Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (LEGOM)

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Luego de ver por vez primera el montaje de su obra Demetrius, dirigida por Víctor Castillo, con actuaciones de Azucena Evans y Carlos Cacho, el dramaturgo Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (LEGOM) dice riendo: “Antes y después de ver la obra, me quedo con el texto”. Luego, más serio, apunta: “Me queda la sensación extraña y agradable de ver a un nutrido público que asiste entre semana al teatro, que está dentro de la obra. Me gusta ver actores talentosos que juegan para construir en conjunto algo de lo que tiene el ser humano”.

¿De qué se ríen?
Confrontado con lo que vio en escena y con la idea que él tiene y defiende del teatro, LEGOM sigue preguntando de qué se ríe el público cuando ve sus obras. “Siempre me parece increíble ver a la gente reír. Demetrius parte de un cuestionamiento personal. La historia que cuenta es que tengo 40 años, no tengo riñones y no hice nada con mi vida: eso es lo que está de fondo. Por eso en Demetrius, como en otras de mis obras, en ocasiones sufro cuando la gente se ríe. El público suele ser una mierda. Nada le provoca más risa que las desgracias ajenas. Cuando escribo, muchas veces pienso: ¡Aquí les va, ríanse, miserables! La gente se ríe de cosas terribles, que a mí me espantan”.
Su tono y su mirada nunca pierden la agudeza irónica que caracteriza su dramaturgia. “Este montaje refiere códigos de la farsa, que curiosamente funcionan. Ahí está el público aplaudiendo. Quizá este código tiene que ver con la manera de acercar a la gente. Es algo parecido al tono con el que aborda la televisión estos textos, y aunque no soy de esta idea, no tengo mucho que decir. Yo escribo teatro, soy profundamente respetuoso con la escena. Yo no dirijo, y por ello creo que la solución es la adecuada”.
Acostumbrado al diálogo entre su escritura y la escena, asume que como autor hay una serie de cosas por negociar con lo visible del teatro. “No recuerdo un solo montaje que se haya parecido a lo que pienso que es el teatro, probablemente porque mi idea sobre él no le gustaría a nadie. Aunque les sorprenda, idealizo demasiado la escena y la imagino refinada. Por eso no entiendo que algunos que leen mis textos me crean un barbaján. Yo siempre estoy leyendo otra cosa. A veces no quiero imaginar la escena, porque pienso mucho en las palabras, con ellas trabajo, pero cada montaje a su vez me regresa otras y me pide reconstruir. Sí entablo diálogo con la escena, porque sigo buscando que me entiendan. Sin embargo, lo que tengo que negociar con el quehacer teatral lo hago desde el texto”.

Tradición y ruptura generacional
La dramaturgia mexicana formaba a los nuevos autores en los talleres de los grandes maestros. Una generación tras otra heredaba la estafeta del Teatro Ulises, del periodo postrevolucionario y así sucesivamente. LEGOM es contundente: “No le debo nada a la dramaturgia nacional. No sólo no aprendí de los grandes maestros, sino que siempre estuve en contra de lo que decían, incluyendo su dramaturgia. Entiendo el peso de autores como Emilio Carballido, tampoco niego su valor en la historia, pero a mí no me enseñaron. No es sólo mi caso, en general mi generación ha crecido en esta sana orfandad de la dramaturgia mexicana”.
La dinámica que desde hace muchos años caracteriza al teatro, ha colocado al dramaturgo, sobre todo al mexicano, un poco al margen del quehacer escénico. El puesto de privilegio ha sido el de los directores y escenógrafos. “Creo que la historia comienza en los ‘70, cuando los grandes directores de teatro deciden que no montarán obras de autores mexicanos y toman por asalto los presupuestos, acompañados de los escenógrafos. Esa historia se mantiene por más de 30 años. Creo que el resultado fue que alejaron al público del teatro. Una cosa que hacemos los dramaturgos de esta generación es pensar en el público, hacerlo regresar a los teatros. Lo que buscamos, y creo que lo estamos consiguiendo, es presentar modelos de teatro que nos coloquen en igualdad de circunstancias con los otros participantes de la escena. A fin de cuentas la esencia del teatro está en el público, el actor y el poeta que acompaña este diálogo”.

Maestro y modelo
Comprometido claramente con su oficio, LEGOM confiesa sus filias y fobias con el teatro. “No quiero ser ofensivo, pero no admiro a la escena. A quienes admiro de corazón es a los escritores. El hacer escénico tiene que ver con la convivencia, mientras que yo soy un poco sociópata. No me gusta estar entre mucha gente, menos cuando se trata de ver una de mis obras. Sin embargo, mi trabajo me obliga a hacerlo”.
Si bien no reconoce en la dramaturgia nacional ningún interés ni influencia, acepta una total admiración por Esquilo. “Soy un imitador de Esquilo, pero soy tan malo, que a veces creen que soy original. El día que aprenda a imitarlo descubrirán que soy un delincuente. Imitar implica hablar con el público, con la escena y buscar soluciones más allá de la mera repetición del molde. No sé si Esquilo lo pensaba, pero yo escribo teatro para saber algo, no porque sé. ¿Qué sabré mañana del ser humano? Es algo que me preocupa. En eso trabajo”.

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