Una reforma cultural

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Las precampañas se han convertido en un catálogo de trampas. Aunque fueron creadas para fortalecer la democracia interna de los partidos y dar legitimidad de origen a sus candidatos, la clase política se aprovecha de los laxos criterios para sacar ventaja con propaganda disfrazada o proselitismo anticipado en las calles.

“Es imposible pensar que solamente militantes o simpatizantes de un partido sean los que van a poner atención u observar los espectaculares o trípticos que se reparten en las calles. Hay imposibilidad técnica de dividir a los militantes y a los que no lo son”, señala Andrés Valdez Zepeda, investigador del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas.

En la televisión, los ciudadanos tienen que resignarse desde ahora a la guerra de promocionales. El del Partido Revolucionario Institucional (PRI), promociona las reformas estructurales y presume que habrá internet más barato. Los del PAN y el PRD, cuestionan al tricolor y prometen terminar con la corrupción.

Las ciudades ya están tapizadas de espectaculares con rostros gigantes y una leyenda casi invisible que aclara que se trata de publicidad dirigida a simpatizantes de tal o cual partido. Y es evidente la presencia de brigadistas en los cruces de avenidas colocando calcomanías.

“He observado en la ciudad los espectaculares. Vienen los nombres grandotes, la foto grandota, y con letras chiquitas, que ni se alcanzan a ver ni a distinguir desde el automóvil, con la afirmación de que es publicidad para militantes. Nadie las alcanza a leer. Y ni los militantes ni simpatizantes le prestan atención, porque generalmente ya tienen una preferencia política formada y el impacto real viene en los ciudadanos que no tienen todavía una identidad político-partidista bien formada. Por eso es una simulación en la que se gastan recursos, espacios de radio y televisión, a través de los espacios oficiales, cuando en teoría, en su reglamentación, las precampañas están destinadas a fortalecer la democracia interna de sus partidos y a dotar de legitimidad a quienes son postulados a un cargo de elección popular.

Esa fue la filosofía de aquella reforma electoral que a partir de 2007 y principios de 2008 reglamentó las precampañas y fijó el marco normativo para su realización”, explica.

Rosario de triquiñuelas
Algunas de las argucias que suelen usar los partidos, es inscribir precandidatos con nulas posibilidades de triunfo, para justificar que el aspirante realmente fuerte haga precampaña. Otros de plano inscriben candidatos únicos y a pesar de ello hacen actos que podrían ser interpretados como proselitismo.

En Jalisco, el Código Electoral y de Participación Ciudadana dice, textual, que se permiten actos como “las reuniones públicas, las asambleas, marchas, y en general aquellos en que los precandidatos a una candidatura se dirigen a los afiliados, simpatizantes o al electorado en general, con el objetivo de obtener su respaldo para ser postulado como candidato a un cargo de elección popular”.

Esto abre la puerta a casi cualquier actividad, siempre y cuando no pidan el voto expresamente, aunque en realidad lo hagan de forma velada.

Andrés Valdez le apuesta a la educación cívica y que la gente esté consciente del poder del voto para castigar a quienes lucran y manipulan por ganar posiciones de poder político. Los legisladores deberían emprender modificaciones legales desde la raíz, y no seguir con “reformitas” que se quedan cortas y que luego tratan de arreglar con “parches”.

“El problema es que todas las reformas electorales van enfocadas sólo a modificar el marco normativo. Hemos olvidado un poco la reforma cultural, la reforma de los valores, dar importancia al voto. Si premiamos a los candidatos tramposos, a los que cometen triquiñuelas, estamos estimulando ese tipo de campañas. Al contrario, si utilizamos el voto para castigar a quienes infringen la ley, a quienes se exceden, a quienes buscan pretextos para no cumplir el ordenamiento, de cierta manera somos corresponsables. Más que una reforma electoral en México, lo que hace falta es una reforma cultural, es decir, de cultura política asociada a los valores propios de un sistema democrático”.

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