La psicodelia interrumpida

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1968: Ser joven era ser revolucionario, libertador, emotivo, generoso, romántico, contestatario, trasgresor, irreverente. Entregar hasta las entrañas por un ideal. Arremeter contra el padre kafkiano, el símbolo opresor y castrante.
La voz rebelde de la juventud se escuchó en ciudades como París, Praga, San Francisco o la ciudad de México. Y surgió la posibilidad de gritar por cambios sociales dentro de unos países con fachadas democráticas. En una pinta de la capital francesa se leía en aquel mítico Mayo del 68: “La insolencia es la nueva arma revolucionaria”.
La consigna era manifestarse contra el status quo, contra todo orden establecido. Las mujeres empezaron a usar pantalón, a formar parte de la vida pública en un contexto machista, como señala en entrevista María Gracia Castillo, profesora investigadora del Departamento de Historia de la Universidad de Guadalajara.
Florece la música de protesta y se expande el rock and roll. Los ácidos (LSD) dan la posibilidad de ver los colores brillantes de la psicodelia. Los ideales socialistas se ven en los carteles callejeros (comienza la deificación del Che Guevara), y en la literatura se reflexiona sobre el autoritarismo.
Es el tiempo donde en la sangre coagulada de la Iglesia Católica se genera la Teología de la Liberación. En las escuelas combatían a la educación clasista y repudiaban los prejuicios sociales (María Gracia Castillo, dixit)
Los movimientos del 68 —de esencia festiva y grandiosa— no fueron concientes del todo de los claroscuros de la vida real. Aquellos jóvenes no tenían un proyecto constructivo de transición política y democrática. (Enrique Krauze, “El legado incierto del 68”, Letras Libres, septiembre, 2008).
En nuestro país, por la interrupción abrupta del movimiento del 2 de octubre, los ideales quedaron coartados, se convirtieron en una instantánea gris que no fue capaz de impulsar una verdadera reestructuración social en el país.
En México hemos hecho del 68 una especie de idolatría, se ha santificado una época a través de un solo día: el 2 de octubre. Esta fecha simbólica tiene un lugar privilegiado en la historia, a pesar de (o gracias) a la matanza sucedida en la Plaza de las Tres Culturas. Los jóvenes sacrificados pensaban en realidad en una democracia, sólo se pensaba en un cambio. (José Reyes González, profesor investigador del Departamento de Letras de la UdeG).

La noche de Tlatelolco y otros textos
El peso de la literatura nacional recaía en escritores como Octavio Paz, José Revueltas, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes y Elena Poniatowska [ver bloc de notas aparte], aunque desde una perspectiva más ensayística y periodística.
Destacan otros como Eraclio Zepeda, Jaime Labastida, Parménides García Saldaña, incluso desde el halo místico, Antonio Velasco Piña. Aunque probablemente las únicas novelas que tengan al 2 de octubre como escenografía narrativa sean Que la carne es hierba y Hemos perdido el reino, de Marco Antonio Campos.
(Pueden encontrarse más poemas que obra de largo aliento con este contexto. Destacan: “Memoria de Tlatelolco”, de Rosario Castellanos; “México: Olimpiada de 1968”, de Octavio Paz, y “El espejo de piedra”, de José Carlos Becerra).
Algunos escritores olvidaron los compromisos sociales e hicieron una literatura para la creación y por la creación desde los mundos imaginarios, alejados de la realidad. Éstos se alinearon con el sistema político a través de una serie de becas y premios, y desde entonces viven de los subsidios gubernamentales y casos contrarios como el de José Agustín que ha mencionado que su primera novela La tumba (1964), fue premonitoria del movimiento del 68 en México.
Octavio Paz y Carlos Fuentes, autoridades intelectuales desde entonces, se debatían entre seguir viviendo del Estado o criticarlo. Paz renuncia a la embajada de la India y marca con su libro de ensayos Posdata —que fue incluido en las posteriores ediciones de El laberinto de la soledad— una postura crítica que marca el inicio de una avanzada intelectual que se prolongó desde la creación y hasta final de las revistas Plural (en su primera época) y Vuelta.
Pero quienes sí señalaron sin tapujos al Estado mexicano quedaron marginados o fueron incluso encarcelados, destacan jóvenes como Luis González de Alba, uno de los líderes del movimiento y que forjara a partir del 68 una carrera como escritor y columnista. Aunque uno de los casos más simbólicos de represión intelectual la sufrió el escritor José Revueltas. Visitante asiduo (por sus ideas comunistas y su activismo) a la mítica cárcel de Lecumberri, el duranguense escribe en su novela El apando una crónica imprescindible de los conflictos ideológicos de la época, y de la brutalidad con que el gobierno aplastaba a la disidencia política.
Hubo otros que se mantuvieron fuera de los conflictos sociales y políticos y construyeron una literatura con una vocación profundamente estética, como José Emilio Pacheco, Fernando del Paso, Juan José Arreola, Juan Rulfo y Homero Aridjis, entre muchos otros.
Al final sí logra identificarse una literatura rebelde, se publicaron novelas irónicas y reflexivas que caricaturizaban a los políticos, apareció el narrador todopoderoso y surgieron tendencias literarias como el infrarrealismo, etnoliteratura, y el poeticismo que es el único movimiento de esa época vigente en nuestro país.
Los escritores mexicanos actuales, los que tienen entre 35 a 40 años, rompieron totalmente con ese esquema, porque no les tocó vivirlo, no lo conocían, o ya no existe el interés (José Reyes González, dixit).

