Una gigantesca arca de la imaginación

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Un pequeño observa con curiosidad una pared llena de títeres, mientras es cargado por una joven mujer. De cabello oscuro y vestido con overol, aparenta apenas unos tres años de edad, tiempo en que los niños suelen ser inquietos, además de bastante perspicaces frente a casi todo lo que se les cruce en el camino.

A pocos pasos de la mujer y el chico —quien no quita la mirada de las marionetas de Iron Man y de Beto, el gruñón compañero de Enrique en Plaza Sésamo—, desfilan cientos de pequeños uniformados que se dirigen al Pabellón 20 años de Papirolas, un espacio que conmemora el tiempo de vida de esta gran fiesta de la imaginación y del aprendizaje, y que muestra en uno de sus lados la leyenda: “Imagina un paseo en el que todo puede suceder… Entrar en una gran caja de cartón que guarda el mejor de los regalos”.

Así, como esta gigantesca arca de la imaginación, Papirolas es un universo divertido en el que no están peleados el conocimiento y el arte, las matemáticas y la literatura o la música y el disfrutar de un juego de rayuela. Los niños con globos que corren de arriba hacia abajo marcan el ritmo de los guías y los maestros que intentan mantener el orden a toda costa sin poder conseguirlo (después de todo las reprimendas son por su bien), algo que no es extraño, ya que los pequeños muestran sus acelerados ánimos sin reserva alguna.

Una especie de patio de juegos lleno de columpios amarillos, que asemejan unas largas lianas, se mezcla con las aves de papel que recorren los pasillos de Papirolas. A cada paso aparecen foros y talleres en donde los niños dialogan, gritan, se llenan las manos de colores, de barro y de plastilina, pero, sobre todo, aprenden de una manera entretenida, dejando de lado el tedio que en muchas ocasiones provoca el aula de estudios.

Podría decirse que Papirolas es un oasis para los pequeños estudiantes y para sus maestros, pero también para todos los chicos que son acompañados por sus padres, y que hacen de esta celebración un punto de encuentro para desahogar energías e inquietudes a través del aprendizaje.

Los testigos de esta feria son el marinero que cruza en zancos los pasillos arrastrando una enorme red llena de peces y estrellas de mar, al mismo tiempo que los murales llenos de pintas, en los que sobresalen distintos tipos de flores, un arcoíris y un enorme árbol que sonríe sin poder ocultar sus brackets.

Los más intrépidos visitan los talleres dedicados a la geometría, sin duda un desafío para los chicos, quienes también se lanzan al espacio dedicado a la creación de figuras en barro, un laboratorio en donde lo principal es conocer la importancia de las proporciones en la belleza de las piezas, según les explica la guía del grupo 119.

El mensaje “Un conejo en la luna y un cronopio en mi bolsillo”, representa la invitación al mundo de Julio Cortázar. Allí, los niños elaboran personajes de papel, y por unos instantes se colocan los ojos del escritor argentino, una máscara que parece indicarles que hay todo un universo por explorar en la literatura.

También están llenos el Teatro Galileo y el Foro Pitágoras, lugares que significan una audaz aproximación a las matemáticas y, especialmente, un recordatorio para perder el miedo terrible a las operaciones numéricas. De esta manera, Papirolas se transforma en cada uno de sus pasillos: todo es acción, todo es descubrimiento, todo es juego, todo es música. Lo que importa es dejarse llevar por el arte y la ciencia, siempre entretenidamente.

A la distancia, entre el aroma a palomitas de maíz y los incesantes gritos, el pequeño que miraba la pared muestra una sonrisa y lleva entre sus manos una marioneta.

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