Manantlán donde la naturaleza encontró refugio

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Lejos del bullicio de avenidas, del calor estresante del asfalto y del aire impuro que emana de los mofles; lejos de Guadalajara hay un lugar donde la naturaleza encontró refugio, con todo y sus miles de especies de plantas que en la ciudad ya no caben, y los animales que en el entorno urbano existen sólo dentro de alguna jaula.
A poco más de 200 kilómetros al noroeste de ese holocausto de concreto, pasando por el municipio de Autlán de Navarro y 10 kilómetros de curvas empinadas de brecha, en los estados de Jalisco y Colima, permanece en lo más alto de los relieves de la zona, como para coronar la superficie con tupidos follajes, con el aletear del colibrí junto al multicolor de las flores que brotan del verde palpitante, con los pasos del venado en la hojarasca y el vuelo del águila sobre imponentes columnas de pino, es ahí en donde majestuosa yace la Sierra de Manantlán.
Lugar de manantiales, significa su nombre. Es un espectáculo ecológico de 140 mil hectáreas que fueron declaradas desde 1987 reserva de la biósfera, con el fin de conservarla y aprovecharla para la investigación.
Cae la noche sobre la sierra, pero el espectáculo sigue. Las estrellas —que siempre se ven— cobijan hasta la más alta copa de los árboles de más de 20 metros de altura. Ya no se escucha el canto de ninguna de las más de 300 especies de aves que habitan, pero sí el de los insectos, y tal vez el rugido del jaguar o el lince a la distancia. Pasan las horas en la sierra y despacio recupera su color, para iniciar nuevamente su armonioso ciclo natural.

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