Señorita dijo John Fante

Para algunos de los escritores estadounidenses más salvajes, las mujeres mexicanas han sido asiduas protagonistas de sus ficciones. Unas como confesores, otras como femme fatale; al final todas fueron un espejo exótico, que reflejó la tormentosa vida de sus narradores

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Prostitutas voluptuosas, meseras harapientas, morenas harto seductoras. Las mujeres mexicanas, bajo multiformes siluetas, hacen frecuentemente su aparición en la escena literaria norteamericana y, en particular, en autores que eligieron a Los Ángeles y a California, como su hábitat creativo.

Chicas mexicanas son protagonistas de intensas historias de amor, fugaces encuentros y orgías en pintorescos burdeles, que se pueden apreciar en páginas de libros como Pregúntale al polvo, de John Fante, En el camino, de Jack Kerouac, y Se busca una mujer, de Charles Bukowski. Autores que tienen una característica común, la de ser hijos de migrantes, y por lo tanto, desarraigados de la cultura predominante en Estados Unidos, de la misma forma que las chicanas de sus idilios.

Esta condición compartida, que se refleja en vivencias de pobreza y marginación similares, no es exenta de contradicciones y conflictos. Como en el caso del destartalado escritor in fieri Arturo Bandini, seudónimo de Fante en Ask the dusk, en busca de éxito literario en ese Los Ángeles de los años treinta.

En un mísero cuchitril de la metrópoli californiana conoce a la mesera Camila López, “una princesa maya”, con quien inicia una relación que desde sus albores está pintada de sentimientos paroxísticos, que oscilan entre el amor y el odio. Odio, el de Bandini, un dago hijo de padres italianos —pero fiero de haber nacido en América— hacia una mujer “sudaca y grasienta”, en que identifica los rasgos del extranjero, pobre y excluido, de los que él mismo aspira librarse.

Empero el protagonista, a pesar de exclamar, al inicio de su libro, “¡quien pudiera estar con una mujer mexicana!”, queda inmediatamente hechizado por Camila, de la cual escribe que “era un modelo racial y como tal era una mujer hermosa”. Asimismo, exalta sus exóticas características físicas, y con hábiles pinceladas, bosqueja su carácter latino, arisco, escueto, y al mismo tiempo permeado de pasional ternura.

La prosa de Fante, pletórica de sensaciones y sentimientos, a tal punto de parecer pueril e ingenua, logra retratar, de una forma que a veces lleva al hastío al lector, una historia que, desenvolviéndose a través de una sarta de contradicciones e incomprensiones, desemboca en un rocambolesco romance, cuyo escenario es constituido por el barrio mexicano de Los Ángeles, su bahía y el desierto del Mojave.

Igualmente ajetreadas, aun si menos románticas y conflictivas, son las historias de Charles Bukowski, padre del llamado “realismo sucio”, quien de John Fante, fue admirador y descubridor. Habitué de los suburbios de Los Ángeles, muy seguido encontramos al viejo sucio en burdeles y bares de “malamuerte”. Como en el cuento “Un par de vinos”, contenido en el libro Se busca a una mujer, donde el autor, después de haber dejado por la enésima vez un empleo que “era como cualquier otro trabajo imposible, te cansabas y querías abandonarlo”, con la paga y un viejo abandonado por su esposa, premedita una gran borrachera.

En el único bar de un pueblo californiano, engullen vino y cerveza, cuando, de repente, la atención de Hank Chinasky, alias Bukowski, es capturada por una prostituta mexicana. Bajo el barniz de hombre rudo, hierve en el autor angelino una gran pasión por las mujeres, de cualquier tipo, feas, viejas, de todos colores y olores. Son su talón de Aquiles: “La chica mexicana bajó la escalera y se sentó a mi lado. ¿Por qué siempre bajaban por la escalera de ese modo, como en las películas?”. Bastan pocas palabras:

– Me llamo Sherry.
-”No es un nombre mexicano.
– No tiene por qué serlo.
– ”Tienes razón.

Y Hank es presa de la morena latina en un cuarto de la planta alta, donde ella “se ganó en diez minutos el mismo dinero que yo en un día entero y varias horas”, relata Bukowski. Al autor no le queda más que volver a ponerse su ropa, profiriendo una de sus amargas y lacónicas sentencias: “Hablando en el aspecto monetario, parecía más seguro que la mierda, que era más lucrativo tener un coño que una polla”.

Sin embargo, el autor que más quedó cautivado por México y sus mujeres, es el escritor de orígenes francocanadienses Jack Kerouac, principal exponente de la beat generation. En sus innumerables periplos a lo largo de Estados Unidos, que tenían casi siempre como meta final California y México, el beatnik vagabundo teje admiradas descripciones de paisajes y bellezas “españolas”.
“…estaba esperando por el autobús de L. A., cuando de repente vi a la mexicanita más graciosa que quepa imaginar”, es la forma en que, en la novela En el camino, describe su fortuito encuentro con Terry, una chica con que entrelaza una breve historia, que se desarrolla en el barrio mexicano de Los Ángeles.

Luego de esta relación, Kerouac relata su contorto viaje hacia la Ciudad de México, que abunda en retratos de la vida mexicana ”y en particular de las mujeres…” tanto de un lado y del otro de la frontera, como a lo largo del trayecto que lo lleva al DF. Empero, la impresión que el país imprime en el escritor, se hace patente en su primer contacto con México, en la parte mexicana de San Antonio: “Era un ambiente fragante y suave ”el más suave que he conocido» y sombrío y misterioso y lleno de vida”.

Si la literatura, como dijo Jorge Luis Borges, “no es más que un sueño dirigido”, estos textos testimonian de la onírica atracción que ejercen México y sus mujeres, sobre una parte del imaginario literario de Estados Unidos, la cual, se concreta en Los Ángeles, laboratorio ideal en donde, a la par de las relaciones humanas, diferentes visiones del mundo logran mezclarse y confundirse.

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