Fantasías en la Calzada
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La avenida que divide a la ciudad es un lugar donde todo puede suceder, donde se encuentran lo sagrado y lo profano, donde la vida supura como de una gran herida, y donde el pasado y el futuro se hallan a unos pasos de distancia

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El hombre baja por la calle Juan Manuel, bordeando el Parque Morelos. Nunca lo había hecho de día. Está crudo y, aunque hay menos prostitutas y vagabundos que de noche, la mugre iluminada y recalentada por el sol luce más asquerosa, huele más feo.

Acaba de salir del módulo de policía adyacente a la Cruz Roja, donde está detenido un amigo que en la madrugada chocó su coche, borracho, contra unas bardas provisionales de la avenida Chapultepec, que estaban entonces remodelando. El delito, “Daños al patrimonio”, es grave, al parecer, porque no lo quieren dejar salir.

El hombre ya ha ido de un Ministerio Público al otro como en un cuento kafkiano, buscando a funcionarios que no estaban o que se acababan de ir, sin obtener más que negativas o, cuando mucho, evasivas.

Ahora se dirige al Oxxo que está en la esquina de la Calzada Independencia, para comprar agua y papel del baño para el detenido y algo para que coma, en el KFC que está enfrente.

Sentado en las sillitas del lugar, no menos incómodas que toda aquella situación, se pone a observar la avenida, esa gran herida que, dicen, divide a las “Guadalajaras”, y que no deja de supurar, siempre en movimiento, siempre viva.

Y entonces se da cuenta —¡cómo cambia el paisaje de la noche al día!— que justo en la otra acera, a media cuadra, a un lado de una cortina desvencijada y toda rayada, es donde hace unos años abría sus puertas el Tucanazo —o, dependiendo de la hora, el Fantasías.

Pues la Calzada es esto, piensa, una suerte de frontera donde convive lo sacro y lo profano, un pasaje entre “lo permitido” y “lo inaceptable” —o viceversa— y donde el pasado y el futuro se encuentran a unos pasos de distancia. A veces, con tal sólo cruzar la avenida o a la vuelta de una esquina.

Así, con tres zancadas, del Kentucky Fried Chicken volví a meterme por aquel viejo túnel de azulejos claros, impregnados de la decadencia propia y digna de un viejo teatro de burlesque, convertido antes en cine porno y luego en lupanar abierto las 24 horas.

A las 4 de la mañana, recorrer ese pasillo infinito, infinitamente sucio y maloliente, tiene algo de expectante; ese toque de misterio y emoción que en verdad da el llegar al lugar donde se celebra un espectáculo.

Y el espectáculo, en el Fantasías, es de lo más aberrante y chusco.

Después del último recodo, al entrar —o incluso antes— al gran salón sin ventanas, me recibe, primero que nada, un vaho en que se entremezclan humores humanos, humo de cigarro y vapores alcohólicos.

Luego, todo empieza a sucederse como en un remolino. Cada vez más rápido, más confuso.

Mi tocayo, “Quihubo patrón”, se apresura en quitar a un borracho de la mesa enfrente del escenario para dejárnosla a nosotros. Allí arriba, Los Pulidos se afanan en estropear una música norteña, con aire soñoliento y desganado.

Alrededor, las decenas de mesas de plástico están ocupadas por una fauna nocturna, variada y variopinta, en que se mezclan vaqueros fanfarrones y señores que, borrachos y medio dormidos, ya perdieron su aplomo y algún botón de la camisa; y rufianes y vagabundos; prostitutas viejas (y menos viejas) y travestis muy jóvenes —y mujeres pintarrajeadas y despechugadas que se encuentran a medio camino entre aquéllas y éstos.

—Bienvenidos, chulos —la mesera morena y llenita nos recibe con su sonrisa desdentada y, solícita, empieza a limpiar la mesa estirando su blusa que un tiempo había sido blanca.

—¿Qué les traigo de tomar?

Cubetas de XX Equis e Indio. Otra tonada norteña cantada con voz arrastrada.

—Aquí es territorio de los Azules—, le dice, entre burlón y amenazador, un hombre corpulento de la mesa al lado a un amigo. —¿Ustedes, de qué lado están?

—Hola chulo, ¿me puedo sentar aquí? —con un movimiento rápido logro que la señora con el rímel corrido y labios a medio pintar no se acomode en mis piernas, avisado por el espejo descarapelado, empañado y lleno de cagadas de moscas que cubre toda la pared.

Más cubetas, y tequilas. “Yo sigo siendo el rey…”, cantan todos.

Me levanto y voy al baño. Un travesti, que no tendrá más de 16 años y en verdad parece mujer, me toma de la mano y me invita a bailar. Lo sorteo con un juego de piernas y entro al baño.

—¿Güero, quieres cocaína? —un sujeto sentado en el pretil agujereado, donde antes debían de haber estado los lavabos, reparte sobres de una bolsa del súper.

El piso es resbaloso, las huellas se marcan en la capa de lodo que lo recubre. El único escusado está embarrado de una vomitada rojiza, si no es más bien sangre. Orino en el mingitorio y de repente escucho un golpe. Un borracho se cayó al piso de espaldas. Entre otro sujeto y yo lo levantamos, con asco, tomándolo de la camisa empapada. Me lavo las manos con el agua de un bote, que quién sabe cuánto tiempo tendrá allí.

—¿Quieres cocaína?

Vuelvo a la sauna del salón.

—¿Quieres a una chica? —la voz de mi tocayo al oído.

Más cerveza y tequila.

—Hola, chulo, ¿quieres bailar?

Mis amigos ya no están.

Bailo con… ¿la chica? ¿O es el travesti que parece mujer?

El humo me marea, doy un trago, un par de vueltas, unos traspiés, y de repente de nuevo en el túnel y, por fin, salgo a la Calzada.

Luz.

Sí, de día todo se ve más feo, piensa el hombre. Las calles, la gente, el tráfico. Piensa que, aquí a un lado, en el Bar Tijuana, hace poco encontraron, avisados los vecinos por un olor putrefacto, a tres cuerpos “entambados”, a medio derretir en barriles de ácido de los que sobresalían nada más sus piernas. Y piensa en su amigo en la cárcel, por haber tumbado unas bardas de plástico. Y piensa que no hay justicia: en que tendrá que aguantar la cruda en un calabozo comiendo pedazos de pollo seco del KFC y tomando agua. Y que él, en cambio, es un hombre libre… Libre, por lo menos, de ir a curarse la cruda a la cantina Iberia, aquí, a tres cuadras.

 

1 COMENTARIO

  1. Te faltó recorrer la esquina de Hidalgo y la calzada, ahí desde muy temprano hasta la noche hay una pasarela constante de prostitutas callejeras de hasta 50 bolas y viejitos que de manera despistada y no tanto se lanzan sobre la precariedad humana sin consideración alguna!

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