Versos con pasaje

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Dos adolescentes dejan la mochila en el piso y van sacando un objeto tras otro de unas colorida bolsas de papel. Se los muestran el uno al otro con aspavientos y emoción crecientes, gritan un poco, los tienen todos en las manos, los revuelven, los contabilizan y los van poniendo de nuevo en la bolsa: un brochecito con las banderas de Alemania y México cruzadas, una postal de Berlín, unos folletos de promoción de la cultura teutona y un panfletillo que parece un cómic o un mini diccionario ilustrado. La gente los pasa rozando para arremolinarse alrededor de uno de los árboles blancos que se alzaban sobre los módulos del pabellón de Alemania en la FIL: unos esqueletos de triplay pintado que daban un poco de risa y decepción el primer día, pero que con el tiempo se fueron llenando de hojas de colores plegadas para parecer un libro pero al mismo tiempo un fruto de poesía improvisada por los visitantes que querían uno de los mentados brochecitos. Pero sólo el brochecito, las otras fruslerías estaban reservadas para los pasajeros de “Poesía en tránsito”.
Exactamente una semana antes de comenzar la Feria, 27 mil postales empezaron a transitar la ciudad simultáneamente de mano en mano en las calles, los camiones, las escuelas, las fiestas… 120 voluntarios respondieron a la convocatoria de la revista Metrópolis y se cargaron de poesía —alguno incluso de altavoz— para pregonar el arte del tropo en forma de papelitos diseñados como un boleto de tren, camión, avión, metro, etcétera. El pasajero era el autor de los versos ahí consignados y la procedencia era variada (Alemania, Argentina, Colombia, España, distintas partes de México, entre otros), pero el destino era el mismo: Guadalajara.
Y Guadalajara los recibió de muchas maneras: había quien arrugaba el papelito al instante, quien lo dejó olvidado en cualquier sitio, quien lo guardó, quien los coleccionó por sus llamativos diseños, quien se lo pasó a alguien más, un par de franeleros se enajenaron de la chamba hasta que los perdí de vista, un mesero que me dijo que nomás por el regalito prometido iba a ir a FIL, los niños se acercaban para que les regalara la banderita que distinguía a los voluntarios de los volanteros publicitarios, y en menos de 10 minutos de caminata se me acabó la munición.
Ya en el territorio alfombrado de la Expo, el martes 29 de noviembre, la poeta alemana Uljana Wolf, el pintor mexicano Carlos Maldonado y la cabeza de Metrópolis, Carlos Vicente Castro se encontraron para hacer un recuento de las acciones difusas que han construido el proyecto, para dar un testimonio también efímero entre la mar de voces y eventos. Pero así como en el arte contemporáneo el registro, el rastro, la evidencia terminan por ocupar el sitio de la obra, los lazos que se han tendido entre los poetas de aquí y allá no van a quedar sólo en los encuentros de muchos modos entre nombres como Tom Schulz, íngel Ortuño, Timo Berger, Jinn Pony, Fanny Enrigue, Swantje Lichtenstein, o Bas Bí¶ttcher y Dalibor Markovic, y sus particulares mundos líricos.
También va a quedar la huella en un mapa donde cada pasajero indica con un punto dónde le regalaron el boleto, en el registro de su testimonio como pasajero y en las nuevas traducciones y colaboraciones publicadas, como los números especiales de las revistas Reverso y Luvina, ésta última monumental como jamás lo había sido. Y si rastreamos en el pasado reciente, también en la antología Luces intermitentes. Nueve poetas reciente de Alemania (Ed. UdeG, 2009)
El plato fuerte del evento en plena FIL, sin embargo, fue la recitación dramatizada. La gente que pasaba se detenía a oír a las actrices que leyeron los poemas con un “efecto degenerativo, reductivo y simultáneo. Es decir, una acción poética que representaba la dispersión de la poesía hacia los oyentes o escuchas­”, en palabras de Castro.
Y es que no sólo este proyecto fue una de las luces más brillantes en un programa literario alemán que apostó fuerte por la poesía: Textbox fue otro de los puntos del pabellón que hacía detenerse a pequeñas multitudes para las que no eran suficientes el par de decenas de audífonos que dejaban oír el flujo de poesía recitada de un hombre puesto como en una vitrina, cuyas palabras aparecían a su espalda en dos pantallas y que en ocasiones parecía más bien cantar, cuando no era su boca llena de ritmos y golpes y sonidos ásperos simultáneos lo que transformaba la típica idea de poesía en algo más amplio y bello y vivo.

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