Un nuevo tejido librero después de la pandemia

Dos editores reflexionan sobre el futuro del libro, esbozando un nuevo ecosistema en que convivirán los productos y el comercio digital con una revalorización de las antiguas formas artesanales de las obras

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La vida social de las librerías, ante esta crisis sanitaria por la pandemia del Covid-19, está en riesgo, debido a que se han cerrado en todo el país los locales que ofrecen servicio al público lector.

Luis Armenta Malpica (Mantis editores/Guadalajara) y Alejandro Zenker (Ediciones El Ermitaño/Ciudad de México), quienes son parte de la industria editorial, responden en entrevista a preguntas sobre esta situación, cada uno exponiendo su visión e iniciativas que realizan.

Y reflexionan sobre la interrogante de cómo será el futuro del libro

Luis Armenta Malpica, editor de Mantis

¿De seguir esta pandemia cómo imaginas que será el futuro del libro?

No puedo imaginarme un mundo sin libreros ni libros. Sé que el modelo económico neoliberal debe cambiar porque ha probado su inutilidad y desventaja para las mayorías. No creo que el libro deba ser digital exclusivamente y la venta en línea o las descargas su manera de hacernos de uno. Confío en que regresemos a una “normalidad” distinta, menos individualista y encerrada en uno mismo, y nos demos cuenta de que hay oficios cuya antigüedad entraña respeto y belleza. Que si cualquiera cree que puede ser editor por trabajar un libro en medios digitales, también hay editores que todavía nos maravillan con sus tipos móviles, trabajo artesanal y cuidado hacia el texto y el diseño artístico de una obra. 

¿La iniciativa de ayuda a libreros de Guadalajara de la tercera edad, en qué consiste?

Me invitaron a sumarme a una campaña de apoyo al gremio desde la Ciudad de México y me pareció necesario hacerlo en mi propia ciudad. Los libreros, a quienes se les retiró de la venta en el Exconvento del Carmen, por ejemplo, no han tenido la mejor época para seguir con su oficio. Tampoco hay forma de realizar de inmediato la Feria Municipal del Libro (que se celebra en mayo) y varios amigos con cafebrería cerraron su espacio a la venta de títulos literarios. Esto me hace creer que parte del gremio necesita auxilio en estos días. La gente joven es dada a subir su obra y la ajena (con o sin derechos de autor), a compartirse libros, películas, música, en aras de una divulgación cultural que aplaudo. Pero se les olvida que esto podríamos hacerlo con obra con derechos vencidos, descatalogada, pero que le quitamos opciones de venta, de subsistencia, a los libreros y editores en pequeño. Como autor que soy, respeto muchísimo a quien invierte en mi trabajo y lo promueve, como para en un par de años creer que ya gané más de lo conveniente con mi obra y ahora me toca obsequiarla y, eso sí, buscar nuevos editores que me publiquen. De allí que con el apoyo de Patricia Velasco, Gabriel Martín, Lucero Alanís y quienes se están sumando a la iniciativa, indagaremos qué librero, editor o autor está padeciendo más que nosotros la pandemia, la crisis económica, y tratar de apoyarlo con despensa, medicinas o ciertos gastos de luz, gas o renta.

Alejandro Zenker, editor de El Ermitaño

De seguir esta pandemia, ¿cómo imaginas que será el futuro del libro, su venta y edición?

Es complicado saber qué sucederá. De entrada, el comercio electrónico adquirirá cada vez mayor importancia. Es difícil concebir una editorial que sobreviva sin un poderoso soporte de comercio electrónico y sin aprovechar las nuevas formas de producción, particularmente la que englobamos en el concepto de eDistribución. Para entenderlo: el editor ya no necesita más que producir el archivo listo para impresión, subirlo a nuestra plataforma con los metadatos e incorporarlo a todo el ecosistema librero en la república. Una vez que el lector compra el libro, éste se produce y, unos días después, se le entrega en su domicilio por alguno de los sistemas de mensajería (que por cierto adquirirá cada vez más importancia). Esto no sustituye, sino que complementa el sistema de producción tradicional de grandes tirajes, que en este momento está muy apagado. Por supuesto, aumentará la importancia y el consumo de libros electrónicos y audiolibros. El marketing editorial adquirirá cada vez más importancia, es decir, la capacidad de visibilizar los libros a través de las redes sociales en particular. También hay que saberse conectar con los lectores a través de las redes. Creo, sin embargo, que llegará tarde o temprano una nueva calma sin pandemia, donde las librerías y bibliotecas puedan volver a abrir y a cumplir sus vitales funciones culturales y sociales, y donde quizás resurjan las ferias del libro. Particularmente confío en un resurgimiento de las librerías independientes, de barrio. Confío en que vivamos un renacimiento del libro y sus espacios, incluso del libro objeto, del libro de artista, de las artes y los oficios del libro en general. Pero tomará tiempo. El comercio electrónico, el contacto a través de plataformas web, llegó sin embargo para quedarse y ampliarse.

¿Qué plantearías para que las empresas editoriales y las librerías salven su economía ante esta crisis?

Lejos de caer en la desesperación y en la inactividad, deben reorganizarse con rapidez, entender las nuevas circunstancias y aprovechar los recursos tecnológicos existentes. La industria editorial, particularmente la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM), nunca entendió la importancia de fortalecer la industria nacional del libro ni el canal de ventas. Hizo todo para desvincularse de él y destruirlo y dejó la industria en manos de las transnacionales. Hoy, en medio de esta pandemia, muchos se están dando cuenta del terrible error histórico que cometieron. Necesitamos una poderosa y pujante industria nacional, mexicana, del libro. La producción del libro de texto debería estar en manos de la industria mexicana del libro; y su distribución debería llevarse a cabo no directamente a través de las escuelas, sino de las librerías principalmente y, en la medida en que no haya suficientes, también a través de bibliotecas y centros culturales. Las editoriales no deberían vender por su propia cuenta, sino a través del ecosistema librero. Todos se quejan de que no hay librerías suficientes, que la distribución es pésima e insufribles, los largos y complejos tiempos de pago de las librerías. Pero en lugar de trabajar de manera sistemática para superar, para enmendar esa situación, se fueron por la libre. Sin librerías no hay industria editorial. No sólo porque son la salida final vital que lleva la palabra del autor al lector, sino también porque conforman, o deben hacerlo al menos, el eslabón final que permite que el libro esté al alcance del lector. Sin libros al alcance del lector es imposible crear una república de lectores. Y sin lectura, no florece ni la cultura ni la democracia. Reimaginemos nuestro quehacer editorial, aprovechemos los recursos tecnológicos, reaprendamos con ingenio a hacer las cosas y, sobre todo y ante todo, construyamos un amplio tejido librero que nos conecte con los lectores.

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