Una foto en música

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Sergio Emilio Parra Aguilar, estudiante de piano de la Universidad de Guadalajara, durante toda la pasada Semana Santa estuvo en San Andrés Cohamiata (en wixárika Tateikie: “la tierra de nuestra madre”) comunidad huichol del municipio de Mezquitic, para asistir a las ceremonias espirituales que allí, en las cumbres de la Sierra Madre, se realizan en esta Judea: una mezcla, según comenta, de sagrado y pagano, influida por la colonización española pero también por las costumbres más antiguas de los huicholes de la zona Norte de Jalisco.

Durante cinco días Parra se internó en la comunidad para involucrarse en sus rituales, presenciar las ceremonias y investigar sobre su simbología. Con los elementos percibidos, compondrá una pieza para orquesta de cámara que intentará recrear, con instrumentos europeos, los elementos culturales y musicales de la celebración.

“A pesar de que el lado compositivo de esta cultura no ha sido explorado a profundidad, la música juega un papel muy importante en la cosmovisión wixárika. Ahí me di cuenta del contraste que existe en sus culturas, de una especie de dualidad, y que es esta cuestión de combinar lo religioso y lo secular. Eso es muy claro también en su música: cuando estuve en San Andrés, que es el centro ceremonial, vi algunas fiestas más bien de carácter social en la plaza pública, y me llamó la atención que estas comunidades son muy afines a la música popular mexicana, como la banda, esto es una cara de su cultura musical”.

La obra, aún en proceso, consta de ocho cuadros compositivos en los que se recrean las etapas de la Judea. Comenzará con una introducción de carácter narrativo del viaje realizado para adentrarse a la sierra; luego se desarrolla la danza del peyote; sigue la noche de fiesta en San Andrés que precede al ritual de Semana Santa; después viene la ceremonia del sueño de los santos; de aquí sigue el viacrucis, que será de creación sin referencias musicales, porque en este momento se instaura el silencio del luto; después viene la noche Beia, donde los chamanes cantan en adoración a la luna; el siguiente cuadro es un sacrificio de más de treinta animales frente a la capilla del pueblo para, con su sangre derramada, alimentar a los santos; y terminado esto, se retoman las fiestas del santo patrono, San Andrés, lo que da vida al último cuadro.

Pero esta no es una versión reproducida de manera fidedigna: “Al usar instrumentos europeos no estoy siendo del todo apegado a lo que es la originalidad de sus rituales, además como ese no es mi propósito, lo que yo hago es pasar por el filtro de mi percepción lo que vi, a manera de interpretación, una forma de fotografía llevada a cabo con la música”.

Esto representa un gran reto, dice, “constante; cada que me siento a escribir frente al piano, es algo que me tengo que replantear: de qué forma voy a utilizar los recursos técnicos que me brindan los instrumentos modernos, occidentales, de qué forma éstos me van a servir para transmitir todo lo que ocurre en la sierra, estas ceremonias que son tan antiguas que vienen de una cultura muy distinta. Me estoy acercando a los instrumentos tradicionales de mayor manera, aunque ya había surgido en mí esa inquietud, ahora se ha reafirmado, no es ya un interés sino una necesidad de técnicas extendidas.

Trabajo en ello todos los días, no he dado con la respuesta para canalizar todo; es lo emocionante, todo el tiempo estar explorando las posibilidades”.

Este ha sido un tema recurrente en su obra: el año pasado, en octubre, se estrenó una obra que compuso para un cuarteto de cuerdas que integra elementos purépechas. Su interés para las culturas mexicanas, lo llevó a la sierra norte: “Desde siempre me parecieron atractivas las comunidades wixaritari, no sólo porque sean culturas sumamente abocadas a lo artístico, sino por su cosmovisión, vi que eran elementos potenciales para escribir música y hacer algo novedoso”.

Para este proyecto, Parra Aguilar, recibió la beca del Programa de estímulo a la creación y al desarrollo artístico (PEDCA), del Conaculta, a través de la cual planea terminar e interpretar la obra con músicos de cámara: dos violines, viola, violonchelo, contrabajo, flauta, oboe, clarinete, fagot, corno francés y percusiones.

“Grandes propuestas sonoras pueden surgir de esta apropiación, no es una línea rígida para mi obra, procuro renovarme a mí mismo como compositor, aún estoy en la búsqueda de la voz propia, pero no quiero dejar pasar las referencias que nos influyen porque de ahí se definirá el resto de mi carrera. Es algo que me gustaría seguir desarrollando, pero también explorar otros elementos que aún no he abordado en mis piezas”.

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