El frío trance de los sin techo

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Alfredo cruza la avenida Federalismo con los zapatos en la mano. Tiene la mirada distraída y el caminar inconstante, no parece tener frío en sus pies, pero su cabeza la cubre un gorro. Saluda a dos colegas que después de cenar esperan dormir calientes bajo el cobijo de un albergue. Él sabe que no tendrá la misma suerte, por su aliento alcohólico. Sonríe mostrando los espacios entre sus dientes y dice que buscará otro sitio, se conforma con una cobija.
En el Albergue para Indigentes y Transeúntes San Juan de Dios, no cabe un visitante más. La mayoría son hombres, tienen entre 30 y 50 años. Platican, se cambian de ropa y se preparan para descansar. Esa misma noche, otras personas esperan un espacio en la Casa Albergue para el Desarrollo Integral de Personas en Situación de Indigencia, ubicado a un costado del parque Agua Azul.
La avenida Las Palmas está sin vida. Contrasta con los días en que los jóvenes hacen fila para asistir a un concierto en la Concha Acústica. Las siluetas de tres personas apenas se perciben entre los edificios. Sólo se escuchan los murmullos y el viento.
A media cuadra, a las sombras de los árboles y casi en la penumbra, permanecen alrededor de 30 personas en grupos. No hay algarabía, el cansancio hace presa sus miradas y movimientos. Algunos se quitan los zapatos y calcetines y frotan sus pies para darse calor o para limpiarse un poco.
Para tres de ellos, la realidad es ganar un poco de dinero lejos de su ciudad en Michoacán o Guanajuato. Para otro, con poco más de 20 años, la meta es salir adelante de su enfermedad: padece esquizofrenia. Está lejos de su familia, que no lo apoya del todo, dice con voz queda y serena, mientras mueve sus manos cubiertas por unos guantes.

Comenzó el año en la calle
Otro de los moradores del albergue es Víctor. Dice que su mamá era posesiva y demandante. La relación con ella empeoraba porque le gusta el alcohol. “Sólo lo hago los fines de semana. Eso estaba prohibidísimo, aunque cumpliera con mis obligaciones en casa”.
Hace dos meses, con 33 años, huyó de casa con el dinero que tenía en su bolsa. “Vivía al día”, pues su trabajo de zapatero no le deja mucho. Rentó una habitación, pero “me la aumentaron de un día pa’ otro”.
Con una playera y una sudadera permaneció cuatro noches en el parque. “Es triste y difícil porque no duermes, hace mucho frío”. Además, tenía la zozobra. “Sabes que hay gente te puede hacer algo malo, hasta acuchillarte, para quitarte lo que tengas”.
Guardó silencio y volteó a su alrededor, pasaban de las nueve de la noche y una parte de los que dormirán en el albergue ya tenían una hora esperando. Esos días, continuó Víctor, recibió poca ayuda. Un ex compañero de trabajo le prestó dinero y un taquero le dio de comer, luego de que éste le ayudara a limpiar su puesto. Entonces recordó que hace unos años trabajó en una fábrica de calzado, cerca de este sitio. Fue cuando decidió venir.
“Me han tratado bien”. “¿Te cobran?”, le pregunté. “Es lo primero que me dijeron, que aquí no piden ni un peso, que no me dejara engañar. La primera vez que me ingresaron, me preguntaron sobre mis estudios y me ofrecieron apoyo de médicos y psicólogos. En la noche llegamos, nos bañamos con agua caliente, cenamos y luego a dormir, te acomodan en un colchón y te dan una cobija”.
Originario de Guadalajara y soltero, quiere aprender de esto. Entre sus proyectos está el dejar el alcohol y terminar la secundaria. “Ha cambiado mi forma de ver a las personas que están en la calle, ya que mucha gente los ven como flojos, borrachos y drogadictos y además les dan la vuelta, quizá no por miedo, sino porque los ven como si fueran un bote de basura, y nadie sabe porqué están ahí”.

