Un puño color pastel

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En una nota de la que daba cuenta El País en octubre de 1989, cuando faltaba poco tiempo para que la era Thatcher llegara a su fin, se lee que pese a las acusaciones de sus críticos sobre la crisis gubernamental en el Reino Unido, la entonces Primer Ministro anunciaba que no iba a dimitir, y que ganaría los próximos comicios porque concordaba con “el sentimiento popular”. Un año después La Dama de Hierro renunciaría en medio de reclamos sociales y partidistas, pero su declaración en aquella vieja nota quedaría rematando sus frases: “¿Cómo voy a cambiar a Margaret Thatcher? Soy como soy”.
La fuerza de ese inamovible personaje fue lo que atrajo a Phyllida Lloyd para dirigir la película The Iron Lady (2011), quien aborda la vida de la controversial Margaret, desde la perspectiva de los recuerdos de ésta como anciana, con un guión de Abi Morgan que se basa en el libro de memorias de Carol, la hija de Thatcher A Swim-On Part In The Goldfish Bowl (2008), en el que habla de la demencia senil de su madre, y a partir de ello, dice Meryl Streep, el guión de la cinta se permitió muchas “licencias artísticas” para llevar a la pantalla la vida de la ex Primer Ministro.
Le comento a una amiga escocesa que me he acordado de ella y de su país al ver la película, y la respuesta que recibo es lo mismo que pensé desde este lado Atlántico: que aunque no ha visto la cinta, duda mucho que realmente refleje los acontecimientos que se dieron durante la época de Thatcher ni sus políticas, ah, y que mejor evite pensar en ella mediante semejantes referencias. Y es que convenientemente para los realizadores –¿para quién más?–, esas “licencias” dejan a The Iron Lady como una obra un tanto rosa y superficial, que eso sí, pudo hacerse de un par de oscares en la pasada edición, pero que seguramente no tendrá muy buena acogida entre el público británico o en quienes esperan ver algo más que el cascarón coloreado de esta lideresa.
The Iron Lady lo único que ha hecho es romantizar la imagen de Thatcher, resaltando los mismos clichés que los medios siempre han manejado sobre su personalidad, mezclados con la bruma de nostalgias y recuerdos de una vieja medio demente y confundida, que le vienen al dedillo a la historia para presentar muy por encima y de prisa el revoltoso clima sociopolítico de los años de Thatcher, en los que no faltaron las manifestaciones, las huelgas, el terrorismo y la guerra.
El gran compromiso de las tres mujeres con esta obra; Morgan, Lloyd y Streep, es prácticamente el de enaltecer la fortaleza femenina de Thatcher que lucha y se abre paso en un ambiente dominado por los hombres, aunque lo demás, lo verdaderamente importante, quede de lado. Meryl Streep, quien acepta no saber mucho de “sus políticas” con las que aún así dice mantener distancia, y aceptando que el filme se enfoca más al lado personal que a otra cosa, comenta: “La comprendo más. Y puedo identificarme con ella como mujer: yo también fui a una universidad, en Dortmouth, donde éramos sesenta mujeres entre seis mil hombres. Y muchos de ellos pensaban que era injusto que estuviéramos allí, que nuestro lugar estaba en la cocina”.
Y luego, Phyllida Lloyd hace bien en aceptar que no buscaba una “película política” ni quería que se convirtiera en un “catálogo de hechos”, y que más bien es una historia de “aceptación y resignación” –habría que preguntar para quién– en donde lo que resalta son los recuerdos de una “gran líder con defectos” que se enfrenta a la caída del poder, y a su vejez como lo haría cualquiera, y que por ello todos se pueden identificar. Aunque, difícilmente la mayoría de los que dejan sus puestos de trabajo después de varios años de “servicio” cobrarían millones de libras por conceder entrevistas a los medios.
Posiblemente ni a la familia Thatcher le haya hecho gracia The Iron Lady ya que a decir de los propios realizadores, declinaron el acercamiento en su rodaje y en su estreno. Quizá porque muestra a la protagonista como una vieja loca y acabada, quizá porque sus acciones políticas se ven pálidas y descontextualizadas o porque la psicología del personaje resulta barata, doméstica, para darle mayor peso al efecto visual de la caracterización.
Esto no es un documental, queda claro, pero, ¿a nadie debería importarle que una escena de la película en la que aparecen Thatcher y Reagan bailando, sea tan breve y no abunde más? ¿Que no se diga que a esos dos personajes muchos analistas hacen responsables de la crisis económica mundial actual, debido a las políticas neoliberales emprendidas en sus mandatos que propugnaron por el desmantelamiento del aparato estatal por considerar que los derechos sociales que brindaba eran parasitarios y atentaban contra el progreso económico? Lo que valió fueron las leyes del mercado y no el bienestar social. “La sociedad como tal no existe, lo que existe son hombres y mujeres”, dijo Tatcher en una frase hoy tristemente célebre; la misma que pidió la liberación de Augusto Pinochet y que lo visitó en 1999 cuando estuvo en arresto domiciliario en Londres, a petición de España para intentar juzgarlo por la violación de derechos humanos durante su dictadura.
En el video que documenta la entrevista se ve a un Pinochet servil y lisonjero, y Margaret, como siempre toda una dama, agradeciendo “la información y la ayuda” en la Guerra de Las Malvinas, y diciendo: “Estoy muy consciente de que usted trajo de regreso la democracia a Chile”. Pero por supuesto, esto no aparece en la película.

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