Quizás quizás quizás…

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Cuando preguntan mi opinión sobre el desempeño de la economía nacional, invariablemente contesto que no se necesita ser un avezado economista para calificar la difícil situación que observa la economía nacional.
La abrumadora evidencia descrita por los principales indicadores macroeconómicos, registran saldos negativos o deficitarios, que se trasladan, inequitativamente, al conjunto social. Con elementos de orden cuantitativo y cualitativo no queda más que ratificar lo obvio: la gravedad de la situación económica social que hoy padecemos. Así, el problema se encuentra no tanto en responder sobre la profundidad y alcance de la crisis –cuestión importante–, sino en comprender e identificar el carácter y significado de la crisis económica actual. Tarea nada sencilla, por la complejidad del fenómeno. No obstante, un poco de sentido común le vendría bien al tema.
Desde esta perspectiva, resulta más o menos claro que, en buena medida, la crisis ocurre por, primero, la ineficaz gestión económica realizada por el gobierno en general. Enseguida, a que se ha desatado tanto desde el gobierno como de otros ámbitos, la interesada ideologización sobre las causas de la crisis. Unas y otras coinciden –de ahí su peligrosidad– en señalar que las penurias económicas que padecemos se deben a que éstas fueron causadas por “otros”, es decir, por Estados Unidos.
La ineficacia gubernamental se demuestra en tanto el gabinete económico del presidente, no advierte el desgaste de los esquemas de políticas económicas y macroeconómicas seguidos a pie juntillas hasta ahora; las políticas anticíclicas que se implementaron este año solo transcurrieron en el discurso y jamás en la operación de los diversos instrumentos y procesos económicos. Por eso, para todo mundo resulta evidente la ineficacia.
De esta forma se pueden esperar modificaciones en la conducción económica, sólo si los cambios en las carteras de la Secretaria de Hacienda y Crédito Publico, así como del Banco de México, trabajan de manera conjunta y coordinada, para reorientar el rumbo de la economía por senderos menos sinuosos.
Otro factor que vendría a relanzar la economía, consiste en evitar, por parte del ejecutivo, plantear las reformas económicas como vía para superar rezagos y obstáculos al crecimiento económico. En ese campo, la acción del gobierno ha resultado profusa, difusa y confusa. El cabildeo no es tarea que pareciera gustar mucho a los presidentes emanados de Acción Nacional y a sus operadores políticos.
La incapacidad para convencer se ha traducido en reformas mal hechas. En tal sentido, se aplica el dicho de los sastres: es mejor trabajar sobre ropa nueva que sobre parches o remiendos. De igual forma, organismos como la CEPAL han manifestado que las reformas no constituyen la mejor vía.
Tercero: resulta menester poner atención a la dispendiosa y desordenada gestión presupuestal que realizan, con matices y alcances distintos, tanto el gobierno federal como la mayoría de los gobiernos estatales y la mayoría de los municipios que constituyen las zonas metropolitanas del país. El incremento del gasto público corriente, el dispendio del mismo, la reducida proporción orientada a la inversión pública, son rasgos de ese ejercicio que, necesariamente, deben ser trastocados si se pretende reactivar la economía. El secreto es gastar en forma pertinente (estratégica), ordenada, eficaz y transparente. Cumplir con ese cometido es todo un reto: una verdadera reforma en nuestra vida y en la economía pública.
En resumidas cuentas, tenemos que la gestión realizada por el ejecutivo federal y, en menor medida los gobiernos estatales, han contribuido fehacientemente, en los últimos nueve años, a conformar el perfil de la actual crisis económica. ¿Sólo ellos son responsables? Evidentemente, no. Tenemos otras instancias.
Por ejemplo, la que compete al Banco de México. El control de la inflación y el manejo adecuado del tipo de cambio, constituyen una de las evidencias más claras del desatino de la gestión. La autonomía del banco central fue entendida por Guillermo Ortiz como toma de distancia de las políticas económicas.
Ese distanciamiento tuvo costos económicos, pues no hubo alineación de propósitos entre el banco y el gabinete económico. Resultados: inflación no alineada con nuestros principales socios comerciales: Estados Unidos y Canadá. Más resultados: restricciones a la competitividad. El tipo de cambio sirvió más para especular que para promover la intensificación del intercambio comercial y la afluencia de inversiones extranjeras.
En tal sentido, debemos recordar que en términos de economía nada resulta ocasional o totalmente gratuito: obedece a intereses concretos. Y hasta ahora los principales beneficiarios de la política económica son la mayoría de los grandes capitales de México y sus socios.
Para mejorar el panorama del próximo año, requerimos que el equipo gobernante aguce su capacidad para leer y comprender los signos y tendencias que corren por el mundo globalizado y, en particular, con nuestro vecino del norte. Ello se traducirá en acciones efectivas y coherentes en una nación que, a pesar de todo, guarda un lugar importante como interlocutor del mundo contemporáneo.
Como corolario requerimos una política de comunicación social, por medio de la cual el ejecutivo establezca una relación sobre los principales temas económicos, considerando que la sociedad se encuentra conformada por ciudadanos que pueden y deben participar en la toma de decisiones en cualquier orden: el nacional y el local.
A pesar de todo, sólo nos queda señalar que ese escenario es posible y deseable. Nos toca decidir.

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