Una discusión ociosa

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Julio Ramón Ribeyro habla del ocio en “La molicie”, uno de sus más característicos cuentos, donde lo describe como un monstruo invisible de largos brazos que envuelve a los hombres en los muelles sillones, las comidas fuertes y las melodías lánguidas. La narración refleja la ardua y vana lucha que emprenden el personaje principal y su compañero para no sucumbir a la pereza: “No corría un aliento de aire y el tiempo detenido husmeaba sórdidamente entre las cosas. En estos días, mi compañero y yo, comprendimos la vanidad de todos nuestros esfuerzos. De nada nos valían ya los libros, ni las pinturas, ni los silogismos, porque ellos a su vez estaban contaminados. Comprendimos que la molicie era como una enfermedad cósmica que atacaba hasta a los seres inorgánicos, que se infiltraba hasta en las entidades abstractas, dándoles una blanda apariencia de cosas vivas e inútiles”.

Desde la conceptualización de la Skholè en la antigua Grecia, que se entendía como un tiempo libre dedicado a  la contemplación y la instrucción, el ocio ha sido objeto de reflexiones a lo largo de los siglos, aumiendo diferentes acepciones, como la elevación de las clases sociales dedicadas al arte o a la ciencia en la Edad Media, pasando por el Renacimiento y el puritanismo inglés. Pero es con la Revolución industrial y la paulatina afirmación del capitalismo —con su ética del trabajo y el encasillamiento de las horas dedicadas al tiempo libre—, que se fue desarrollando un amplio debate sobre el ocio, con pensadores como Bertrand Russel y Paul Lafargue que escribieron elogios a la pereza.

Como muestra de que el debate y esta tradición de pensamiento sigue aún viva, en el Museo de Arte de Zapopan se reunirán en una mesa de diálogo dos ensayistas mexicanos, Vivian Abenshushan y Luigi Amara, acompañados de los académicos Bernardo García González, miembro del Instituto de Formación Filosófica Intercongregacional de México, y José Miguel Tomasena, para discutir acerca de la acepción actual del ocio, a partir de la definición que lo contrapone a la productividad.

Vivian Abenshushan, ensayista y narradora de la Ciudad de México, es autora de Escritos para desocupados (Sur+, 2013), un libro contestatario en su forma y contenido que se balancea entre la narración y el ensayo bajo el mensaje de un esténcil que reza: “Mate a su jefe: renuncie”.

A través del libro Abenshushan reflexiona sobre la explotación laboral citando a varios teóricos, y del desarrollo de su escritura como oficio subyugado por el neoliberalismo que la equipara a un oficinista.

Dice que no existe nada mejor para el ser humano que no hacer nada o hacerlo cuando nazca de un impulso humano y creativo sin presiones mercantiles o, en el caso de la escritura, editoriales.

Abenshushan dice: “¿Contra qué luchamos los ociosos? Contra la privatización del tiempo. ¿Qué sería lo contario del trabajo? La pasión por una actividad elegida libremente y no por razones exclusivamente alimentarias o asociadas al prestigio social. Una actividad desinteresada, electrizante y absorta, donde no existiera la conciencia del tiempo como sucede a menudo en el juego”.

Luigi Amara, también de la Ciudad de México y director de la editorial Tumbona, en uno de los ensayos publicados en El peatón Inmóvil (Arlequín, 2013), llamado “El desprestigio del ocio”, apunta: “Afanados como estamos, en ganarnos ‘el pan con el sudor de la frente’, casi hemos olvidado que el propósito de nuestras actividades puede apartarse algunas veces del interés económico; y a pesar de que profesemos lo contario, con tal de garantizar que estamos abultando nuestros bolsillos o contribuyendo al éxito de algún negocio turbio, muy poco hacemos para el refinamiento desinteresado del gusto y mucho menos para el libre cultivo de la curiosidad”.

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