Juan Gabriel o el sueño nacional

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Entre tantas banderas que hoy nos envuelven la vista y los oídos, aparece una auténtica provocación para lo que debería ser el centro de las conmemoraciones bicentenarias: la reflexión. Imágenes de la patria es una histórica muestra de la plástica nacional relacionada con la idea de nación. Los más extraños, antiguos y vigentes rostros de México se encuentran concentrados en 90 piezas que luego de exhibirse durante casi tres meses en el Museo Nacional de Arte (MUNAL), de la Ciudad de México, ahora crece a más de 130 obras que se exponen en el Museo del Noreste en Monterrey hasta enero de 2011. Se trata de una emblemática selección realizada por el reconocido historiador mexicano Enrique Florescano, en coordinación con el Instituto Nacional de Bellas Artes, que reúne imágenes, pintura, escultura, gráfica y documentos, cuya temporalidad abarca desde la época prehispánica hasta la contemporánea, y cuyo recorrido se documenta en el catálogo, que incluye textos del fallecido Carlos Monsiváis, Rafael Barajas “El Fisgón” y el mismo Enrique Florescano, entre otros.

México es una mujer
La mitología, la memoria y las imágenes que desde el universo mesoamericano han definido nuestra identidad, han estado ancladas en una figura femenina. En Mesoamérica, como en muchas otras culturas, el sentido identitario se daba en la noción de territorio y la tierra se asociaba con la madre. Lo femenino es una idea rectora para el sentido de pertenencia. El recorrido presenta una selectiva colección de piezas dividida en cuatro ejes temáticos: “Los orígenes de la patria”, que comprende los periodos Prehispánico y del Virreinato; “La patria y el nuevo proyecto de nación 1810-1872”; “Patria, revolución e identidad 1910–1960” y “La patria y la nación en el presente 1970-2000”. En cada uno de estos momentos la figura femenina aparece en un lugar de privilegio. Esculturas zapotecas originarias de Oaxaca así como totonacas veracruzanas reciben al visitante. Venus antiguas de largos senos y muslos gruesos nos recuerdan a la tierra habitada. La mitificación de nuestro origen aparece en madres fértiles, se sacraliza en la piedra y se proyecta simbólicamente en el tiempo para luego convertirse en patria y nación. Destaca la Lápida del íguila, una extraordinaria talla realizada en tezontle que pertenece a la cultura mexica del periodo postclásico. Este conjunto de esculturas antropomorfas se acompaña de ilustraciones como las del italiano Giacomo Amiconi, así como alegorías que reflejan el modo como los europeos proyectaron su visión del mundo sobre el nuevo continente. Se trata de grabados e imágenes de mujeres enormes como vestales romanas pero emplumadas y rodeadas de bestias y seres casi tan salvajes como ellas.
En la época colonial ese mítico lugar lo ocupará la Virgen de Guadalupe convertida en el símbolo fundamental del sentido de pertenencia. En su calidad de Capitana Generala de las Legiones de la Libertad, la guadalupana representó la emancipación. Luego vendrán óleos como el Fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Mejía y una escultura de mármol del íguila mexicana de José María Labastida, donde se aborda la patria y el nuevo proyecto de nación, que va del inicio de la Independencia hasta el gobierno de Juárez. A este periodo pertenece una de las piezas más emblemáticas, se trata de la Madre Patria de Petronilo Monroy, un estudio de la alegoría de la Constitución de 1857.
Durante el porfiriato, las luces del arte relegaron los rasgos indígenas a un pasado glorioso, con la intención de despertar el interés de la mirada local y extranjera, ahí se inscriben las obras del paisajista José María Velasco como Valle de México visto desde el cerro de Guadalupe y del pintor Leandro Izaguirre se incluye la pieza Independencia de México. En el periodo revolucionario y post-revolucionario la idea de mujer y de patria se va tornando mucho más indígena. En contraste, también se manifiesta la estilización de la pintura de Adolfo Best Maugard, de quien se incluye una Tehuana pintada en 1919, que consigue integrar las tendencias francesas en un arte que a pesar de integrar el espíritu nacionalista de la época, lo transforma gracias a su intuición modernista. El periodo post- revolucionario, marcado por la reivindicación del campo y la clase obrera, produjo obras como Escena nocturna de mercado, de Jorge A. Murillo, y el vaciado en bronce Cabeza de la Patria del escultor Ernesto Tamariz. Luego aparece una pieza poco conocida de Siqueiros, quien toma los versos de Ramón López Velarde para pintar la Suave Patria (1946), a quien representa como una mujer envuelta en la bandera.
El Patriota, del zacatecano Rafael Coronel rompe la narrativa estética nacionalista de manera abrupta y extraordinaria. Este acrílico presenta a un hombrecillo contrahecho y ridículo que exhibe su desproporcionado cuerpo al posar sobre una silla ondeando una banderita nacional. La composición se complementa con la imagen de un perro que, junto a la silla, permanece indiferente. Los artistas contemporáneos confrontan la identidad, anclada en el mito del águila devorando una serpiente, a partir de referir una pertenencia que ya es trasnacional, como la pieza de Adolfo Patiño Proyecto para la bandera de una colonia mexicana, que reproduce la forma y color de la bandera estadounidense a partir de coser paliacates blancos y rojos para formar las barras, mientras que las estrellas son las del manto de la guadalupana. La gran noche mexicana, de Daniel Lezama, contrasta con la pintura épica de Leandro Izaguirre al renunciar a los modelos griegos a partir de un hiperrealismo palenquero y ritual, por demás interesante. Finalmente cabe destacar La Patria mexicana de Elena Climent que retrata, con su conocido estilo, una mesa de trabajo con una laptop cuya pantalla presenta el resultado de haber googleado la patria.

La búsqueda de la identidad
El Museo Nacional de la Estampa (MUNAE) de la Ciudad de México presenta, hasta el 19 de septiembre, la exposición Identidad Gráfica, que recupera la obra de artistas mexicanos de la talla de Posada, Orozco y Siqueiros. Se exhiben grabados y una serie de caricaturas y estampas de los siglos XIX y XX que dan cuenta de las confrontaciones entre los republicanos y los conservadores y su noción de patria, hasta las pintas de activistas de este momento. Se incluyen trabajos contemporáneos de carteles y esténciles sobre momentos álgidos de movimientos sociales completamente vigentes. Ya no se trata de la búsqueda personal de un artista y su identidad colectiva, sino de la dinámica de grupos sociales y sus luchas. La imagen como objeto de represión, manipulación y adoctrinamiento, ahí también está la patria.
Divinidad y cadáver, sangre en aerosol, ilustración en aguafuerte, piedra tallada y fracturada, águila rota, caída y también coronada, todo eso y nada es la patria. Así la han visto hombres y mujeres creadores a lo largo de más de doscientos años de historia, así la deja ver la curaduría de Florescano. También la identidad de este país se ha tejido a partir de movimientos sociales y grupos minoritarios que han peleado por espacios para su voz y sus imágenes. Ambas exposiciones son una oportunidad para dejar a un lado la celebración y reflexionar sobre los procesos histórico-culturales que han formado nuestra identidad. Este recorrido plástico es una de las luces que entre tan sombríos confetis bicentenarios, vale la pena seguir.

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