El “cuadro amarillo”
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Punto lejano en los años setenta, cuando se fundó la colonia, hoy es parte de los atractivos de la ciudad y muchos van hasta “La gran puerta”, para ver el monumento que creara el arquitecto Francisco González Gortázar, pero también para degustar las delicias culinarias que allí se preparan

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Jorge, Daniel y Quique solían tomar sus bicicletas y pedalear sin rumbo fijo. Tenían unos diez años y desde su casa cercana a Mezquitán, exploraban barrios, calles y espacios desafiantes para andar en “rila”. Eran los años ochenta y uno de estos espacios se convirtió en su favorito, y no sólo porque llegar hasta ahí implicaba surcar grandes avenidas y calles cuesta arriba.

Llegar ahí era una especie de premio. Divisar a lo lejos el “cuadro amarillo” era como casi llegar a la meta. Lo primero que hacían era ir al que llamaban el “laberinto”, un intrincado jardín que era refugio de mascotas y novios de todas las edades.

Más de una ocasión regresaron a casa con el pantalón o los shorts rotos por las “resbaladillas” de cemento que estaban al lado de la enorme escultura amarilla, que también servían para la práctica de un incipiente skate.

La colonia Jardines Alcalde se convirtió en un referente de la ciudad. Su “parque amarillo”, también conocido como “cuadro amarillo”, ha sido un símbolo desde su construcción en la década de los sesenta.

“La gran puerta”, nombre original dado por su creador Francisco González Gortázar, es el epicentro de la colonia establecida a unos metros de la avenida Circunvalación y prolongación Alcalde.

Desde sus inicios la zona fue poblada por familias grandes y adineradas que construyeron casonas de uno o dos pisos. Con el paso del tiempo y los hijos lejos, sus dueños las fueron fragmentando para dar cabida a familias más jóvenes y pequeñas y, claro, allegarse de un ingreso extra.

Vanesa Rodríguez ha vivido en esta colonia desde hace una década. Tras su divorcio, uno de sus tíos le cedió su casa por un tiempo, mientras se acomodaba con su familia en otro lugar. Pero ella ya no quiso irse.

“Es una colonia donde todavía la gente se saluda y los vecinos te conocen. Eso me da más seguridad que en otros lugares que he vivido”, asegura.

Esta zona es una de las más vivas y tradicionales de la ciudad.

El parque tiene una forma singular. Si lo viésemos de arriba parecería un ojo cuya pupila sería la escultura de González Gortázar.

Sus jardines son los favoritos para los dueños de mascotas, pero también para quienes practican el “running”. La biblioteca, los talleres y los cuentacuentos para niños son las opciones para quienes quieren pasar una mañana de domingo distinta.

Pero sin duda uno de los atractivos de esta colonia es la gastronomía y “la gusguera” disponible. Las “italianas” han sido las estrellas entre los comercios de la avenida Juan Zubarán.

El local se mantiene casi idéntico al original desde la década de los setenta, pero su invento, una combinación de helado, malteada y “smoothie” de diversos sabores, ha satisfecho el antojo de miles y miles de comensales, aunque afirman que son más sabrosas las “suizas”, ubicadas una cuadra abajo del templo.

La iglesia es conocida por su forma asimétrica y su peculiar fachada semicircular. Claudia Lira sale de la iglesia de Santo Domingo con su familia. Casi cada fin de semana se acercan a uno de los puestos, restaurantes o cafés de la zona.

Sus favoritos por muchos años han sido los Tacos José, que están sobre Francisco J. Mújica, pero ahora sus hijos prefieren ir a las alitas o a “donde vendan cosas con chile”.

“Antes había pocos lugares para ir a cenar, ahora la colonia está llena, por toda la de (Juan) Zubarán hay qué comer o qué tomar. Eso me gusta porque tienes todo a la mano, no hay necesidad de ir a otro lugar”, comenta.

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