El apocalipsis según LaChapelle

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El Museo de las Artes (MUSA) ha querido festejar su 15 aniversario importando una exposición que combina con la próxima Feria Internacional del Libro (FIL), cuyo invitado de honor será la ciudad de Los íngeles, California. Es en esa ciudad de clima esplendoroso y placas tectónicas caprichosas que uno de los fotógrafos más pop y célebres de Estados Unidos tiene su estudio. Hablamos de David LaChapelle y su Delirios de la razón.
La exhibición cuenta con siete secciones y más de 60 piezas, algunas inéditas y las más recolectadas de otras series, como Auguries of innocence, Star system, Jesus is my homeboy, y de su más reciente libro, Hell to heaven. Desde el 4 de septiembre y hasta el 15 de noviembre podrá visitarse la colección, con un costo de entrada de 40 pesos y en el horario habitual del MUSA (martes a viernes, de 10 a 18 horas y fines de semana, de 10 a 16 horas).
En la exposición conviven sin recato imágenes de Pamela Anderson con fotografías de La última cena, de Leonardo DaVinci y La piedad, de Miguel íngel, en la que sustituye a María por Courtney Love y a Jesús por el mártir del grunge, Kurt Cobain.
De esta última pieza también se proyectará un video que documenta su realización, así como también del making of de otra pieza, Deluge, una imagen de gran formato, a la manera de los frescos renacentistas en los que se inspira, tanto en la iconografía (aunque resignificada) como en el abordaje de la figura humana.
La curaduría de las imágenes ha corrido a cargo de César Vázquez, curador de planta del MUSA, y de Fred Torres, curador asignado por la productora 212, intermediaria, a través de la cual se gestionó no sólo esta exhibición, sino también la presentación de las mismas piezas, en abril, en el antiguo Colegio de San Ildefonso, de la Ciudad de México, cuyo éxito fue tan contundente que se extendió el periodo de permanencia un mes más, hasta el 20 de junio.

El chico de Warhol
David LaChapelle nació en 1963. Esto significa que ahora tiene 46 años y que en 1987, cuando Warhol murió, tenía 24. Para entonces ya habían pasado un par de años desde que David entrara a trabajar en la revista Interview, bajo recomendación del padre del pop-art, y un par de décadas desde que su madre, Helga LaChapelle, posara para Andy.
Desde entonces no ha dejado de colaborar con otras revistas (Playboy, Vogue, Rolling Stone…), publicidad (Jean Paul Gautier, Got Milk?, Skyy, Siemens, Motorola, XX Lager…), comerciales de televisión (Burger King, H&M, Desperate Housewives, Lost…) y videos musicales (No doubt, Moby, Elton John, Jennifer López, Blink 182, Cristina Aguilera…).
En una entrevista para americansuburbx.com, David ha explicado esa época: “Tenía la idea de que las revistas eran como una galería, y si alguien arrancaba una página de la revista y la pegaba en su refigerador, entonces eso era un museo privado. Empecé a trabajar en todo lo que pudiera y tomaba tantas fotos como podía, trabajando sin parar. Estaba trabajando con un estilo muy pomposo. En realidad no sabía nada sobre estilo. No pensaba en eso: hacía lo que me interesaba, lo que me atraía, para lo que estoy hecho”.

Un mundo kitsch
El chico de Warhol está en total desacuerdo con el viejo dicho que reza: “la foto no miente”. Para LaChapelle, todo el encanto está en mentir, crear su propio mundo de colores estridentes, poses y modelos artificiales que ya ha mostrado sus paisajes imaginarios en dos de sus cuatro publicaciones, que en los mismos títulos apelan a esa geografía personal y fantástica: LaChapelle Land (1996) y LaChapelle Hotel (1999).
Una mezquita de caramelo, Pamela Anderson y su épico busto en una ducha de bronceado líquido, soldados norteamericanos en una trágica escena de su guerra santa, esculturas griegas con marcas de una inundación evaporada hasta las rodillas, su fiel musa y acompañante transexual —Amanda Lepore—, retratada al modo de la Marilyn de Warhol: todas son imágenes que estremecen la pupila por su abierta falsedad, sus escenas grandilocuentes y sus colores chillones.
Ese mundo suyo, además de rentable, ha resultado sumamente tentador y codiciado para una horda de celebridades que se han puesto bajo su lente sin temor alguno por el resultado.

Cambio de ruta
Sin embargo, en una entrevista para el sitio web gakcity.com, en 2007, LaChapelle ha dicho que no quiere seguir por el mismo camino y retratar a cada nueva estrella pop que aparezca. “Quiero volver a mis raíces: el trabajo para galerías de arte.
“Una vez que te haces de la idea de simplemente hacerlo por el dinero o por estar cómodo, te atoras, te encierras, te vuelves prisionero de tu propio quehacer, de tu propia creación. Y como artista puedes crear el cielo o el infierno. Es por eso que así se llama el libro”. Heaven to hell, su último trabajo que ya hemos mencionado antes, y que significó un cambio de dirección respecto a su antología, Artists and prostitutes (2005): “Necesito un cambio ahora, un cambio en mi trabajo. Porque estoy avanzando en la edad, pienso diferente y no soy la misma persona que hace 10 o 20 años, cuando tomaba esas fotos. Y tengo esperanza en que los artistas crecen, y si eres honesto contigo mismo, puedes tener otras cosas qué decir”.
Aunque han pasado ya dos años desde esas declaraciones, Delirios de la razón todavía pertenece a un momento de transición, cuyos resultados posteriores todavía no llegan a las galerías mexicanas.
Sobre el proceso del cambio, LaChapelle dice en la misma entrevista que “al trabajar para una galería o un museo es de esperar que tu trabajo tenga contexto y subtexto. He tratado de poner ese contenido en mis fotografías”. Un ejemplo de ese contenido es su tratamiento de la belleza que, según explica, también tiene un lado oscuro: “La piel como un artículo de prestigio o un producto de lujo”.
Ese contenido le estaba vedado en el mundo de la fotografía de moda y publicidad: “No se supone que cuentes historias, que des un significado. Pero siempre lo forcé, tentando el borde, metiéndome en problemas”.
Ha dejado atrás el trabajo contra reloj, las fechas límites y el año de 1984, en que trataba de vender sus fotografías a 400 dólares, sin éxito. Ahora puede darse el lujo de tomarse ocho semanas para hacer una toma, pasear por alfombras rojas en cada inauguración de sus exposiciones, poner una manta con los logotipos de sus patrocinadores a su espalda y en suma, ser uno de los fotógrafos más codiciados de nuestro tiempo.

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