Un reconstructor de la memoria rondando por la FIL

Miguel Huezo Mixco narra para desenmascarar los usos de la memoria para la falsificación en El Salvador. Antes de participar en “Centroamérica cuenta”, nos platicó de su experiencia en la Feria, y la de escribir desde esa región del mundo y sobre la guerrilla en su país, de la que ha formado parte durante diez años

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Foto: Víctor Rivera

VÍCTOR RIVERA

Cualquier persona que tenga como destino la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) llega al recinto y automáticamente se sumerge en los mares de gentes que nutren las aguas ávidas de consumo. Miguel Huezo Mixco (poeta y novelista salvadoreño) es la excepción. Camina alrededor de la Expo como felino que observa a su presa y mide el perímetro desde la distancia con un dejo de displicencia, sin atreverse a zambullir. Quizás ese sentido fue heredado de la época en la que formó parte de la guerrilla en El Salvador, etapa que le significó diez años de su vida. O tal vez, sea sólo un sentido poético que lo hace observar con rareza al tumulto.

El asombro le despierta la curiosidad y cuando disponemos a terminar la entrevista me pregunta si eso siempre es así: las personas caminando como hormigas, las pilas de libros, los pasos, las voces, las lenguas… Luego me confiesa haber visitado una pequeña preparatoria en Arenal y haber pensado que la Feria llegaba muy lejos, pero dijo sentirse extrañado cuando lo presentaron y él se apareció frente a un puñado de adolescentes que lo miraron con extrañeza. “Yo mismo hubiera dicho, quién es este tipo, creo que hay espacios hermosos en Guadalajara hacia donde puede crecer esta fiesta, sin perder esto que ya tienen”.

¿Ya había venido antes?

Sí, hace mucho. Corría la década de los noventa, de hecho estaba iniciándose. Recuerdo que ese año galardonaron a Nicanor Parra y lo vi de repente. Yo había publicado un libro que era una antología de poetas que eran combatientes de la guerrilla, entonces alguien de un comité de solidaridad me invitó para presentar el libro acá; vine y entramos a un salón e hicimos una presentación como con diez gentes. Eso era la FIL. Salí, fui al cine y me regresé a mi país (risas).

¿Ahora ya entró?

Yo no he entrado hasta ahora que lo haré por la tarde que tengo una charla. No me gustan mucho las masas. Llegué desde hace varios días y me he reservado, he estado en otros espacios de Guadalajara que me gustaron muchísimo, como el centro histórico.

Ya deberá entrar pues inicia Nombrar a Centroamérica porque Centroamérica Cuenta…

Sí, vamos a estar tres autores centroamericanos, Carlos Cortés y Ana Cristina Rossi de Costa Rica conmigo para hablar del oficio de escribir desde Centroamérica. Este festival (Centroamérica cuenta) es muy importante y se ha posicionado muy bien los últimos años, hemos contado con el apoyo de una figura como Sergio Ramírez y él es como el buque tractor que está haciendo posible algo que formó parte del sueño de la independencia de Centroamérica: y era el de hacer una sola república federal con viabilidad política y social. Nosotros, país por país, somos naciones con poca viabilidad. El espíritu de los esfuerzos que se tuvieron sobre economía compartida, entre otros, se ha revivido con Centroamérica cuenta.

¿Cuál es la mayor riqueza que encuentra?

Sergio Ramírez cuenta muy a menudo una metáfora que afirma que Centroamérica es como si estuviéramos metidos en un calabozo y necesitáramos que entre mucho aire, así como que los centroamericanos nos relacionemos con el resto del mundo, que abramos nuestra mente a otras cosas que se hacen, y eso lo ha logrado este hermoso festival. Los encuentros con escritores te conectan y resultan fructíferos.

Ahora venimos a hablar sobre la región y meditarlo muy bien; de hecho el nombre tiene una polisemia muy interesante: Centroamérica cuenta, refiere a que narra, pero que cuenta desde el sentido de que nosotros existimos; es un signo de que pareciera que no contamos, pero es parte de una evolución que debe seguir examinándose.

 

¿Sus novelas se refieren a una Centroamérica, o sea, a El Salvador?

Mis libros los escribí para desenmascarar los usos de la memoria para la falsificación en El Salvador. Camino de hormigas (2014), donde hay un asesinato de una paramédico española, en realidad es una persona que fue asesinada por un grupo armado. En las otras dos novelas —La casa de Moravia (2017) y Día del Olimpo (2019)— ocurre algo parecido. La memoria es utilizada para moldear las cosas distintas a cómo han sucedido y es algo que ocurre mucho en mi país, que se ha instalado la memoria como altar sacrosanto cuando en realidad es un terreno de batalla muy fuerte. Como la disputa de la guerra quedó como empate técnico, nadie ha podido anteponerse entre bandos sobre cuál de las versiones que se manejan es la cierta. Mis libros no son de guerra, la guerrilla está muy al fondo de la trama, como un soundtrack, lo que busco narrar son los sentimientos: desnudar las pasiones, entrar a las historias personales y la cotidianidad de quienes estuvieron en la guerrilla. La guerra es por excelencia un exceso de todo.

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