Kafka el desastre absoluto

1502
Franz Kafka (1883-1924) ecrivain tcheque ici vers 1910 --- Franz Kafka (1883-1924) czech writer c.1910

Mucho de lo escrito en su Diario, da la idea de que Franz Kafka (1883-1924) no se atenía a la justificación que el mundo daba a la mayoría de sus creencias. De algún modo él redactó un puñado de leyes para la vida, para su vida, que siguió sin ningún tipo de obligación. Se sabe que su existencia, por ejemplo —anodina para unos y misteriosa para otros—, careció de un norte más o menos determinado. Ahí, quizás, inconscientemente comenzó a gestarse lo que hoy se da en llamar “lo kafkiano”: ese concepto que emparenta algo con lo terrible, lo desastroso, lo doloroso. Una anotación en su Diario (con fecha 15 de noviembre de 1910, a las 10:00 pm), dice: “No dejaré que me domine el cansancio. Me lanzaré de un salto a mi narración corta, aunque me despedace la cara”. En apego a su obsesión absoluta: “Sólo soy literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa”.

¿Lo kafkiano será, tal vez, un vaivén frenético e imparable entre la esperanza y el desamparo? ¿Será un modo de resignarse y, sonrisa nerviosa de por medio, encarar la tragedia, o lo banal? En la narrativa kafkiana hay un sinnúmero de especímenes que, acorralados e incomprendidos, acaban sus días a la par del relato; de personajes —más bien parias, o convertidos en ello— que, con su muerte, colocan la cereza en el pastel de la historia que se cuenta. Grosso modo se trata, entonces, de un mecanismo que Kafka sigue o que, en dado caso, le fue fiel aunque lo mirara, a veces desde la acera de enfrente, no a mucha distancia. O lo kafkiano podría también desprenderse de esta línea de su Diario: “Yo, decaído como antes y como siempre. La sensación de estar atado y, al mismo tiempo, la otra, la de que si me desatara, sería aún peor” (21 de diciembre de 1910). El vaivén. El reposo. Decía Zenón que la flecha, en pleno vuelo, está en reposo. Lo kafkiano se acerca también a eso, a la imagen de una flecha en reposo.

Volviendo al tema de la muerte —con sus matices por supuesto—, tal vez ésta se acerque a una noción de lo kafkiano si consideramos lo siguiente: al final de El proceso Josef K. acaba sus días “como un perro”, ejecutado “tras una parodia de justicia”. Gregorio Samsa, en La metamorfosis, así como amanece un día convertido en bicho otro día aparece muerto. En La condena Georg, en un arranque inexplicable, cumple lo que su padre le manda: “Ahora te condeno a morir ahogado”. Y se arroja a las aguas. Y en El artista del hambre, el ayunador, camuflado con la paja de la jaula y olvidado de las multitudes, deja de existir. “Mi vida es la vacilación ante el nacimiento”, sentencia Kafka en su Diario. Y la vacilación, enmascarada o con todo su potencial, aparece en Josef K., en Samsa, en Georg y en el ayunador. ¿Vacilación, lo kafkiano?

Antes de su muerte, sin embargo, a cada uno de estos personajes les acontece algo inevitable: las primeras palabras de El proceso dan una idea de esto: “Alguien debió haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, fueron a detenerlo una mañana”. Lo mismo en La metamorfosis: “Al despertar Gregorio Samsa…, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto”. Al ayunador de El artista del hambre le pasa otro tanto: está cuarenta días dentro de una jaula sin probar nada. El público se emociona con él. Pero, poco a poco, la gente busca otras diversiones y el ayunador, en su soledad, acaba muerto en la jaula. La muerte de los personajes de Kafka, en suma, a menudo viene precedida por acciones fuera de sus manos. ¿Es esto lo kafkiano? ¿Un sistema poderoso y despótico? ¿Un peso mayor a sus fuerzas que no sólo acaba aplastándolos, sino que les corona la sien?

Dice Maurice Blanchot que “Kafka tal vez quiso destruir su obra porque le parecía condenada a profundizar el malentendido universal” (De Kafka a Kafka, 1981). ¿Se anticipaba, Kafka, a la presunción de lo kafkiano, a su reino en adelante? ¿A ese desastre absoluto, como apunta Blanchot? Existen señales que podrían apuntar a una tesis más o menos general de lo kafkiano: eso negro que se experimenta cuando se está inmerso en un vaivén frenético entre la desolación y la esperanza. “Nos es preciso esperar con él (con Samsa), puesto que espera, pero también hay que desesperar de esa espantosa esperanza que persiste”, escribe Blanchot. Los personajes de Kafka caminan, en su mayor parte, sobre esa cuerda floja. Aquí una última aproximación: la hermana de Gregorio Samsa, ya pasada la metamorfosis y por no poder llevar una vida como antes, le dice a su padre: “Este animal nos persigue”. Ahí, también, sin duda, lo kafkiano.

Artículo anteriorFallece doctora Luz María Villarreal de Puga
Artículo siguienteEl refresco dañino