El mito del monstruo

1922

Hubieran bastado dos o más cirujanos plásticos para convertirlo en todo un Adonis, pero no sucedió así. Su fealdad y aspecto grotesco lo encadenaron a una vida atormentada en la novela de Mary Shelley. El monstruo de Frankenstein fue retomado por productores de teatro, escritores y cineastas, todos imprimieron elementos distintivos al personaje, que convertido en mito ha desafiado el paso del tiempo.
En la conformación del mito de Frankenstein, la novela de Mary Shelley “pasó a ser un elemento más. Tan es así que perdió importancia para su construcción”, señala Ana González Rivas, académica de la Universidad Complutense de Madrid en su ensayo “El monstruo de Frankenstein: texto e imagen en la génesis del mito moderno”.
La reanimación de la criatura mediante un rayo o electricidad, la utilización de un cerebro para su creación, el personaje de Igor y la utilización del apellido de Frankenstein para designar a la criatura, todos son algunos elementos parte del mito y que no incluyó o no especificó Mary Shelley en Frankenstein o el moderno Prometeo.
Los mitos incluyen a “seres sobrenaturales que simbolizan ideas, deseos o encarnan los temores del hombre”, explica González Rivas. En este caso, los miedos son las consecuencias que podría tener la falta de ética de algunos científicos.

La novela fue producto de una visión
Una visión fue lo que inspiró a Mary Shelley a escribir Frankenstein. Las imágenes que llegaban a su mente fueron muy nítidas. Ella contempló con los ojos cerrados a un estudiante “de las artes profanas” y a un ser que había creado. Éste daba señales de vida. Por lo menos esa fue la leyenda que difundió la autora, en el prólogo de la edición de 1831, que sería la versión definitiva.
La autora encontró inspiración en una discusión sostenida con Percy Bysshe Shelley y el poeta Lord Byron sobre la posibilidad de infundir vida a un cuerpo inerte. En aquel entonces era objeto de comentarios el experimento de Luigi Galvani, quien adhirió electrodos al cadáver de una rana. La corriente eléctrica ocasionaba que sus extremidades se movieran. Hubo cirujanos que sometían cadáveres humanos a procedimientos similares, acariciando la esperanza de algún día poder infundir vida.
El moderno Prometeo es la historia de Víctor Frankenstein, que con miembros de diversos cadáveres robados de los cementerios y cámaras mortuorias, crea una criatura de notoria fealdad. El nuevo ser es objeto de rechazo y desprecio. En venganza trata de hacer todo el mal posible a quien le diera la vida.

Antecedentes
Mary Shelley en el título de su obra hace referencia a la historia de Prometeo en sus dos versiones: el dios griego que crea a los hombres de barro y el titán que roba el fuego a Zeus en beneficio de la humanidad, y por ello es atado a una roca y martirizado a perpetuidad. Un águila le arranca el hígado, que se regenera noche y día. Su pecado fue traspasar los límites y las fronteras que los dioses impusieron a los hombres.
A la tradición clásica se suma la folclórica judía. Los cabalistas judíos difundieron la creencia de que podían fabricarse figuras humanas con barro y que mediante una fórmula mágica éstas podían cobrar vida. Algunos decían que grabando Emet (significa verdad) en sus frentes adquirían vida. Al borrar E para formar met (muerte) el Golem moría. Estos golems —se creía— servían incondicionalmente a su amo.
Es en el Medievo cuando en el centro y este de Europa, entre las comunidades judías, comenzaron a surgir leyendas e historias que hablaban del Golem.
Se cuenta que Paracelso una vez afirmó haber creado un homúnculo —hombrecillo—. La criatura, se dice, medía alrededor de 30 centímetros de alto y podía servir a su creador. Sin embargo, tendía a rebelarse contra éste.
Algunos alquimistas consideraban que para crear un homúnculo era necesario un huevo de gallina, al que había que perforar para introducir un poco de esperma humano. Después había que sellarlo con pergamino virgen, cubrirlo con estiércol y enterrarlo.

