En honor de nuestras personas adultas

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El 1 de octubre, la Organización Mundial de la Salud lo dedica a las personas adultas.
El envejecimiento de la población es un éxito de nuestra sociedad y al mismo tiempo un desafío para las políticas y programas económico sociales que deben ser implementados para mantener estándares aceptables de bienestar social y calidad de vida en la población en general y en particular de las personas adultas mayores.
El grupo de personas de 60 años y más de edad está creciendo a una velocidad mayor que los demás grupos en nuestra población, lo que ocasionará una alta tasa de dependencia, y la economía del país no ha crecido a un ritmo que pueda subsanar la modificación de la pirámide poblacional.
La expectativa de vida ha cambiado en forma importante en los últimos 60 años (1950 era de 55 años y en 2010 alcanzó 78 años). Hoy una de cada nueve personas en el mundo tiene 60 años o más. En 2050, según las proyecciones de las Naciones Unidas, una persona de cada cinco será de 60 años o más.
México no está fuera de este contexto. Actualmente las personas de 80 años constituyen el 14 por ciento de la población de adultos mayores. Para 2050, el 20 por ciento de la población mayor tendrá 80 años o más.
Las mujeres rebasan en número y porcentaje a los hombres (H= 46.5 por ciento, M= 53.5 por ciento en Jalisco), puesto que las mujeres tienen mayor expectativa de vida. Sin embargo, las mujeres mayores son más vulnerables por su menor escolaridad, no poseer una pensión o jubilación y permanecer viudas, a diferencia de los hombres, que estuvieron inmersos en el trabajo productivo, bajo un régimen de seguridad social (menos del 30 por ciento) y permanecen casados o buscan una segunda unión.
De la misma manera ha cambiado el perfil epidemiológico hacia las enfermedades crónicas, degenerativas e incapacitantes que demandan cuidados a largo plazo y un modelo de salud más eficiente y eficaz. Enfrentamos una compleja patología en nuestra población; el rezago en salud (las enfermedades infecciosas, la nutrición y la atención materno infantil en edades tempranas de la vida) y las patologías emergentes, como las enfermedades crónicas (diabetes mellitus, enfermedades cardiovasculares, cáncer), traumatismos y enfermedades mentales (depresión, demencia, enfermedades relacionadas con el alcohol, tabaquismo y las drogas).
Si bien es cierto que la enfermedad crónica degenerativa aumenta al avanzar en edad, también se reconoce que el riesgo aumenta a través de todo el ciclo de vida, al ir adoptando un estilo de vida no saludable de alimentación, sedentarismo, tabaquismo, alcoholismo y drogadicción.
Estos factores de riesgo no únicamente competen al sistema de salud para su control o eliminación, sino a toda la organización social de nuestro país, desde la economía, políticas públicas y programas específicos, como la agricultura, la industria, el comercio, los medios de difusión, educación y salud, entre otros aspectos, ya que mantener un estilo de vida saludable no es cuestión solo de la etapa de la vejez, sino un asunto de toda la vida.
Para afrontar el envejecimiento y que nuestros adultos mayores lleguen en mejores condiciones a esta etapa, debemos tomar en cuenta que nuestra genética es moldeada en el transcurso de la vida por el contexto económico, social, político y ecológico en el que vivimos; que a través del ciclo vital se van acumulando factores de riesgo o potenciales en salud, que dan la oportunidad o no de expresarse en enfermedades y discapacidad, por lo cual la promoción y la protección de la salud, un diagnóstico precoz y un tratamiento oportuno son pilares importantes del buen envejecer.
Los retos para una larga vida con calidad están en aumentar la capacidad física y mental de las personas, para conservar el mayor tiempo posible su autonomía y la adaptabilidad, sin menoscabo de los roles familiares, laborales y sociales y que el cese de la actividad laboral sea compensada con una pensión digna y con continuidad en la protección a la salud.
Por ello el sistema de salud tiene ante sí el reto de hacer frente a una nueva forma de atender a las personas mayores, asegurando la continuidad de los cuidados a largo plazo y garantizando la prestación simultánea de cuidados asistenciales y sociales, para evitar el abandono, el menosprecio, el abuso, la violencia y el olvido del cual son en muchos casos sujetos los adultos mayores, por considerar que ya no son productivos.
Nuestra Universidad ha visualizado este proceso de envejecimiento con previsión, al establecer en 1994 la maestría en gerontología, y en 1995 la especialidad en geriatría y más recientemente, en febrero de 2012, la licenciatura en gerontología, formando así recursos humanos capaces de responder a estas importantes e imperantes necesidades.

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