Urgencia de ensayo

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En el número más reciente de Luvina, la declaración de intenciones no está en la editorial, sino en el primer ensayo, que reúne y cobija a todos que le siguen: “Contraensayo”. Ahí, Vivian Abenshushan informa apenas en los últimos párrafos su condición de editora invitada, invitadora a su vez de una curiosa selección de ensayistas en activo que ejemplificaran de algún modo su concepción, su recuperación de la forma literaria del ensayo: “No es un género […] sino escritura nómada, que viaja, que explora, es decir que no se ha instalado en formas sedentarias que están ya vacías, petrificadas y que no dialogan más con este mundo”.
Incluso más que las cuestiones formales de estos textos “anfibios, inasibles, movedizos” y a menudo confundidos con sus parientes utilitarios, como el artículo, el ‘trabajo’ académico y el reportaje, la preocupación principal de Abenshushan es la urgencia del ensayo como una “excursión peligrosa hacia uno mismo, una pregunta extensiva, donde cabe todo mundo” y donde cabe sobre todo el espíritu de “hackeo”, en la expresión de Ander Morson en su sitio web y traducido recientemente por la revista Hermano Cerdo, o la inconformidad contra “la era del té” exhortada por Jordi Soler hace unas semanas en El País.
Capitalinos todos –a excepción de Heriberto Yépez y Guillermo Espinosa Estrada–, los contraensayistas convocados abarcan casi la mitad del tomo 63 de esta revista, generalmente empeñada en descentralizar, ensanchar y colocarse en un panorama literario que haga de ésta una época distinta a la de Rulfo o Arreola, en la que no había otra opción que la Ciudad de México.

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