo tipo de lecturas.
La música puede acompañar a las palabras. Rayuela, de Julio Cortázar, fue una atenta invitación al jazz de las primeras épocas, y Nick Cave acaba de publicar una novela (La muerte de Bunny Munro) que estará acompañada de un soundtrack para su venta mediante i-Tunes y en su versión para el e-book Kindle, de Amazon.
“La lectura electrónica privilegia la inmediatez sobre la profundidad. El tiempo promedio de visita a un blog ronda el minuto. Se busca gratificación instantánea y, si no se obtiene, se salta a otra cosa. En el ciberespacio hay más lectores, pero menos lectura, por lo menos como la conocemos tradicionalmente”. Recuerda el escritor Gonzalo Soltero en “Hipertexto. ¿El futuro de la lectura?” (La Tempestad, número 67).
Soltero advierte, además, que el hipertexto, que conoció su edad dorada a inicios de los noventa en Estados Unidos, es una muestra, más que de un cambio en el paradigma del pensamiento, de una revolución en la forma de la lectura. “La literatura en papel refleja el flujo de la conciencia humana con apego a la idea del devenir desde Heráclito. Cada línea es el cauce de un río y su significado las aguas en donde nadie podrá bañarse dos veces, pues el tiempo crea lectores distintos en la misma persona. El hipertexto señala que este fluir deja de parecerse al de un río para semejar algo más. ¿Qué? El vuelo de una mosca en una dulcería, tal vez”.
Google, el villano señalado de la historia, el enemigo del soporte libro, anuncia un acuerdo con la empresa On demand books, que permitirá imprimir a medida y en tiendas de todo el mundo, los dos millones de libros que el gigante de internet ha escaneado a lo largo de los últimos cinco años. Así estarían a disposición de cualquier ciudadano copias de Moby Dick en cuatro minutos y por menos de cien pesos (unos ocho dólares sería el precio sugerido). Las ganancias, anuncia Google, irían a parar a causas benéficas. Un movimiento sugerido por la presión que representan para la compañía las más de cuatrocientas demandas en contra por un acuerdo editorial en Estados Unidos, que ha de resolverse este 7 de octubre. Fecha clave para el futuro de la lectura, y del libro.

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