Teatro, desde dónde y hacia quiénes

A más de veinte años de comenzado el siglo veintiuno es más urgente que oportuno cuestionar la episteme y naturaleza que rodea a las carreras de artes y de gestión y promoción cultural, al igual que volver la mirada hacia la base que reproduce y hace que perviva la sociedad: las personas

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Una de las preguntas fundamentales respecto del mundo social
es por qué ese mundo dura, cómo se perpetúa el orden social, vale decir,
el conjunto de relaciones que lo constituyen.
Pierre Bordieu

Una de las paradojas del teatro como fenómeno consiste en transitar entre la aceptación de las mayorías, de la masa, las multitudes, como condición sine qua non para su supervivencia económica, y en legitimarse y validarse como arte, independientemente de su efectividad en la taquilla.

Uno de los instrumentos ideado por el estado para equilibrar esta situación son los estímulos para la creación, dentro del área de la producción, y los festivales, muestras y giras en el rubro de la distribución y el consumo, generalmente en circuitos tradicionalmente definidos: teatros, locales e infraestructura adaptada, plazas y espacios públicos con cierto arraigo o trascendencia.

Esta estructura habilita o impulsa cierto tipo de estéticas, poéticas, espacios o modelos de producción, generalmente para tratar de acoplarse a una realidad un tanto confusa, lo cual se refleja muchas veces en los números, tanto de asistencia como de ingresos.

Para esta dimensión económica existe la opción de la llamada “economía naranja”, que refuerza el concepto de “industrias creativas” y que apuesta por privilegiar la producción de bienes y servicios culturales desde el aspecto de la propiedad intelectual como generadora de capital.

Por otro lado, la dimensión meramente artística, que explora la reflexión estética de los fenómenos que nos rodean, o que nos habitan, o que nos rodean y habitan, que no es lo mismo, pero es casi igual.

Complejo el panorama para un agente creativo que requiere del reconocimiento y la reflexión de sus semejantes, de su comunidad y de sus pares creativos, pero también de que su propuesta estética tenga el soporte material y financiero necesario para existir, sobrevivir y perdurar en el tiempo como parte de un diálogo continuo con su entorno.

Los centros, instituciones o espacios de formación (sic, con esa clasificación que implica muchos factores pedagógicos, educativos, o meramente informativos) tienen la responsabilidad ética, moral y social de otorgar las herramientas y los recursos suficientes, prudentes y necesarios a los alumnos que acuden en busca de respuestas a todas las interrogantes que les plantea su contexto y situación como aspirantes a creadores escénicos.

Un contexto y una situación bastante complejos, pues al egresar tienen que confrontar la dicotomía planteada al inicio del presente artículo: ¿qué tipo de teatro hago?, ¿cómo, y para quienes? Pero, sobre todo: ¿puedo vivir de esta actividad?

Como formador y docente veo con desgano que la mayoría de quienes se forman en las instancias de formación teatral colocan a la disciplina al interior de su currículum oculto, y desafortunadamente se va quedando como una nostálgica anécdota de su pasado.

Las preguntas o directrices éticas que las instituciones, centros o espacios de formación, y uno como docente, formador, instructor o profesor de teatro tendríamos que hacernos son:

¿Es necesario el teatro, qué tipo de teatro, y para qué o quiénes? ¿Qué reproducimos social, ética y estéticamente cuando formamos en las técnicas de la disciplina? ¿Son suficientes para preparar al alumno frente al contexto social en el que se va a desenvolver? ¿Solo es suficiente con informar y formar en el teatro como disciplina, o habría que dotar de saberes complementarios (por más alejados que estén de la disciplina principal) para su supervivencia en la realidad como agente creativo? Y aquí subrayo esta definición porque es importante pensar en el profesional de las artes escénicas desde su capacidad de agencia, es decir, de accionar en el espacio social para contribuir a su desarrollo. 

Las preguntas no las hago yo directamente, las impone una realidad que jala y empuja constantemente a quienes tenemos la suerte (con todo) de haber elegido este oficio. Las preguntas sin verbalizar las hacen el campo laboral, las estructuras de poder, los mecanismos de validación y legitimación, las instituciones que administran y gestionan la cultura, los dispositivos y aparatos financieros que rodean al fenómeno de la creación y su producción, distribución y consumo, etcétera.

A más de veinte años de comenzado el siglo veintiuno es más urgente que oportuno cuestionar la episteme (desde el punto de vista Foucaultiano) y naturaleza que rodea a las carreras de artes y de gestión y promoción cultural. Es importante volver la mirada hacia la base que reproduce y hace que perviva la sociedad: las personas, no la multitud, la masa, el consumidor o cualquier otra definición meramente utilitaria de los seres humanos en conjunto, La Persona, como ser humano consciente y sujeto de derechos, con todo lo que eso implica, con toda la complejidad que nos plantea, reta y desafía: La Persona, el contexto y situación que habita, crea, recrea y reproduce.

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