L. A. Woman épica del amor

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No menos impresionante resulta escuchar al Rey lagarto cantando “L. A. Woman”, que a Ray Charles cuando desconsolado clama por la ciudad de Georgia. En ambos hay un homenaje (casi) similar y conmovedor hacia dos entidades, que en el lamento son, en realidad, una sola. Sabrá Dios desde qué ventana, qué edificio o población, Charles gime y se arrebata hacia un pensamiento o las imágenes de la urbe. Al parecer su existencia la instala —a la hora del canto— en una lejanísima geografía.
Ray dispone el sollozo en Georgia, pero no la imagina de hierro o de cemento, sino de carne viva, de talles que son a la vez espirituales y pura sensualidad. En todo caso quien escucha, oye el gemir de un animal voluptuoso, ya que Georgia es transformada en deseos incontinentes; de seguro Ray Charles se ha aposentado en un cuarto de hotel y, solitario y bajo la semipenumbra, comienza el desconsuelo y el llanto y el deseo y el ánimo de estar muy cerca de su amada, seguramente negra y de cuerpo exuberante y sonrisa angelical. En definitiva Charles le canta a la vez que a la ciudad, a una cierta mujer gozada hasta el infinito. Es claro, entonces, el doble homenaje: a la ciudad de Georgia y a su chica. La urbe y sus calles y los pasos en la compañía de esa admirable hembra —alguna vez tomada de la cintura y presumida a pesar del anonimato que otorgan los moteles.
La historia narrada (y vivida) por Jim Morrison en “L. A. Woman” es muy distinta, no por ello semejante a la experiencia de Ray. Igual o distinta, la canción a la vez inmortaliza a las mujeres angelinas —inexploradas y vivas— y a la metrópoli, en un recorrido vibrante y diligente.
Morrison realiza el milagro de una magnífica crónica, épica y urbana, acerca de las mujeres de Los íngeles; Ray hace un relato intimista y apasionado de Georgia, y de su perdurable amante.
En ambos hay un vehemente aullido.

Los íngeles perdidos
Si no me engaño, la canción a “L. A. Woman” y su experiencia vital que le antecedió, es el resumen de todos los grandes viajes beatniks. No es fatuo pensar que equivale a la novela-manifiesto En el camino (On the road, escrita en 1951, pero publicada en 1957), de Jack Kerouac.
Veinte años después de On the road, el cantante realizó el sentido de este viaje, su real y verdadera marcha, el seguimiento, el camino. Le bastó apenas una hora y quizás toda una vida a Morrison para elevarse hasta lo más alto, hasta la cumbre de sí mismo: “Yendo ascendiendo, ascendiendo…”, y a la llegada a la ciudad, Jim descubre —en un estado mental alterado—, lo que después sería la letra de la canción. Mira a la ciudad, mira sus calles y a las mujeres caminar por las amplias avenidas. Las vuelve la ciudad. Las funde en su amada ciudad. Los íngeles es un doble símbolo: quienes la habitan y la urbe misma. Y eso no puede verse sino elevándose en el viaje más pulcro, yendo por el camino más claro de un trip: “Are you a lucky little lady in The City of Light /Or just another lost angel… City of Night”.
El alucine de Morrison nos regala un doble sentido claramente poético: la ciudad es la mujer y la mujer es la propia ciudad. Esto nos lleva a escuchar, en determinado instante:

Drivin’ down your freeways
Midnite alleys roam
Cops in cars, the topless bars
Never saw a woman…
So alone, so alone
So alone, so alone…

Se logra, entonces, la revelación. El sentido de la vida, del erotismo y de la muerte, pues “la verdad original de la vida es su vivacidad y esa vivacidad es consecuencia de ser mortal, finita: la vida está tejida de muerte…”, según Octavio Paz.
Y en el ascenso de Jim está la visión, la fórmula de la metáfora de la ciudad-mujer, de la sediciosa provocación de poseerlo todo a su paso. Viaje en el que al final no hay regreso. Pues el camino, que nos dejó un poema, también fue el encuentro con una decisión final: ir hasta lo más alto y ya no bajar. Después alcanzar un orgasmo al parecer infinito, mas no por eso falto de realidad. Es un poema visual y sensitivo, sensorial, en el cual todo pudo ocurrir, pues los senderos logran la experiencia y, a la vez, el reconocimiento de una vitalidad que nos puede herir y hasta matar. Jim Morrison nos lleva eternamente por la vida, a riesgo de su propia muerte.
A través de la épica morrisiana nos podremos encontrar con los ángeles, deseados y temidos a la vez: “Are you a lucky little lady in The City of Light /Or just another lost angel… City of Night /City of Night, City of Night, City of Night, woo, c’mon…”
El álbum desde donde la canción “L. A. Woman” se despliega, fue una especie de testamento; grabado en los albores de la década de los setentas, resume la lírica de quien con razón es llamado poeta y vidente. Bien podría decirse, también, que la ciudad de Los íngeles fue el lugar donde Morrison sostuvo uno de sus últimos viajes —murió en París el 3 de julio de 1971.

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