La poesía en los bordes

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Entre la tendencia a la aparición de una creciente ola de poetas “inentendibles para el mundo y, me atrevo a decir, inentendibles para sí mismos” —sugeriría José Vicente Anaya— surgen insolaciones como ésta: La insolación del fuego de José Reyes González (ensayista, poeta y académico de la Universidad de Guadalajara, quien recientemente ha presentado la obra con la que en 1995 se hizo acreedor al Premio Nacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz).

La pregunta, que se ha convertido en una recurrencia moderna, sobre “¿Para qué sirve la poesía?”, no únicamente está presente a partir de las respuestas que ensaya en sus páginas: “No es necesario el grito de los desaforados que te buscan para justificar imposibilidades (…) Sólo basta buscarte en lo elemental”, sino como cuestionamiento fundacional propuesto desde la primera línea, que da lugar a una respuesta en dos direcciones en donde “la primera implica un no sirve para nada, y la segunda, un sirve para todo”, porque la poesía se encuentra —bien asumido lo tiene su autor— “en los bordes del todo y la nada”.

Durante la presentación del libro, en la que participaron el cofundador del infrarrealismo, el poeta José Vicente Anaya y autor del prólogo del libro, el novelista Marco Aurelio Larios, y el filósofo Fernando Guerrero González, autor del epílogo de esta obra, estuvieron de acuerdo en destacar la madurez de una poesía que no se funda sobre las bases de una emotividad pasajera, ni sobre la palabra rebuscada, ni sobre el elitismo lingüístico inaccesible y vacuo de sentido. Porque antes de escritor y un observador implacable —crítico de quien vive en el mundo sin verlo— José Reyes es un asiduo lector, un navegante entre corrientes, un cuidadoso indagador de las herencias europeas y estadounidenses, pero principalmente un poeta que ha bebido de las fuentes de las vanguardias latinoamericanas y que sin insertarse de tajo en ninguna de ella, tiene un impregnado aire creacionista, costumbrista y estridentista estampado en sus líneas.

En aquel borde entre lo que la palabra funda (el todo) y lo que alcanza a rescatar del mundo como referente (quizás nada) La insolación del fuego es una reiteración de aparentes afirmaciones indiscutibles que, sin embargo, terminan por redefinir el sentido de obviedad, cuando —por ejemplo— entre la noche y el día el poeta logra poner en duda los elementos que suelen definirlos: la luz, la oscuridad, el sueño, la vigilia e, incluso, la sensación de salvaguarda a plena luz del día, pues el poeta rehúye a ella a toda costa “abrid, abrid, el Día me persigue”. Sintetiza en una decantación que se antoja simple (que no sencilla)  un existencialismo en el que la vida con sus contundentes verdades no son más que sueños generados en el punto donde todo se funda mediante el sueño:

“Acaso ignores que la noche también duerme,/ sueña lo mismo que nosotros,/ dibuja lo que habremos de vivir/ al día siguiente./ Acaso la noche nos saca de la imaginación,/ y nos embroca en el día mientras duerme,/ o se queda a comprobar los sueños/ y nosotros no tenemos más remedio que vivirlos./ No lo ignores. La noche también sueña.”

La insolación del Fuego (Acento Editores, 2015) es el décimo libro publicado de un autor meticuloso no sólo en la poesía, sino en el ensayo literario y en los estudios semióticos quien además de trabajar actualmente en los fundamentos para una Semiótica de Cuarta Generación (continuando y reconfigurando el trabajo del lingüista francés Algirdas Greimas), ha dedicado parte de su escritura a la revaloración de la obra de José Revueltas así como a la de la poesía latinoamericana. “un poeta interpelante”, asegura Guerrero González “[que] nos desafía a saborear y experimentar eso bella locura discordante e injustificada que emana de la eclosión profusa de la vida”.

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