El panorama
Para la investigadora del Departamento de Trabajo Social de la Universidad de Guadalajara, Ana María Anguiano, es severo y complejo el fenómeno de quienes viven y trabajan en la calle, pues habla de falta de espacios, ingresos, marginación, frío, soledad, angustia y crisis recurrentes.
Según un estudio realizado por la académica en 2005, en la zona metropolitana de Guadalajara encontraron mil 20 indigentes, de los cuales 742 eran adultos. Para junio del 2008, encontraron más de tres mil menores, de los que cerca del 12 por ciento dormía sin techo.
Destacó que el clima influye en la composición de los problemas sociales, aunque durante invierno baja el fenómeno. Para quien permanece en calles, plazas y parques, su cobija será un periódico, cartón y bolsas de plástico. “Un muchacho comentó que usa papel como calcetín y que es calientito”. En otros casos prenden fogatas.
Sobre algunas de las características de quien trabaja y vive en la calle dijo que en 2005 hallaron que 82 por ciento refieren haber sido expulsados por su familia. Algunos consumen drogas o alcohol y otros tienen un padecimiento mental. “Son personas con una gran necesidad de afecto, de ser escuchados. Aunque también hay un grupo importante que rechaza algún tipo de contacto”.
La encargada del Albergue San Juan de Dios, Marisela Baltazar Gómez, explicó que en la época invernal “estamos al 100 por ciento de cupo. En otras temporadas varía y puede llegar hasta el 80 por ciento”. La capacidad del albergue es para 30 personas.
Con 11 años de labor, explicó que ha visto pasar desde personas cuyas familias ya no los quieren, hasta alcohólicos, drogadictos o con problemas mentales, la mayoría de estos últimos no lo saben. “Si están tranquilos los recibo y después los derivo a una consulta de psiquiatría… pero quienes llegan de otras formas no son atendidos porque no están en sus cinco sentidos”.
En este espacio, apoyado por los hermanos del psiquiátrico San Juan de Dios y un inmueble prestado por el DIF, tan sólo se pide una cooperación de 20 pesos a la semana. Si no tiene dinero, no hay problema. La atención consiste en dormitorios, desayuno y cena, atención psicológica y psiquiátrica, enfermería, trabajo social, pláticas de alcohólicos, neuróticos y desarrollo humano, así como espacios para aseo personal.
“El tiempo máximo de asilo es de dos meses. Consideramos que en ese lapso la persona puede trabajar, ahorrar y pagar una renta. Para quien no quiere seguir reglas, en tiempo de frío, si lo solicitan se les proporciona un cobertor”.
Al cuestionarla sobre la atención a este problema, la trabajadora social guardó silencio y sonrió: “En este albergue brindamos una atención de calidad”.

Abandono social
La académica de la UdeG, Ana María Anguiano, tras reconocer el esfuerzo de instituciones de asistencia social, no gubernamentales y religiosas, consideró que el problema persiste puesto que no hay soluciones adecuadas, falta coordinación entre las instituciones y recursos económicos para reforzar las acciones.
Aún prevalece una visión filantrópica, pero no estratégica enfocada al bienestar social que no sólo resuelva lo inmediato. “Las personas de la calle o marginadas se convierten en usuarios de las bondades de las instituciones, que son mediatizadas y circunstanciales. Un juguete que les dan, lo desbaratan o lo venden”, lo mismo pasa con la cobija, que “la usan por un tiempo, la venden o cambian por un taco”.
Planteó que es vital establecer programas de prevención que fortalezcan las redes familiares, promuevan el desarrollo humano y mejoren las condiciones económicas, a fin de evitar la expulsión de viejos o enfermos. También son vitales políticas públicas que faciliten una atención adecuada y suficiente, con albergues todo el año, que reintegren a las personas de la calle a la sociedad.

Mayor rapidez en la atención, el reto
El jefe del Protección Civil, del DIF Jalisco, Luis Rodríguez Peña, informó que en lo que va del invierno se han brindado siete mil servicios en los siete refugios temporales, ubicados en Guadalajara, Tlaquepaque, Zapopan, Tonalá, Mezquitic y Huejuquilla el Alto, abiertos desde octubre.
Para la atención de colonias marginadas implementan dos operativos: uno preventivo y otro reactivo. El primero consistió en la entrega de 40 mil pants y cinco mil cobijas. El segundo aplica cuando haya una temperatura atípica. Consiste en la distribución de más de 18 mil cobertores en regiones montañosas.
Sobre las críticas de falta de atención a indigentes, Rodríguez Peña comentó que han recibido llamadas de personas, que afuera de su casa tienen a uno. El problema es que no se deja ayudar. Por lo general, “el indigente ya sabe que hay refugios temporales, porque a estas alturas del año ya recorrimos todas las calles por donde hay registros y ya se difundió que si la población ve uno, nos llame para poderlo ayudar”.
Sobre los albergues, el funcionario agregó que no están abiertos las 24 horas del día, “así lo demandan los mismos usuarios, pues llegan en la noche y en la mañana se salen”. Por ejemplo, el albergue Las Palmas, que es el más grande, abre a las siete de la noche. El ingreso debe ser rápido.
Consideró que estos albergues están cumpliendo su función para proteger a las personas con situación de calle y frío. Agregó que son suficientes. Tan sólo de Guadalajara, el más grande, con capacidad para 150 personas, nunca ha estado al 100 por ciento.
No obstante, reconoció que estos espacios deben ser más rápidos en la atención y reintegración social, sin embargo, planteó como uno de los problemas cuando una persona es atendida y se alcoholiza, no se permite su entrada por seguridad, de esta manera se pierde el proceso.

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