La industria editorial en la era digital

1339

Desde la creación de la imprenta, hacer libros es un proceso que en buena medida depende del desarrollo tecnológico y de los vaivenes financieros, además de aspectos elementales como la alfabetización, la formación de públicos y la promoción cultural. No fue sino hasta el siglo pasado cuando la vida del libro como mecanismo de transmisión del conocimiento comenzó a ligarse cada vez más a su comercialización y a la expansión de un sector hasta crear industrias económicas relacionadas al libro y la cultura.
Junto con la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), el sector editorial atraviesa también una fase de transición en sus sistemas de producción y mercadeo que modifica de manera directa los hábitos de lectura y las implicaciones que éstos generan en una sociedad.
En este sentido, recientemente se discute en todo el mundo el tema del libro electrónico frente al de papel; no por la cuestión de la supervivencia del libro impreso —ese es un asunto colateral que nos rebasa, al menos en México, dadas nuestras condiciones de desarrollo cultural. Tenemos otras prioridades—, sino por la dinámica de competencia económica que esto genera.
Uno de los debates acerca del tema es sobre el proyecto Google Books, creado para digitalizar los contenidos de fondos bibliográficos de universidades y bibliotecas públicas estadounidenses de libros llamados “huérfanos”, es decir, libros agotados y libres de derechos, editados antes de 1923, para ofrecerlos de forma gratuita en bibliotecas y cobrar por el acceso completo a esos volúmenes en la Red.
La idea, en principio, parece saludable para la libre divulgación del conocimiento, la promoción literaria y la gratuidad de la información. Sin embargo, según fuentes de diarios como The New York Times y The Wall Street Journal, las colecciones combinadas a digitalizar superan los 15 millones de volúmenes, no todos libres de derechos.
Hay que tomar en cuenta que Google no produce los libros que vende, no es una editorial, sólo escanea libros agotados y libres de derechos, sin importar que en cualquier rincón del mundo alguna editorial venda el mismo título, sea de Víctor Hugo, Edgar Allan Poe, Sor Juana o Shakespeare. Además de que no es lo mismo un libro electrónico (e-book, desarrollado ex profeso para gadgets de lectura en pantalla como el Sony Reader o el Kindle de Amazon) que la digitalización de un título o el archivo digital en PDF de un libro creado para imprimirse.
Esta situación ha recorrido un largo camino desde 2006, cuando el gremio de escritores estadounidenses presentó una demanda en un tribunal de Nueva York sobre los derechos de autor de las obras y alcanzaron un acuerdo en octubre de 2008 por un valor de 125 millones de dólares por el escaneado y la explotación digital de 2 millones de libros.
El punto álgido del conflicto se concentra en las más de 400 impugnaciones al acuerdo que propuso Google, impulsadas por la Open Book Alliance, encabezada nada menos que por Microsoft, Yahoo! y el portal de venta de libros en línea Amazon.com.
Ante ello, el Departamento de Justicia de Estados Unidos ha pedido a un juzgado de Nueva York que revise el acuerdo de Google y la legalidad de dicho pacto, en una anuencia programada para el pasado 7 de octubre y pospuesta hasta noviembre próximo.
Evidentemente el epicentro del conflicto es comercial. Microsoft, Yahoo! y Amazon tiemblan ante el proyecto borgeano de contener en un solo espacio todos los libros producidos sin llevarse nada a los bolsillos, y se escudan con grupos editoriales estadounidenses y europeos previéndoles de su ocaso si Google logra sus objetivos.
El tema tiene implicaciones que pueden sentar precedentes en cuanto a asuntos rezagados, como son la modificación de los hábitos de lectura, la gobernanza en internet, el derecho a la información, la libertad y —al mismo tiempo— la regulación de contenidos, y las leyes de propiedad intelectual (a partir de este conflicto, los autores deberían revisar en sus convenios con las editoriales la libertad que les ceden de comercializar su obra en internet o como libro electrónico).
Pese a que editoriales como el FCE, la UNAM, Conaculta, Plaza y Valdez, Océano, ERA, Castillo y Siglo XXI ya forman parte de Google Books, es un hecho que en México internet se desarrolla bajo un modelo de masiva exclusión social, cultural y económica, que no atiende políticas públicas que garanticen que la población tenga acceso universal a las TIC bajo criterios públicos, transparentes y equitativos.
Sin duda, cualquier proyecto de digitalización de contenidos no es un producto de mercado que pueda definirse de forma unilateral, el debate debe girar en torno al acceso a la información desde toda su complejidad cultural, lingí¼ística, étnica, política, social, económica y legal, por lo que el asunto no es meramente tecnológico o comercial.

Artículo anteriorRainer Simon
Artículo siguienteLuchas de lodo