La venganza de Eros

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El 17 de febrero de 1903, desde París, en una de las cartas que se han vuelto clásicas desde su publicación, Reinar Maria Rilke le indicaba al joven poeta Franz Xaver Kappus: “No escriba versos de amor. Rehúya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya la multitud de buenos, y en parte, brillantes legados. Recurra a los que cada día le ofrece la vida. Describa sus tristezas y anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada humildad, sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que le rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo”.
Las Cartas a un joven poeta, de Rilke, fueron publicadas en 1929 y sus reflexiones y consejas aún son prácticas en gran medida. Pareciera que hubieran sido escritas ayer, y no hace más de ochenta años. Cuando vieron la luz pública, Gonzalo Rojas apenas había cumplido doce años. Había nacido en Lebu, Chile, en 1917, y su primer cuaderno de poemas (La miseria del hombre) lo publicó en 1948. No dejaría de escribir y publicar sino hasta su muerte, acaecida hace unas semanas, el 25 de abril, en Santiago de Chile.
En una antología de Gonzalo Rojas, editada por Hiperión en 1991, el lector puede encontrar poemas del autor con fecha del treinta y seis, año en el que el poeta había cumplido diecinueve años, misma edad que tenía Franz Kappus cuando se carteó por vez primera con Rilke. De hecho, Las hermosas del poeta chileno abren un largo periodo de escritura en relación siempre con el amor y el erotismo, desoyendo, de algún modo, las enseñanzas del autor de Las elegías de Duino y Las historias del buen Dios.
¿O habrá leído Gonzalo Rojas el joven las cartas rilkeanas? En todo caso, le hubieran intimidado y a estas alturas no le llamarían el “poeta del amor”.

Vida, poesía y erotismo
Resulta increíble que no se haya elegido al menos un texto de Gonzalo Rojas en un breve y bello tomo de Círculo de Lectores, publicado en 1976 (que hicieran Juan García Sánchez y Marcos Ricardo Rojas) y que lleva como título Poesía erótica castellana, y que prologó Julio Cortázar.
El compendio abarca un amplio periodo que va de los nombres de —y se guarda el tiempo en sus fechas de nacimiento o muerte dando inicio con— Ben Farache de Jaén (¿?-976) y concluye con Jaime Siles (1951). No obstante, no encuentra el lector el nombre del chileno por ninguna parte. Es extraño, ya que Gonzalo Rojas es uno de los poetas fundamentales en nuestra lengua y ampliamente conocido desde hace décadas. Basta leer Las hermosas para enterarse de la sublime inclinación del bardo al goce erótico –lingí¼ístico al menos.

Oh cuánto me arrepiento
de haber perdido aquella noche,
bajo los árboles,
mientras sonaba el mar entre la
niebla
y tú estabas eléctrica y llorosa
bajo la tempestad; oh cuánto me
arrepiento
de haberme conformado con tu
rostro,
con tu voz y tus dedos,
de no haberte excitado, de no
haberte
tomado y poseído……

Jadeó alguna vez el joven poeta para, mucho después, en Pekín, en 1971, ya en otro tono pleno de madurez y distancia —contemplativo, digamos— expresar: “Ese mandarín hizo de todo en esta cama con espejos, con dos espejos: / hizo el amor, tuvo arrogancia / de creerse inmortal, y tendido aquí miró su rostro por los pies, / y el espejo de abajo le devolvió el rostro de lo invisible…”.
¿Rilke hubiera enrojecido al leer los ardientes versos de joven Gonzalo Rojas? ¿Le hubiera reprochado sus palabras a Rojas el viejo? Lo cierto es la muerte del poeta y que no se encuentra entre las páginas de la Poesía erótica castellana, algo que estamos seguros a él no debió importarle, pero a cualquier lector atento llama la atención, como asimismo una cita que hace Cortázar (en el prólogo), de Aldo Pellegrini, donde define: “Un falso erotismo sin amor constituye la base de la pornografía, como tampoco el erotismo debe confundirse con lubricidad, la que, por deformación y exageración de lo erótico, constituye la caricatura de la sexualidad”.
Ante ese rigor, que suena a moral, ¿dónde ubicar, entonces, los poemas de Gonzalo Rojas, si todo en él nacía del férvido fornicio?

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