Las epifanías de Benjamín

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Si pudieras viajar en este momento, ¿a dónde irías? Los turistas resumirán los destinos en playa, bosque o ciudad. Los viajeros en paisajes, historias, aventuras. El turista vacaciona. El viajero simplemente viaja, se mueva de lugar o no. En el viaje se encuentra a sí mismo, y también se pierde. Cada viaje suyo implica una epifanía.
Walter Benjamin, filósofo berlinés identificado con la Escuela de Frankfurt, un día decidió viajar. Cuando hacerlo era aguardar hasta que la locomotora apareciese entre el humo y la nieve, entre un café y una novela policiaca; cuando el bolchevismo se imponía con la misma fuerza con que se gestaba el nazismo. A la prosa resultado de sus viajes, Benjamin la nombró Denkbilder.
“Según Adorno, ‘Denkbilder’, como palabra, fue incorporada al habla de la época para sustituir a ‘Idee’, desgastada por el uso. Su significado media en la interacción entre sujeto y objeto y, además, incluye su propia mediación para captar y fijar en un instante una imagen dada insertada en el tiempo”, dice Adriana Mancini en la introducción a Denkbilder. Epifanías en viajes.
El libro es una miscelánea literaria, histórica, filosófica, que Benjamin no concibió en sí como obra conjunta, pero reúne escritos que encajan perfectamente con dar identidad a los lugares visitados, a los acontecimientos o a los sueños. El viajero debe estar dispuesto a mucho, “Porque hay que viajar a cada lugar en la época del año en la que su clima es más extremo. Pues cada lugar está adaptado justamente a ese clima y sólo se lo comprenderá a partir de esa adaptación”, dice Benjamin.
Esta edición, recién impresa en 2011 bajo el sello argentino El cuenco de plata, es bella por fuera como por dentro. Con la misma traducción de Susana Mayer que en 1992 publicó Imago Mundi, reaparece ahora en las librerías para capturar, literalmente, a lectores prevenidos o incautos que de cualquier forma viajarán en compañía.
Luego de morir su padre, a finales de 1926, Walter Benjamin viajó a Rusia. Estuvo en Moscú casi tres meses, durante los que escribió el texto más largo de los que forman el libro. En él habita no sólo el asombro de una época, sino la complejidad social rusa, mezcla de las costumbres y el paisaje: “[En Moscú] el ojo está infinitamente más ocupado que el oído. Los colores ofrecen lo máximo que pueden sobre el fondo blanco. El más pequeño jirón de colores parece arder al aire libre”.
Como todos los forasteros, Benjamin sucumbe ante la Ville Lumií¨re. París, la ciudad multiplicada como en juegos de espejos, de nombres que recrean todos los enigmas, “porque hay barrios enteros que revelan su secreto en los nombres de sus calles”. Benjamin sabe que París es un eufemismo del misterio literario, “pues hace siglos que la hiedra de hojas sabias se prendó de los muelles despojados del Sena: París es un gran salón de biblioteca atravesado por el río”.
Epifanías que brotan al apropiarse de las ciudades, de su vida común trasladada al plano del relato de la memoria. Aunque los descubrimientos no se limitan a la geografía. Lo mismo aparece el placer del alimento y la lectura: “¡Cuántas ciudades se me revelaron en mis expediciones a la conquista de libros!”, dice Benjamin; de tomar el desayuno en un bistró parisiense, “Y junto con el café tomas quién sabe cuántas cosas: tomas toda la mañana, la mañana de ese día y a veces también la mañana perdida de la vida”.
Benjamin despliega parte de su escritura más personal, quizá como premonición al que será su último viaje en 1940, cuando al huir del régimen nazi rumbo a Estados Unidos, donde lo esperaba Theodor Adorno, cruzó los Pirineos hacia España. Luego de pasar una noche en el pequeño pueblo de Portbou, esperando su deportación a Francia, decide suicidarse con morfina, según la versión oficial. Versión de la que muchos no están seguros, entre ellos el cineasta David Mauas, que retoma el suceso en su valioso documental Quién mató a Walter Benjamin, disponible en Internet: www.whokilledwalterbenjamin.com.
Al final, las Epifanías en viajes de Walter Benjamin culminaron en la trascendencia, propósito de todo viajero, donde “El tiempo, en el que incluso vive quien no tiene morada, se vuelve palacio para el viajero que no dejó ninguna al partir”.

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