El amor verdadero de González Gortázar

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“Va a ser la primera exposición que haga en mi tierra, en mi ciudad”, dice Fernando González Gortázar al otro lado del teléfono, con una voz pausada, y que a cada tanto suspende su relato con un silencio en el que se cuelga la atención, la tensión por escuchar más. Esto a propósito de la retrospectiva Resumen del fuego, con la que se reinaugurará el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara (MUSA) el próximo 21 de noviembre. Un día en que también se le entregará el título de Doctor Honoris Causa por parte de la propia UdeG. El significado de ello para el arquitecto, escultor, escritor y paisajista es mayúsculo, debido a que “ambos actos se complementan, porque en Guadalajara realmente mi obra es desconocida”. Si no fueran juntos, “la gente se quedaría preguntándose cuáles son mis posibles merecimientos”.

Lo dice quien el año pasado ganó el Premio Nacional de Ciencias y Artes (al que fue inscrito por insistencia del anterior rector de la UdeG), además de otros tantos a lo largo de su carrera en México y el extranjero. Por eso, este compendio de su trabajo se vuelve necesario para quien “siempre ha sido doloroso estar tan al margen de la vida tapatía, cuando por décadas me partí el alma por Guadalajara. Cuando aparece mi nombre en los periódicos generalmente va rodeado de insultos y descalificaciones. Así ha sido en los últimos cuarenta años, y los amores mal correspondidos son siempre dolorosos”. Por lo que para González Gortázar, que nació en la Ciudad de México pero creció y estudió en Guadalajara, “estar mostrando lo que he podido hacer, por primera vez, en la ciudad que considero mía, cumple para mí un propósito afectivo”.

A la pregunta sobre qué ha ocasionado ese amor malagradecido, González Gortázar rebusca calladamente en su pensamiento y responde que “hay tantas cosas que yo no termino de explicarme, que ya dejé de intentarlo”. Pero aún así hace el recuento: “En 1970, hace 43 años, hice la Fuente de la Hermana Agua en la colonia Chapalita, y desde ahí empezó esta historia de injurias y agresiones interminables, que se repitieron cuando hice la Estación Juárez del Tren Ligero, la Torre de los Cubos y el edificio de la Policía Municipal”. Descalificaciones que no sólo fueron por parte de “ciertos periodistas o comentaristas”, sino que, en algunos casos, fueron objeto de “una burla generalizada”. Pero también se han dado “agresiones”: “La administración municipal anterior destruyó totalmente una obra mía y dañó otras dos en forma grave. De tal manera que ante una falta de valoración de lo que hago, ante un rechazo de ese tipo, lo único que puedo hacer es encomendar a todos los dioses mi trabajo, a ver si algo se salva”.

Las obras que menciona González Gortázar son la Plazuela José Clemente Orozco, que “fue destruida a cambio de nada, para hacer una calle que nadie utiliza y que no tiene ninguna función”; y las agredidas son la Fuente del Federalismo y la de la Hermana Agua. La última, restaurada el año pasado, “aunque sigue sin funcionar como se debe”, y la primera “está en un estado de abandono que no me insulta a mí, sino a la ciudad en la que está, y a los ciudadanos, que son los dueños de las obras de arte urbano”.

Una ciudad en el corazón
No en pocas ocasiones las posturas de González Gortázar frente a lo que es la vida política y cultural en México han incomodado a más de alguno, así que me aventuro a cuestionar si ello ha causado el rechazo y olvido de su obra en la ciudad y en otras partes del país. La respuesta lo confirma: “Es evidente que cuando se tiene una actitud crítica ante el poder público, molesta a los clientes potenciales, dicho de la forma más vulgar posible. En mi caso, en que el trabajo se dirige directamente a la ciudad en su conjunto y pretende trabajar para la comunidad entera, el único cliente potencial es el gobierno en todos sus niveles”.

Así, el arquitecto dice no tener duda de que “el hecho de que por décadas haya escrito regularmente en órganos de prensa lejana al poder, fue un factor de mi falta de trabajo”. Y recuerda que “cuando Francisco Medina Ascencio era gobernador de Jalisco, estaba a punto de iniciarse una obra mía en la salida a los Altos del estado, que se llamaba Puerta Oriente de Guadalajara. Pero después de un texto que escribí en “Diorama de la Cultura” del periódico Excélsior, y que tuvo respuestas ahí mismo por parte de Carlos Monsiváis, Emmanuel Carballo y Miguel Capistrán, acto seguido me retiraron el contrato. Me dijeron textualmente que alguien que era enemigo de Guadalajara no podía crearle una puerta de entrada. Así lo ven, así lo veían y así lo seguirán viendo. Recordemos que así como el rey Sol dijo, ‘el Estado soy yo’, el ejercicio patrimonialista del poder en este país ha hecho que los funcionarios se crean los dueños de su parcela política, y no los administradores de un bien que nos pertenece a todos”.

