El tímido Onetti

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Nadie sabe si la angustia y la desgracia que trasmitía Juan Carlos Onetti a través de sus personajes eran la propia o venia de otro lugar. Tal vez viniera de su Santa María, ciudad imaginaria… Una vez dijo en una entrevista (a las que era poco adepto): “En ese tiempo yo iba de Buenos Aires a Montevideo con mucha frecuencia, y allá no estaba contento porque después Perón corto la comunicación, no había barcos para ir a Montevideo (…) entonces yo quería estar en otro país, en otro lugar, que no era ni Buenos Aires ni Montevideo, pero que podía ser una mezcla de ambas cosas… creo que de ahí nació Santa Maria. Una explicación más clara no la puedo dar por que ni la sé para mí”.
En este mismo lugar pintó una historia de un hombre mal afortunado, que estaba entre la nada y algo menor a eso. En algún momento leyendo e imaginando este lugar, sentimos que las cosas desafortunadas sólo quedan ahí: en bares con mal olor y habitaciones viejas, pero también reflexionamos acerca de cuánta de esta desgracia puede ser nuestra.
Onetti tuvo una infancia feliz. No se daba cuenta que pasaba la vida, lo único que recordaba era a sus padres enamorados hasta los 70 años. No terminó la preparatoria, porque tuvo que comenzar a trabajar, y es de destacar que esto no lo haya afectado en su desarrollo como escritor. Gracias o tal vez a pesar de esta infancia idílica, nuestro escritor tuvo una vida tormentosa, complicada e interesante. Se casó cuatro veces y esta misma inestabilidad para la vida privada se vio reflejada en su vida profesional.
Entre Montevideo y Buenos Aires, buscando un lugar dónde poder escribir sin tener problemas, igualmente fue apresado, por pocos meses, como resultado de su irreverencia política. A sus 20 años ya soñaba con conocer la Unión Soviética, donde “se estaba gestando el socialismo”, gusto político que nunca se desprendió de él.
El Uruguay de la época —en el que no lo dejaban publicar libremente— fue con el que desarrolló una relación de amor-odio. Fue el país que le dio una infancia digna, donde escribió sus primeras historias mintiendo sobre la vida que deseaba en un diario íntimo, con sus letras siempre separadas.
A sus 12 años ya se estaba iniciando como cuentista sin saberlo. Años más tarde, cuando vivió en España, declaro un día, supongo que con nostalgia y hasta dolor: “No voy a volver por muchas razones, por mi edad y por lo que ese Montevideo, donde muchas veces fui feliz, no existe más. Pasaron quince años tanto para mí como para la gente que yo he querido (…) Y que preferiría no verla, preferiría no mostrarme, aunque ustedes están haciendo lo imposible para que me vean la cara”. Este rasgo de Onetti mostraba casi su fobia por las cámaras, no le gustaba ser filmado o fotografiado, ni que lo interrogaran.

El boom latinoamericano
Onetti formó parte del llamado boom literario, que se dio en el tercer cuarto del siglo XX, y que básicamente fue constituido por novelas que se distinguían por tener una serie de innovaciones técnicas en la narrativa latinoamericana, a la cual Onetti aportó por ejemplo, el hecho de que los personajes hablaran con el idioma de la calle.
Entre los escritores que formaron parte de esta explosión literaria estaban Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas llosa y Carlos Fuentes, entre otros. Dijo Onetti: “Hay quien dice que el boom no pasó de ser una combinación editorial, pero a mí me consta que no, porque conozco el talento que tienen estos autores…”
Con respecto a su pereza, que se ve reflejada en prácticamente toda la obra de El pozo (1939), decía que para él la escritura era como su amante: “Me decía Vargas Llosa que él se sentaba todos los días, de tal hora a tal hora, como una oficina (…) Finalmente, sin que él se ofendiera, yo le dije: Mira Mario, lo que pasa es que tú con la literatura tienes una relación conyugal: tienes que cumplir un horario, y para mí es la relación con una amante: cuando tengo deseos de escribir, escribo, locamente, absurdamente.” También dudaba mucho de las próximas fechas de publicación, nunca quería decir cuando terminaría un libro, ya que no sabía si sería posible. La pereza fue un aliado para Onetti, que en su ausencia dejaba relucir al genio.
Vargas Llosa en mayo de este año publicó El viaje a la ficción: el mundo Juan Carlos Onetti (Alfaguara), rememorando y haciendo alusión a lo maravillosa que es la ficción, a la cual su amigo estaba ligado casi permanentemente. “La ficción no es la vida, sino una réplica a la vida, que la fantasía de los seres humanos ha construido, añadiéndole algo que la vida no tiene: un complemento o dimensión que es precisamente lo ficticio de la ficción, lo propiamente novelesco de una novela”.
Sus últimos 19 años de vida los pasó casi de manera ininterrumpida en una cama de hospital en Madrid, fumando sin parar, mintiendo más que antes, recordando sus épocas de triunfo, sus premios, y quejándose más. En sus ojos, en sus manos manchadas y en cada montón de humo que sacaba de su boca, el Larsen del Astillero pareció habérsele metido en las venas y haberle contagiado un poco de esa melancolía a cuestas.
Y nada, que se fue.

Decálogo para Neófitos
Tiempo de abrazar
(1938; Editorial Arca, Montevideo)

El pozo
(Editorial Signo, Montevideo, 1939)

Para esta noche
(Poseidón, Buenos Aires, 1943)
El libro más faulkneriano de Onetti.

La vida breve
(Sudamericana, Buenos Aires, 1950)

Una tumba sin nombre
(Periódico Marcha, Montevideo, 1959. Editado luego en Arca, 1967, como Para una tumba sin nombre)

El astillero
(Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1961)

Juntacadáveres
(Alfa, Montevideo, 1964)

La muerte y la niña
(Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1973)

Dejemos hablar al viento
(Editorial Bruguera, Barcelona, 1979)

Cuando ya no importe
(Editorial Alfaguara, Madrid, 1993)

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