Pamuk ficción entre dos mundos

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No existe nada puro”, escribió Orhan Pamuk en su obra Me llamo Rojo. Quizá dicha búsqueda de la verdad –que el mismo autor confiesa existe sólo en la felicidad– es la que se encuentra en El museo de la inocencia, su más reciente novela. Esta es otra pieza de Turquía. En ella tenemos una cara más del país que le pertenece, interesante y difícil de armar. De nuevo Estambul, la ciudad extraña, la nevada, la de paseos con vitrinas parisinas, la de zonas residenciales con aspiraciones occidentales y barrios contrastantes. Lugar con una tradición que pesa y que sin embargo lleva el penetrante perfume francés que traen los vientos.
En esta ocasión la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) abrirá su salón literario el domingo 29 de noviembre con la presencia del narrador turco reconocido con el premio Nobel en 2006. La popular escritora española Rosa Montero será la encargada de presentar a Orhan Pamuk en el auditorio Juan Rulfo.
Pamuk, quien se encuentra en el filo de la navaja de la identidad, continúa siendo exaltado y al mismo tiempo criticado severamente por las mismas razones. La nacionalidad desdibujada y enriquecida por el contacto entre los mundos en que creció: Oriente y Occidente ha construido una figura difícil del autor. Su obra altera aún más esa forma gracias a la complejidad obsesiva por su país y concretamente por su capital: Estambul.

Las mil y una noches y el golpe de lo real
El hallazgo en Pamuk tiene que ver con la recuperación inteligente de las fábulas orientales, sus paisajes y sus debates morales. Los juegos narrativos están envueltos en un misterio religioso y crítico, tan turbio como el retrato de un enigma. La historia, los siglos que nadie recuerda y que sólo pueden ser un cuento con fantasmas, las generaciones actuales, las de ayer, la suya. Hombres y mujeres que no terminan de asir con seguridad la viga de equilibrio que es la identidad.
Resultado de una sucesión extraña, los personajes de Pamuk no aceptan completamente su legado y se encuentran y desencuentran con la novedad que interrumpe la igualdad del tiempo que cuentan los viejos. Todo eso puebla sus relatos, así como sus reflexiones sobre su oficio.
Obras como La casa del silencio (1983), El astrólogo y el sultán (1984) y El libro negro (1990), traducidas mucho después al castellano, permiten identificar el golpe de timón que dirige la literatura de Pamuk. Por un lado está la efectividad de sus juegos narrativos, sus rompecabezas fantásticos, los dispositivos subterráneos que controlan lo perceptible en su literatura. Por otro lado encontramos la multiplicidad de reflejos que produce la identidad individual y la social, sus accidentes, sus rostros inesperados.
El astrólogo y el sultán es una obra que marca no sólo la creación de Pamuk, sino también las preocupaciones que han ocupado a la política internacional en los últimos tiempos. Llena de magia, la novela es tan fascinante como los años de los sultanes, sus cábalas, las adivinaciones que anticipan el caos, que certifican los horrores personales y las inevitables sospechas. El mundo nigromante de exploradores y esclavos en Oriente próximo dibuja el juego de espejos que permite el encuentro entre dos “otros”.

El exilio y el Nobel
El genocidio de armenios y kurdos llevado a cabo por el gobierno turco en 1915 es un asunto del que aún no se suele hablar. Opacado por el antisemitismo de la Segunda Guerra Mundial, este cruel ataque que acabara con la vida de casi dos millones de personas en las primeras décadas del siglo XX, es un tema casi olvidado. Orhan Pamuk lo recordó en una entrevista a un diario suizo en 2004 y fue acusado de “insultar y debilitar la nacionalidad turca”. Vivió un exilio voluntario en Estados Unidos. Para entonces ya era conocido y traducido gracias a obras como La vida nueva (1995), Me llamo Rojo (1998) y Nieve (2001). Novelas que continúan con el encantamiento de los enigmas, de la reiterada búsqueda de lo propio y lo ajeno. Ser extraños, forasteros o nativos, ¿qué resuelve?, ¿qué entorpece? El contacto con la muerte, la renovación de los votos con lo que de nosotros queda vivo, el interés por permanecer, todo está ahí.
En 2006 los pronósticos que subrayaban el nombre de este autor turco se cumplieron. Pamuk recibe el máximo galardón literario en un momento en el que se prosiguen buscando con afán puentes que favorezcan la comunicación internacional e intercultural.

El museo de la inocencia

La última novela de Pamuk resalta la importancia que tienen los objetos que nos rodean: el reloj polvoriento, la televisión, el viejo sofá, el jarrón amarillo, el bolso de imitación, las cajas de sombreros, un paraguas sin color, un triciclo; todas las fruslerías que hacen de nuestra vida cotidiana algo especial. Kemal, el joven protagonista, colecciona objetos de toda naturaleza, a los que convierte en poderosos fetiches que hacen traer, con el golpe de color de un vivo jardín, a Fí¼sun, la mujer que ama.
El escritor turco presentará en la FIL El museo de la inocencia, novela que provocó en el autor el deseo por coleccionar casi cualquier cosa que encontraba durante el proceso de escritura del libro. Con esos objetos, Pamuk abrirá próximamente un museo en Estambul, el que según sus propias palabras, “será un espacio para besarse”. Curiosamente, las leyes turcas prohíben expresamente esta demostración de afecto.
La presentación será el mismo domingo 29 de noviembre, a las 17:30 horas, también en el auditorio Juan Rulfo y, posteriormente, a las 19:00 horas, el autor llevará a cabo una firma de libros.

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