El acuario ardiente

La renovación de los estilos poéticos, incluso la ruptura que unos representan en función de otros, no puede comprenderse al margen de la transmisión de técnicas y contenidos, de forma tal que los cambios parecen explicarse por la permanencia y ésta, en sentido inverso, por el cambio

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Estoy leyendo un libro de poemas. Cuando digo que lo leo no necesariamente me refiero a leerlo de corrido, como si fuera una novela o una nota en el periódico. Leerlo significa hojearlo, abrirlo al azar en una página cualquiera, recorrer en reversa el orden de las páginas, poner atención sólo en algunos versos o en algunas estrofas y releer de tanto en tanto alguno de los poemas. Leer un libro de poemas no significa empezar en las primeras páginas y proseguir hasta las últimas.

Estoy leyendo un poema. Se titula “Buzo”. La estrofa inicial me hace pensar en la típica fantasía del retorno al útero: el agua, la sombra, la desnudez, la memoria en estado de tabula rasa. En la primera lectura trato de asirme al significado general de las frases y prácticamente no me detengo en la vibración particular de las palabras: “El agua de la sombra nos desnuda / de todos los recuerdos / en esta brusca / inmersión que anticipa, en los oídos, / la sordera metálica del sueño”.

Tres estrofas más adelante se repite la palabra sueño. En realidad es el sueño, pero también es el insomnio. Es un sueño que tiene lugar en el insomnio, y es lento y rápido al mismo tiempo. En el poema se habla de un acuario, como si el sueño fuera un microcosmos acuático susceptible de ser observado desde fuera, desde la vigilia, de la misma forma que un observador se detiene a mirar un pequeño universo de peces y corales: “Lento / y con ruedas de espuma en el insomnio, / giró el acuario rápido del sueño”.

En este punto, además de representarme con bastante claridad la metáfora del sueño y la pecera, escucho una palabra con atención: acuario. Recuerdo, vagamente primero y más nítidamente después, una frase maravillosa y enigmática de Rimbaud: “Tout se fit ombre et aquarium ardent”. Observo, entonces, un hecho curioso: en el poema que leo, en el poema que me detuve a leer, en el poema que sigo leyendo, escrito por Jaime Torres Bodet y publicado en su libro Destierro (1930), figura no sólo ese sustantivo, acuario, sino también la palabra todos y la palabra sombra. Rimbaud dice: “Todo se volvió sombra y acuario ardiente”.

Apenas reparo en lo anterior cuando me interno en la estrofa siguiente. Y encuentro ahí, como sonriéndome, la palabra que faltaba: “Mas ya el silencio abre / un pozo ardiente en la memoria fría…”

Sombra, todos, acuario, ardiente… Todo se volvió sombra y acuario ardiente. ¿Se trata nada más de una coincidencia? ¿Estoy ante una recreación del verso de Rimbaud? Si, pasado el entusiasmo, sostengo con atrevimiento que se trata de una recreación, ¿puedo realmente demostrarlo? Pero, aun suponiendo que logre demostrarlo, ¿puedo atribuirle ―no a una u otra palabra, no a una u otra frase, sino al hecho de que ciertas palabras figuren ahí como un eco de otras palabras― algún significado?

Parece una simpleza, pero nunca valoraremos en toda su amplitud un fenómeno como la transmisión generacional (acaso, de todas las dinámicas de comunicación humana, la única que puede calificarse de omnipresente). En el caso de la poesía, siglos de preceptiva y artesanía expresiva nos han legado tantos conocimientos como dudas a propósito de los tópicos y de las figuras retóricas, tanto por lo que son como por lo que han dejado de ser.

Ni siquiera es fácil determinar si el ritmo, las figuras y el vocabulario de la expresión literaria cambian por tratar de ajustarse a las necesidades de cada época o si, por el contrario, son dichas necesidades las que se ajustan a los accidentes de una tradición en conflicto consigo misma. En todo caso, la renovación de los estilos poéticos, incluso la ruptura que unos representan en función de otros, no puede comprenderse al margen de la transmisión de técnicas y contenidos, de forma tal que los cambios parecen explicarse por la permanencia y ésta, en sentido inverso, por el cambio.

Para volver al ejemplo inicial, ¿existe una relación verdadera entre Rimbaud y Torres Bodet? Sí, existe, pero sólo a condición de cobrar una forma concreta: la de un verso, una frase o tal vez una pequeña configuración temática, un caso específico de imaginación poética, cuya transmisión y reelaboración pueda ser descrita. Rimbaud está en ese todo (¿el mundo, la realidad, la vida?) que de golpe se vuelve sombra y acuario ardiente. Torres Bodet está en esa sombra (¿la noche, la somnolencia, la fatiga?) que, al abrirnos en la memoria un hueco ardiente, nos despoja de todos los recuerdos y acaba por sumergirnos en el acuario del sueño.

De poco sirve describir la tradición valiéndose de jerarquías verticales en las que un poeta sea mejor o históricamente más importante que otro. Para un lector de poemas lo que importa, en el fondo, es un acento, una frase, la tensión entre unas cuantas palabras, la sugerencia de una idea, la cercanía indemostrable de una emoción y, en esa cercanía, la concordancia pasajera entre dos experiencias, dos imaginaciones, dos respiraciones.

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