Viviana Martínez

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El último par de años, Viviana Martínez ha vivido en tres ausencias: la ausencia de Toluca, donde estudió una maestría en artes visuales; la ausencia de la Ciudad de México, donde tiene su base, y la ausencia de Guadalajara, donde están sus raíces. Es cosa de familia: su abuelo estaba siempre ausente, por su trabajo como agrónomo en el medio rural, pero nada como la ausencia definitiva, el tránsito de la muerte. Por eso ahora, aunque falte para noviembre, el ex convento del Carmen alberga hasta el 30 de septiembre la exposición a El ausente, una conmovedora mezcla de instalación, dibujo, escultura, fotografía, memoria objetual y altar de muertos.

Altar
Obviamente es una cuestión afectiva. Cuando mi abuelo murió el año pasado, yo estaba acá y no pude vivir todos los procesos de duelo con mi familia. Lo he visto desde lejos. Me faltaba cumplir el ritual. Por eso el altar, aunque no sea noviembre. Aunque no lo haya adornado con flores frescas, porque se pudren, y en lugar de tortillas o café haya puesto granos. No me interesaba la putrefacción y el deterioro de los materiales, sino el símbolo y su resignificación. La narración de su vida y su muerte. Podrían haber sido muchas las versiones de él, pero la exposición es la mía, desde mis ojos de nieta.

Tierra
Mi abuelo era agrónomo. Por eso la cruz es de tierra de su terreno, y los dibujos y las fotografías están vinculados con el trabajo de la tierra: conmigo de niña regando la parcela, mi abuelo en su silla echando semilla… Hacía de todo con sus manos: el librero de la exposición lo hizo él mismo también. Creo que aunque es una historia personal, también se puede leer en todos esos objetos e imágenes la historia de México. Podría ser el abuelo de cualquiera. Podría ser la foto de la boda de cualquier pareja hace medio siglo. Podría ser la familia de cualquiera. Yo creo que por eso, según me dicen, tantas personas se conmueven profundamente con la exposición. Y me da gusto, porque los sentimientos también forman parte del arte.

Memoria
El Ex Convento del Carmen es un lugar más dedicado a la pintura, así que en realidad es extraño que una exposición como esta se encuentre ahí. A mí me encanta, porque es un lugar muy transitado por un público muy amplio, céntrico, popular. Pero por eso lo primero que me dijeron fue: “no vayas a hacer algo demasiado conceptual”: ya me conocen. Agradezco que de todas maneras me hayan dejado hacer lo que quería, una práctica mucho más reciente, que se basa en el registro, en la memoria. Que trabaja con documentos y propone una estética del archivo. Esa es la forma, pero para mí hay más que eso en esta exposición. Creo que es bastante comprensible para quien la visita.

Conejos
Al final de su vida, mi abuelo se dedicó a cultivar conejos. La escultura está cubierta de pieles que él mismo desolló y curtió. Por eso quizás es la pieza menos reconocible. El día de la inauguración de la exposición, unas niñas preguntaban quién era el de la estatua. Cuando les dijeron que era el muerto, me preguntaron por qué no estaba llorando. No estoy segura de que sea del todo cierto, pero pensé que no tenía porqué llorar, después de un ritual tan largo.

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