Otros territorios compartidos

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Dos amigos coinciden en el mismo sitio nuevamente. En 1972 se encontraron en Varsovia; cuarenta años después, Enrique Vila-Matas y Sergio Pitol se ven compartiendo el mismo espacio, menos físico pero tan extenso como es la influencia del Premio FIL de literatura en lenguas romances en el universo de la cultura que tiene al latín en el ADN.

Vila-Matas (Barcelona, 1948) se integra a un grupo conformado hasta ahora por veinticinco escritores, entre ellos Pitol —galardonado con el premio en 1999— reconocidos por el compendio de su obra, pero más aún por el tesón y la voluntad para mantener viva la lucha primigenia del creador contra sí mismo y la fuerza para huir de la conformidad y del libro apenas concluido para, en todo caso, renovarse y revolucionar el universo cercano —el de las letras— y uno mayor: el de la experiencia humana.

Dos amigos vuelven a encontrarse. La primera vez, en Polonia, Vila-Matas telefoneó a Pitol, a quien apenas conocía, para quedar en un sitio y conversar un breve rato. De ahí surgió una amistad que perdura hasta ahora: cuando Vila-Matas fue notificado como ganador del Premio en esta edición 2015, el 7 de septiembre, no se reservó la dedicatoria a Pitol, aquel tutor de escritores polacos que confió en la obra del barcelonés desde su primera publicación, Mujer en el espejo contemplando el paisaje (1973).

El escritor poblano fue quien sugirió al ahora premiado enfocarse y mantenerse en esto. “Escribe y no hagas nada más”, le dijo a Vila-Matas en algún momento de aquel mes que pasaron juntos en la capital polaca inventando personajes e historias a partir de observar, conjeturar, adivinar y desdoblar las múltiples posibilidades de la vida de los demás.

En el desarrollo de su prolífica obra, el autor de Historia abreviada de la literatura portátil (1985), Lejos de Veracruz (1995), Bartleby y compañía (2000) y Dublinesca (2010) seguía recordando la imaginación del Pitol “inventor de tramas”, y la lógica del autor poblano, al que más tarde reconoció como maestro literario, según la cual toda persona real puede convertir en personaje literario.

Entre 1972 y este momento, los vasos comunicantes mantienen su flujo. Pitol y Vila-Matas se han reconocido entre sí uno maestro del otro; hermanos gemelos compartiendo influencias, referencias. Cuando Vila-Matas obtuvo el Premio Rómulo Gallegos por El viaje vertical en 2001, Pitol celebró resaltando la genialidad del barcelonés para retomar las palabras anodinas y grises de una conversación cualquiera y empaparlas con delirio, demencia, exaltación y poesía.

“Su mundo no se aleja jamás de la literatura: Kafka, Beckett, Gombrowicz, Melville, Robert Walser son algunos de los visitantes más frecuentes de esas páginas”, escribió el autor de Infierno de todos.

Ya en aquella ocasión, Pitol calificó la obra de Vila-Matas como un ejemplo para todo joven escritor que quiera escapar de convenciones, romper cadenas y desdeñar todo canon. En el anuncio del Premio FIL, el propio Vila-Matas reconoció que su ejercicio ha consistido siempre en escapar de los modelos literarios obsoletos y que todo intento de clasificación de su estilo funciona sólo “para salir al paso”.

El barcelonés no esconde su entusiasmo por el premio que recibirá en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el próximo 28 de noviembre, aunque acepta que se acerca a esta y otras condecoraciones con cautela para no verse paralizado con la idea de una victoria, una conquista.
Vila-Matas lo sentenció desde la ceremonia donde se dio a conocer el veredicto del Jurado que lo seleccionó de entre cuarenta y dos postulaciones: él es un escritor activo, que sigue trabajando en la construcción de una literatura que nos interrogue desde la estricta contemporaneidad, que escape o acaso huya de los modelos tradicionales.

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