Contribuciones del teatro y
la literatura
En el siglo XIX, fue el teatro quien se encargó de retomar a la criatura de Frankenstein y popularizarla, afirma Elizabeth Nitchie en Mary Shelley: autora de Frankenstein.
El teatro exaltó la figura del monstruo sobre la de Víctor Frankenstein. En consecuencia, el público relacionó a la criatura con el apellido de su creador, explica Roberto Cueto. En la introducción de Frankenstein otros relatos inéditos sobre el mito de Mary Shelley, menciona alrededor de diez obras de teatro inspiradas en la novela de la escritora. Éstas fueron presentadas a lo largo del siglo XIX y principios del XX, la mayoría, en Inglaterra.
En 1823 es estrenada en la English Opera House la obra Orgullo o el destino de Frankenstein (Presumption, or the fate of Frankenstein). El actor que caracterizó a la criatura fue Thomas Potter Cooke. Esta obra introdujo un nuevo personaje: Fritz, que James Whale retoma en su filme Doctor Frankenstein en 1931.
No faltaron las puestas en escena de corte cómico, algunas de humor bastante macabro. Timothy Morton, en Mary Shelleys Frankenstein a sourcebook, menciona a Frankestitch, estrenada en Londres. En esa obra Frankestitch crea un monstruo con los miembros obtenidos de nueve cadáveres masculinos. Para unirlos utiliza aguja e hilo.
El trasplante de cerebros y la utilización de la electricidad para animar al monstruo son dos ideas ampliamente explotadas por el cine y que Cueto atribuye a narraciones que en el siglo antepasado realzaban el sensacionalismo. Él señala que hasta 1915, por primera vez, es considerada la electricidad como un recurso que infunde vida en la obra The Last Laugh (La última risa), presentada en Brodway.
El mito de Frankenstein no dejó, a su vez, de ser fuente de inspiración para nuevas historias. En la antología que comprende Frankenstein otros relatos inéditos, llama poderosamente la atención El nuevo Frankenstein. El cuento fue publicado en Pearson’s, en mayo de 1899 por el británico Edward Kellett. Uno de sus personajes es Arthur Moore, quien logra crear una mujer artificial.

La estrella de la gran pantalla
Inspirados en la literatura y el teatro, los directores de cine del siglo XX van a retomar muchos de los elementos que ambas manifestaciones artísticas imprimieron a Frankenstein y también aportaron otros.
En 1931, James Whale dirigió Doctor Frankenstein. En este filme el rayo es el que da vida al monstruo. A diferencia de la novela de Mary Shelley, Víctor Frankenstein no se avergí¼enza de su creación. En el largometraje, la criatura es perseguida por la gente del pueblo y acaba bajo los escombros de un molino en llamas. Es de resaltar el énfasis que pone el cineasta en el cerebro anormal del monstruo, al que achaca su agresividad.
Cuatro años después, Whale en La novia de Frankenstein, toca el tema de la mujer artificial. Victor Frankenstein es forzado por el doctor Pretorius y el monstruo para que le haga a éste una compañera (caracterizada por Elsa Lanchester). Víctor logra terminar su obra, pero cuando ella contempla a su “príncipe” se horroriza.
En El hijo de Frankenstein (1939), de Rowland V. Lee aparece el ayudante, ahora con el nombre de Igor.
La criatura de Frankenstein es interpretada en los tres filmes mencionados por Boris Karloff. Él popularizó al monstruo con cabeza cuadrada y gran estatura. “La imagen que proyectó influyó en la caracterización de Largo en la serie de televisión Los locos Adams y el padre del niño lobo en The Munsters”, explica Carmen Vidaurre, investigadora del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño.
En el cine tampoco faltaron las versiones cómicas. Una de ellas la parodia El jovencito Frankenstein, de Mel Brooks (1974). En ésta, el nieto del doctor Frankenstein decide seguir los pasos de su abuelo en la ciencia, pero en lugar de abandonar a la criatura, la toma bajo su protección. Ana González Rivas señala que las parodias son muy significativas en la construcción de un mito porque “sólo cumplen su función cómica cuando la historia que se reelabora tiene ya elementos reconocibles por el público, de otra manera dejaría de tener gracia”.
Las películas mencionadas no son todas. Carmen Vidaurre tiene más de cien películas contabilizadas. Todas ellas fueron posibles gracias a que Mary Shelley escribió Frankenstein. Entre los filmes se encuentran la película mexicana El castillo de los monstruos (1962), de Julián Soler y la japonesa Furakanshutain Tai Baragón (1965), de Inoshiro Honda.
Una de las versiones cinematográficas más reciente es El Frankenstein de Mary Shelley (1994), dirigida por Kenneth Branagh. El monstruo es caracterizado por Robert de Niro. La película busca ser fiel a la novela original, aunque también introduce algunas variantes.

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