InicioEspecialesPazarín: tres retratos a una voz 

Pazarín: tres retratos a una voz 

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1.

El rostro más sincero con que me acogió el mundillo literario de Guadalajara; así conocí a Víctor Manuel Pazarín. 

Cuando organizó un taller de lectura en el Exconvento del Carmen, sólo yo me presenté; pero él insistió en proseguir. Antes de eso apenas habíamos cruzado saludos; allí nació una amistad profunda, en la capilla “Elías Nandino”, allí donde conocí al otro maestro de Zapotlán; pero mientras la capilla se colmaba con los feligreses de Arreola, nosotros teníamos la sala vacía… y yo aprendía aún más en esas sesiones. 

Alegre y burlón como podía ser, Víctor era solemne: ante el amor, ante la amistad, ante la escritura, ante la experiencia humana, ante lo mágico, ante lo divino

“O, quizá, podría resumirlo en su actitud hacia cada una de estas cosas: ante lo sagrado”. 

Cuando todos me decían “por qué no lees algo serio”, fue invaluable que Víctor se mostrara libre de prejuicios, deseoso de conocer mi mundo de lecturas. Que, tras la lectura de Mientras escribo, de Stephen King, lo declarase sin dudar un excelente libro. En un número del suplemento Ágora, editó sin hacer ruido la primera (hasta donde sé) antología de horror de autores jaliscienses. 

Sentado ante el monitor, ese día, finalmente encaré el hecho. Era el momento en que se llora al amigo. Pero quería hacer algo por él; y cuando lo dejé salir, brotaron palabras escritas. Esto es lo que salió de mí ante su marcha, vertido en el recipiente posmoderno de las redes sociales. Por eso cometo la transgresión de reiterar aquí lo que le dije entonces a tu ausencia:

“Las charlas etéreas en las calles de Zapotlán serán inigualables ahora que otro de sus grandes autores, conversadores y lectores se marcha”. 

Víctor Manuel Pazarín, maestro, compañero y amigo, estuvo presente cuando inicié mi exploración del mundo literario, cuando éramos casi vecinos y tenía poco de haber llegado a Guadalajara, y a través de momentos personales tanto difíciles como memorables. El primero que, en lugar de decirme «¿por qué no escribes algo serio?», abrió la puerta, me condujo a autores que de otra manera jamás habría leído, mientras a su vez, mostró su voluntad de conocer la obra de aquellos que muy pocos leíamos: Lovecraft, Bloch, King, sin prejuicios. Un lector lo bastante sólido para recomendarme tal o cual obra, lo mismo de Kafka que de Will Eisner y enumerar sus logros. 

Su obra no es una de lo ambicioso, sino de lo preciso; su vida, una que atravesó varios mundos, sin eludir riesgos y capaz de gozar al máximo las recompensas. 

“Conocedor del valor de la palabra, pero también del espíritu humano, de la amistad, y del amor.” 

Un hombre de fe, una fe razonada y sazonada por un extenso conocimiento teológico; pero también comprensión vivencial de la magia y un profundo respeto hacia el Misterio. 

Te marchas, amigo, y sólo quedan unos pocos cabos sueltos entre nosotros: charlas que en otra parte reanudaremos, recuerdos que continuábamos replanteando, cosas por leer y por hablar, y también no lo olvido ese último secreto de Ambrose Bierce que te llevas contigo y ahora nadie sino tú y él conocerán. 

Pero nos dejas tus cuentos, tus versos, tus entrevistas y ensayos. Y la historia tremenda que protagonizaste, escrita en la tierra y la carne y el viento. 

Y tu camino sigue en otra parte. 

¿Para qué detallar tus obras, ediciones, anécdotas inacabables? No había mejor manera de decir a Víctor: te extraño; te debo mucho; y tu vida y tu obra no acaban con tu ausencia, porque tu huella es indeleble.

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