Voz popular
Las artes plásticas estaban influenciadas por los ideales del bloque socialista y el cartel fue el gran protagonista del 68 (Ernesto G. Franco, investigador del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la UdeG).
Los grabados y serigrafías relacionadas con el fascismo, soldados, campesinos, ciudad, industria, la V de la victoria, “El Che” Guevara, Gandhi, personas con cadenas tapándoles las bocas, los granaderos con cara de orangutanes y caricaturas del presidente Díaz Ordaz eran los iconos más usados.
Tras las imágenes rebeldes estaban los creativos Ignacio Aguirre, Raúl Anguiano, íngel Bracho, José Chávez Morado, Jesús Escobedo, Francisco Mora, que influenciados por los pintores muralistas, encontraron una forma de desarrollar la libertad.
El tiempo era corto, había que idear la imagen rápido y hacer pegas callejeras con engrudo o cinta para anunciar reuniones políticas.
La Escuela Nacional de Artes Plásticas, la Academia de San Carlos, el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad de Chapingo, la Normal, se convirtieron en los cuarteles creativos donde los muchachos utilizaron el grabado o la serigrafía ya que permitía con poca inversión hacer numerosos carteles impresos en papel revolución a dos tintas (Ernesto G. Franco, dixit).

Sonidos del 68

Édgar Corona

En 1968 surgieron diferentes manifestaciones culturales. Como siempre, quizá la que mayor impacto logró y a su vez identificó a esa generación de jóvenes fue la música.
Jimi Hendrix publicó Electric ladyland. Su conjuro musical contagió a los ansiosos por una propuesta novedosa y libre. Fue así que entre centelleos incesantes en el escenario, compases con resquebrajo en la base rítmica, alucinógenos, pero sobre todo, con rasgueos propios e inigualables en la guitarra, el género de la psicodelia encontró en Hendrix a su mártir.
Ese mismo año se editó In-A-Gadda-Da-Vida, de Iron Butterfly. Himno de más de 17 minutos de duración que rinde tributo total a la psicodelia.
En Inglaterra, Pink Floyd daba un paso certero con A saucerful of secrets. Con esto despegaba una de las agrupaciones más trascendentes en la historia del rock.
The Beatles refrendaba su capacidad creativa y su popularidad con White Album. Trabajo indispensable en su carrera que obtuvo cinco estrellas, la calificación más alta que concede la crítica. Algo que muy pocos consiguen.
The Rolling Stones no se quedó atrás e hizo lo suyo con el legendario álbum Beggars Banquet. Los “niños malos del rock” hacían acto de presencia con la canción “Sympathy for the devil”.
En el otro extremo, Simon & Garfunkel lograron estremecer al mundo con la melodía “Sound of silence”. Canción de corte pop que reflejó de forma perfecta el desencanto de la generación sesentera.
En México, los medios de comunicación se encargaron de fabricar estereotipos políticamente correctos. La música que se difundía a través de la radio consistía en los canturreos de Enrique Guzmán, Angélica María, César Costa, Manolo Muñoz, entre otros. Paralelamente se podía escuchar a José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, ílvaro Carrillo y Cuco Sánchez.
La contraparte la estableció la música latinoamericana de protesta. Óscar Chávez y Judith Reyes mostraron en sus composiciones una actitud crítica ante lo que acontecía. Como un testimonial de lo ocurrido en la Plaza de Tlatelolco, Óscar Chávez grabó el disco México 68.
El rock hecho en México fue marginado. Se carecía de espacios para que las agrupaciones pudieran expresarse. Esto con los años desencadenó el surgimiento de los llamados hoyos funky, en donde improvisadamente las bandas organizaban sus tocadas, que por lo general concluían con las clásicas redadas.
A la postre, específicamente en la década de los 80, el grupo punk Masacre del 68, rendía homenaje con su nombre a los estudiantes asesinados el 2 de octubre. Aquel 1968 sintetizó una época en donde se gestó música trascendente. Sonidos que hasta la fecha continúan evocando imágenes y sorprendiendo.

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