Haro y la ciudad que fue

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Adalid de la extinta banda El Personal, la figura de Julio Haro dejó una indisoluble huella en todos aquellos que le sobreviven y, también —aunque ya se hayan ido—, en quienes lo conocieron. Su intangible presencia, incluso, signa de manera prodigiosa a aquellos que tal vez en este instante escuchan alguna de las rolas del memorable disco No me hallo —que se editara en 1988 y mantiene una indivisible actualidad.
Ahora que casi todo es desechable —incluyendo las relaciones humanas—, pues se fabrica para el consumo, sorprende y reconforta que un bien individual como lo es la amistad perdure y trascienda aún después de que alguno de ellos (de los amigos), ya no se encuentre en este mundo y sin embargo se manifieste de manera evidente.
La reunión que comenzó el jueves pasado en el Museo de la Ciudad y está compuesta de manifestaciones que describen la influencia que dispuso Haro entre una multitud de personalidades artísticas de Guadalajara, que nos llevan, además, a tener un nuevo diálogo entre quienes apenas se enteran de la existencia no solamente del vocalista, sino también de la agrupación.
El Personal ha sido decisivo para que la continuidad del arte en nuestra ciudad trascienda hacia otras latitudes del país, logrando convertirse en un grupo de culto que, a la sazón, se debe a la personalidad de Julio Haro. No en balde es él quien convoca a Alejandro Colunga, Boris Viskin, Chucho Reyes, Cynthia Gutiérrez, Emanuel Tovar, Enrique Oroz, Gabriel Canales, Hugo Martínez, Jis, José Fors, Luis Espiridión, Paco de la Peña, Rubén Méndez y a Trino a un reencuentro de viejas filias y, éstos, con sus trabajos conforman una memoria individual que es también colectiva; quizás por eso los organizadores decidieron nombrar a la exposición En Guadalajara fue…
De este modo, durante los meses de junio y julio, en algunas de las salas del Museo de la Ciudad, cualquiera puede ir a reconocer y reconocerse en las obras expuestas en el recinto, pero sobre todo donde encontrará la voz y el rostro de Julio Haro en materiales visuales y magnetofónicos que hasta hace poco se mantuvieron solamente entre los amigos y la familia del vocalista.
Finitos como somos, es gracias a la memoria de los demás que sobrevivimos el tiempo hasta mantener una vigencia casi imposible de borrar. Una palabra, una frase, un detalle inusual en la vida de los demás que provoquemos de manera natural hace en definitiva que nuestra presencia permanezca viva y, quizás, sea transmitida a las nuevas generaciones y con ello convertirnos en parte de la memoria colectiva.
Es indudable que El Personal y Julio Haro ya forman parte de la cultura de nuestra ciudad. De hecho a ellos debemos cierta parte del rescate de algunas manifestaciones sociales tapatías. Sin sus materiales llenos de sorna y humor, definitivamente no se puede ser, pues ignorarlo es negarnos. De allí que el homenaje que realiza la Feria Internacional de la Música en su primera edición, resulta fundamental, pues se retoma a los ausentes y se recalca su presencia, otorgando a la música tapatía una distinción definitoria.
Artista multidisciplinario, Julio Haro pertenece a una generación a la que las artes le resultaron un fin, pues si bien es cierto que Haro es reconocido como la voz de esta agrupación, también sus inquietudes humanas lo llevaron a otras disciplinas, como la actuación, la composición de letras y música, además de las artes plásticas. Sus preocupaciones, ante todo, fueron desde mi punto de vista las mismas que inquietaron a muchos de los jóvenes de su generación, pero como no todos fincan una genialidad, fue en la persona y el personaje de Julio Haro en donde anidaron y vuelven a ser una revelación en estos días, dándole a su figura la relevancia y el reconocimiento natural que merece y lo elevan a perpetuarse como parte del imaginario de una ciudad.
Es un misterio la memoria. Jorge Luis Borges la ha definido de una forma maravillosa, cuando ha dicho: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

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