¿Mataste al que te mató?

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En Estados Unidos, esa tierra donde el cine es un vehículo para hacer dinero, la gallina de los huevos de oro que todo el orbe se encarga de recibir con alfombra roja y caravana, Jim Jarmusch (Akron, Ohio, 1953) se ha erigido como un cineasta exquisito, de temáticas complicadas, rebelde podría decirse, cuyos inicios se remontan a aquellos días a finales de la década de los setenta, en que cámara al hombro rodaba en las calles más solitarias y peligrosas de Nueva York, producto de una beca estudiantil de la Nueva York University, a la que entró queriendo ser escritor y acabó como director de cine.
“Poca gente sabe que Jim Jarmusch empezó como un poeta”, resalta Paul Auster (“Night on earth, New York”, Criterion, 2007). El mismo Jarmusch habla de su incursión en la poesía en una entrevista para The guardian (1999): “Yo quería ser escritor […] Estaba escribiendo poemas en prosa, […] pero la descripción de las escenas las hacía de una manera cinematográfica.” En la Cinemateca de París, tras salir de Ohio, a los 17 años y pasar un tiempo en Nueva York, Jarmusch se decantó por el cine.
Influenciado por la música, la literatura (los poetas de la Escuela de Nueva York), y lo visto en su casa (su madre, antes de casarse con su padre, fue crítica de cine en el The Akron Beacon Journal y de pequeño, los sábados por la tarde, lo llevaba al teatro a ver películas), permitirá una clara presencia de la poesía en sus filmes. El enfoque sobre los personajes por encima del argumento, y la inclinación por diálogos mínimos y pocas acciones, hace de Jarmusch una “mezcla de humor inexpresivo y exquisitas imágenes” (Auster), resultados de una elaborada comprensión.
En Hombre muerto (Dead man, 1996), que forma parte de una trilogía de géneros de acción sin acción (El camino del samurái –1999– y Los límites del control –2009–), Jarmusch alcanza la cumbre del lirismo poético, y hace gala de su maestría en la síntesis discursiva, en los encuadres y en la narración de la película. El filme se inscribe en el género western (“un western ácido”, según palabras de Jarmusch): una partitura épica filmada en blanco y negro en su totalidad, que nos cuenta la vida de un contador de Cleveland, de nombre William Blake (homónimo del poeta británico del siglo XVIII), que deja todo y se traslada a Machine, un pueblo minero en el oeste estadunidense: un viaje del que Blake no regresará ya más a la civilización, y del que quizá, en el fondo, no quiera retornar.
Las primeras escenas son clave para entender el derrotero del filme: Blake, día tras noche, noche tras día, va en un tren (travesía que le parece interminable); pero se trata de un doble viaje: el que sucede en el plano físico y el que acontece en el interior del personaje principal. Un viaje simbólico de la civilización hacia la incertidumbre, hacia un pueblo que, lo descubrirá poco a poco, encarna la barbarie, el retroceso, lo incivilizado que aún permanece en el mundo. Ese oscuro traspatio de América.
Blake se encuentra de pronto en un escenario inhóspito, solo, sin empleo, y por si fuera poco, da muerte a un hombre que momentos antes había asesinado a una mujer. Sin embargo, el sujeto le asesta un balazo en el pecho a Blake, y en esa bala simbólicamente va su condena irremediable, que Nobody (Nadie), un indio que con desinterés y desparpajo lo conduce en su último viaje en busca “del espejo del agua”, sintetiza de modo brillante: “¿Mataste al hombre blanco que te mató?”.
A partir de ese instante Nadie “prepara” a Blake para morir, pues al fin ya es “un hombre muerto”. Nadie confunde al contador Blake con el poeta William Blake, del que leyó poemas cuando era niño, y en algunos diálogos con Blake inserta fragmentos del más célebre poema del autor británico: Matrimonio entre el cielo y el infierno. El filme a ratos se decanta por lo poético y a ratos por lo filosófico.
“Es hora de marcharte, William Blake. Este mundo ya no te afecta para nada”, le dice Nadie a Blake cuando lo despide a la orilla del mar, a punto de que éste parta a “ese sitio de donde vienen los espíritus y al lugar donde regresan los espíritus”, como un Caronte cuya misión ha concluido.

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