La huérfana poesía

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Basta una sola mirada para encontrar, en la poesía de Antonio Machado (1875-1939), el espacio en donde se originó toda la producción del autor de entre un gran número de libros, el de Soledades (1903). Hoy, si comparamos lo escrito por el bardo Sevillano con los versos de los poetas actuales, descubriremos que ya es poco probable que, por ejemplo, se describan los paisajes y la (tal vez poca) naturaleza de Madrid.
En autores como Machado es muy clara la pertenencia, el lujo de detalles que se describen de los paisajes en donde fueron escritos, o al menos se concibieron, cada uno de los poemas. Tal vez debido a que la poesía actual guarda un sentido más bien mental, o quizás a que ya la naturaleza, la arquitectura, y en sí todo el paisaje, se haya desvanecido de la mirada de nuestros poetas.
Sería muy poco probable, por ejemplo, pedirle a un versificador de la Ciudad de México que lograra captar algunos breves momentos en los cuales los árboles fueran quienes mostraran el color local en su poesía, pues a pesar de que aún existen espacios boscosos en la capital mexicana, ya quienes ofrendan su tiempo —y su vida— a la escritura de versos, poco se fijan en la copa verde de un garrido árbol y mucho menos se entretendrían en ofrecernos lo que han visto en algún paseo por el Bosque de Chapultepec.
Podríamos decir que de algún modo la poesía ha perdido a la Naturaleza, o bien, que la Naturaleza ha perdido los ojos de los poetas. Lo cierto es que ya casi todo texto es parte de una “naturaleza” urbana y a quienes se entretienen o recrean el espíritu entre los paisajes, se les acusará de cursis cuando no de avejentados.
En Antonio Machado casi todo poema tiene un origen de pertenencia, de saludo a lo visto en alguna mañana y casi se podría decir que hay una identidad paisajística. Bien sea la ciudad de Sevilla (donde nació), o el Duero, Castilla, o Madrid (donde Machado fue a vivir su niñez), o tal vez París (donde pasó grandes espacios de su vida), o Soria (donde fue catedrático), el poeta que llegó tarde a la Generación del 98, pero allí se le reconoce, siempre recogió una parte no solamente de sus estados de ánimo y altura de pensamiento, sino que también logra capturar fielmente las calles, los caminos, la arquitectura y, sobre todo, el paisaje. La naturaleza todavía para Machado, como también lo fue para Octavio Paz, es una parte esencial en cada verso, en cada momento lírico y base fundamental de la fecha y los instantes en los que se escribieron algunos de los más hermosos versos de estos rapsodas de nuestro idioma.
Hay, entonces, carta de identidad en la obra de Machado, y podemos aún disfrutar del espacio como si en verdad en la lectura nos ubicáramos en el lugar que no solamente se describe, sino que además se piensa y se hace sentir al lector.

A la desierta plaza / conduce un laberinto de callejas. / A un lado, el viejo paredón sombrío / de una ruinosa iglesia; / a otro lado, la tapia blanquecina / de un huerto de cipreses y palmeras, / y, frente a mí, la casa, / y en la casa la reja / ante el cristal que levemente empaña / su figurilla plácida y risueña. / Me apartaré. No quiero / llamar a tu ventana… Primavera / viene ¿su veste blanca / flota en el aire de la plaza muerta?; / viene a encender las rosas / rojas de tus rosales… Quiero verla.

Algo más ha perdido el poeta actual, no solamente su sentido de pertenencia a su lugar de origen, sino también su sentido histórico. Ya no encontramos algo que nos indique que algún texto se haya escrito en determinado momento de la vida de un país. Ya nadie dice (quizás debido a que el poeta ya no guarda una inclinación hacia su época y a su momento) exactamente lo vivido y su tiempo en éste. Sin embargo, quien alguna vez perteneció al movimiento Modernista el 7 de noviembre de 1936, en Madrid escribió: “¡Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena / tú sonríes con plomo en las entrañas”.
Con frecuencia decimos: somos “habitantes del mundo”, “ciudadanos universales” y nuestra poesía, la escrita por las nuevas generaciones, incluye casi nada de ese mundo y de su ciudad. Encontramos quizás solamente el sentido intimista, pero más bien, lo que se escribe tiene una parte de cada uno de los poetas: su mundito, su circunstancia, su estado de ánimo, pero ya no podemos afirmar que quien habla sea la voz de una comunidad, de un pueblo, de una ciudad…
No encontramos diferencias en casi nadie, tal vez debido a que ya en la poesía no se tiene noción de la voz particular. No hay, tampoco, esos poetas que muestren ser voces solistas de la comunidad: porque nada hay en los textos sobre ésta. En algunos casos ni siquiera verdadera poesía, hay, si acaso, estructuras poéticas, formas. Y en muy pocos la fuerza, la garra que exige, ya no digamos la gran poesía, sino un poema…
El poeta de hoy vigila al otro para imitarlo y se ha quedado sin nada. Antonio Machado logra volvernos a sus pasos, a una muy larga distancia y su poesía y el paisaje todavía tienen vida, sentido histórico y actualidad.

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