La teoría pura y la solución de los conflictos

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Cuando Aristóteles propuso una clasificación de las ciencias, distinguía entre aquellas que procuran conocimientos teóricos y las que pretenden el entendimiento práctico. Las ciencias teóricas son las que, sin más, tratan de satisfacer la pretensión humana de querer saber. En cuanto a las ciencias prácticas, se hace referencia a los saberes que conviene cultivar con la finalidad de ayudar al hombre y las comunidades a tener una vida buena o feliz. Sin embargo, pretender establecer las pautas para vivir y convivir resulta muy oscuro y, en ocasiones, hasta engañoso; por ello la máxima socrática: “Una vida sin examen no vale la pena ser vivida”, nunca perderá su vigencia.

Las disciplinas prácticas, de acuerdo con el estagirita, son la política y la ética. Mientras que la política, en tanto disciplina filosófica, procura estudiar las maneras de tener una mejor convivencia entre los miembros de una sociedad, la ética se encamina a examinar las conductas con que conviene conducirnos para aproximarnos, lo más posible, a lograr esa ambigua pretensión humana de ser felices.

Otra manera de entender el carácter práctico de la ética se resume en la pregunta: ¿qué debo hacer? Todos los humanos nos hacemos a diario esta pregunta para orientar nuestras acciones y tomar decisiones, pero también es muy frecuente que nos equivoquemos. Decidimos un rumbo de acción porque creemos que es el mejor y, el resultado, con mucha frecuencia, llega a ser adverso a lo esperado. A pesar de las equivocaciones que cometemos al tratar de enfrentar las incógnitas de la ética, estoy convencido de que los errores pueden disminuirse cuando la reflexión antecede a la acción.

La tenaz cavilación sistemática para responder a las interrogantes de la filosofía práctica ha acompañado a la humanidad por más de 2 mil 500 años y resulta difícil creer que se abandonará, al menos mientras la humanidad pensante siga existiendo.

La filosofía ha sido duramente criticada, no sin razón, por ocuparse de asuntos que parecen no tener respuesta. Pero es justo en esta falta de certidumbres donde radica su encanto y vigencia: los humanos buscamos respuestas a interrogantes vitales y complejas y no queda más remedio que seguir ensayando alternativas de solución.  Ante el impactante desarrollo de la ciencia y la tecnología surge una implacable paradoja: entre más sabemos nos damos cuenta que menos sabemos; de esta manera, por ejemplo, en tanto que se incrementa el conocimiento de la genética, nuevos universos desconocidos sobre este microcosmos saltan a la vista y nuevas inquietudes sobre sus aplicaciones nos alertan.  Aunado a lo anterior, surgen nuevas interrogantes para la filosofía y el reclamo ante la falta de respuestas inmediatas, parece estar más vigente que en ninguna otra época de la historia; en otras palabras, una nueva paradoja resuena vivazmente: ante la insatisfacción de las respuestas de la filosofía a las nuevas interpelaciones de la ciencia, no parece haber otra alternativa que seguir filosofando”.

De manera específica se ha cuestionado a la filosofía práctica por haberse ocupado más de plantear teorías y definir conceptos, pero sin ofrecer soluciones viables a las interrogantes prácticas. Ante la urgencia de un criterio convincente para enfrentar las interrogantes morales que genera el desarrollo tecno-científico crece la exigencia de una nueva forma de hacer filosofía; en otras palabras, no es suficiente con pensar la realidad problemática, se requieren, además, estrategias racionales, sustentadas y convincentes para afrontarla. Tal pareciera que la llamada filosofía práctica, anunciada por Aristóteles, se hubiera desarrollado como una filosofía teórica.

La violencia cotidiana, la desigualdad vigente, el daño ambiental, la insatisfacción ante las formas de gobierno, las incógnitas de la ciencia, la tecnología y la biotecnología son, entre otras, inquietudes del mundo contemporáneo, situaciones que reclaman no sólo de reflexiones puramente teóricas sino alternativas de solución que permitan que la gran promesa de la filosofía práctica también genere alternativas concretas de solución, sin el abandono del soporte de racionalidad que ofrecen la ciencia y la filosofía.

Si bien se ha creído que la filosofía es asunto de unos cuantos deschavetados sumergidos en los rincones de las universidades, las interrogantes más “simples” de la filosofía práctica y la filosofía teórica nos permiten darnos cuenta que más bien es un asunto de la humanidad.

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