Estas reacciones oficiales ante la obra y personalidad de González Gortázar no son privativas de Guadalajara, pero sí parecen más palpables aquí, porque “es la ciudad que tengo en el corazón, en la que viví prácticamente mi vida entera y, por lo tanto, la que más me hiere y de la que más me entero”, aunque ya hayan pasado veinticinco años de que no haya hecho trabajo alguno para el municipio. Y en cuanto a la percepción que el común de la gente tiene de su obra, dice que le ha sucedido como “regla y proceso rutinario” en otras partes del país y del mundo, que “inicialmente rechazan las obras, les parecen incomprensibles”, o argumentan que son un gasto inútil que se podría emplear de mejor manera. Pero “conforme va pasando el tiempo el rechazo se convierte en un sentimiento de posesión, de que las obras son parte de su ciudad, y ésta parte de su corazón, y lo que era agresión se convierte en defensa apasionada”. Aquí recuerda el momento en que la gente se “organizó y protestó” para que se revirtiera el daño que se le había hecho a la Torre de los Cubos.

Este fenómeno González Gortázar lo atribuye a que él cree en el arte y la cultura “cuando cuestionan la rutina para algo mejor, y proponen caminos nuevos”. Pero esto “perturba mucho la inercia mental y tarda tiempo en modificarse”. Y añade que, al final, no sólo hay de por medio un fin estético, sino también “moral, ético y afectivo”, ya que se deben “crear señales en el paisaje urbano, darle estructura simbólica a la ciudad”, y hacer “obras que pertenezcan a todos”, enfocados a satisfacer necesidades profundas, y así “postular la existencia de valores trascendentes y superiores a los que pregona la sociedad de consumo”.

Cree que la urbanidad se puede respetar y cumplir en Guadalajara y en otras ciudades el día en que se considere que es “un artículo de belleza de primera necesidad” para sus habitantes, y que pueden gozar en beneficio de ser una mejor sociedad. Y sobre los artistas que han contribuido a ello, piensa que “no hemos terminado de ver cuánto debemos al heroico muralismo mexicano, al de los años ‘30 y hasta el ‘50, antes de que ese movimiento admirable cayera en manos de mamarrachos que sólo vivían del presupuesto. Aquéllos son los que nos enseñaron a ver el gran arte como un bien público, y que no debe estar en las mansiones, ni en los palacios o museos, sino en sitios en los que cualquiera tenga acceso, para que se convierta realmente en un factor de justicia cultural, y llevar el arte al único lugar que nos pertenece a todos, que es la calle”.

Resumen del sueño

Respecto a su exposición en el MUSA, titulada Resumen del fuego y que consta de 361 piezas, en la que se hizo una “rigurosa selección de lo más representativo” de su labor, González Gortázar advierte que en casi 50 años de trayectoria es “enorme la cantidad de trabajo acumulado”, pero a la vez se sabe “un arquitecto con muy poca obra realizada, pero con una enormidad proyectada. El noventa por ciento de mi trabajo se ha quedado en el papel y en la maqueta. Pero esto, que es triste y frustrante, me ha hecho valorar más lo creativo que hay detrás de los proyectos no consumados. Aunque, viendo los libros que se han publicado sobre mi obra, la inmensa mayoría es cosa que sólo existió en el sueño”. Pero también está seguro de que aún cuando algunos de estos sueños podrían ser rescatados, por estar hechos en otro contexto temporal y personal, es preferible tener otros nuevos que los mejoren.

El trabajo de González Gortázar ha sido generado por múltiples motivaciones vivenciales y artísticas, pero si hay una que reconoce como primigenia y constante es la “naturaleza” en todas sus manifestaciones, y es “evidente que si he tenido las mayores satisfacciones extasiado ante ella, cómo puede no estar en mí y por lo tanto en lo que yo hago”. Tal vez por eso, a pesar de que dice que no es a él a quien corresponde hablar de su obra, sino al “usuario” de la arquitectura o escultura, cree que si lo que se hace propicia la felicidad en el otro, sólo entonces es “moralmente válido”.

Al final, al preguntarle si esta exposición y este doctorado permiten una reconciliación con la ciudad, me responde que no es necesaria porque “para que haya un pleito se necesitan por lo menos dos, y yo jamás he estado peleado con Guadalajara. Por ella lo que tengo es amor, el sentimiento de que es mi tierra, y mi deuda hacia ella es inmensa e impagable. Pero también una visión crítica que es parte de cualquier amor verdadero, porque no creo en las incondicionalidades de ningún tipo”.

TEXTO: ROBERTO ESTRADA

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