Crimen & creatividad

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Leemos que la mujer tomó el tren de las siete y que en la siguiente estación subirían dos hombres y se sentarían en el asiento que estaba frente a ella. Y que ella, además de ser una joven profesora de inglés, era virgen.

Luego de describir a ambos hombres en su complexión física, la narración nos permite escuchar la jerigonza en que comenzarían a comunicarse uno con el otro. Ambos supusieron que la mujer no iba a entender nada, porque estaban utilizando un lenguaje fuera de lo común. ¿De qué hablaban estos hombres? De que cuando el tren entrara en el túnel la agarrarían. O sea, el plan era violarla, robarla y, en caso de ser necesario, asesinarla. Pero lo dijeron mediante el siguiente código:

—Sipi sepe repesispistepe, popodepemospos mapatarparlapa.

Al darse cuenta la mujer de cuales eran las intenciones de los hombres, se puso a idear el modo con que frustraría ese plan aterrador. No expondré la creatividad con que ella evitó ser la víctima. El cuento es de Clarice Lispector;  se llama “La jerigonza”, del libro El viacrucis del cuerpo.

En la novela de J. G. Ballard, Cocaine Nights, se ofrece con múltiples variantes la siguiente tesis: “Crime and creativity go together, and always have done”. En “La jerigonza” resulta evidente esta tesis de Ballard. Es así que, además de la creatividad que la joven mujer tuvo que emplear para escapar de la violencia programada en la mente de los hombres (sus potenciales atacantes), el cuento acaba colocando en uno de los párrafos finales el atroz crimen que dichos personajes perpetraron en otra joven pasajera. Al saber de este hecho criminal, habiéndolo leído en el periódico O Dia, la profesora de inglés “Tembló toda […] Se puso a llorar en la calle. Arrojó el maldito diario. No quería saber los detalles.”

Efectivamente, en los detalles radican las diferencias entre discursos literarios y discursos periodísticos. Es en los detalles que podemos localizar y ponderar las expresiones de unos y otros. En el cuento de Linspector, el discurso de los potenciales atacantes aparece codificado por la jerigonza. Es así que el registro, cuando ya había sido consumado el hecho criminal, aparece en las páginas del diario brasileño, y se infiere —por lo que dice la voz narrativa— que ha sido expuesto desde un punto de vista morboso, en absoluto con sentido estético, y, ni mucho menos, configurando las sutiles conexiones que pueden observarse entre ética y estética —que suelen existir en textos literarios.

Siguiendo con la tesis de Ballard, significa entonces que el arte en general, y la literatura en particular, han sido lenguajes por los que el mal y el crimen han sido codificados en sus múltiples y complejas variantes. De manera indirecta, las obras artísticas nos interpelan para que tomemos posición respecto de los profundos problemas sociales que son expuestos y tratados en ellas con un estilo singular e intransferible.

Releyendo en días pasados a Juan Rulfo pude recuperar hechos narrativos que había ya olvidado. Como aquel momento en que Pedro Páramo se arrodilla ante el padre Rentería, para pedir el perdón de Miguel Páramo, su hijo, en el que dice: “El asesinato de su hermano, que según rumores fue cometido por mi hijo; el caso de su sobrina Ana, violada por él según el juicio de usted […] Pero olvídese ahora, padre. Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado”. Después de decir estas palabras, Pedro Páramo “Puso sobre el reclinatorio un puño de monedas de oro y se levantó”.

Con tal relectura, puedo decir que los libros de Rulfo me hicieron pensar en lo poco que hemos evolucionado como sociedad. Seguimos atrapados en la barbarie. No obstante que vivimos en una urbe donde podríamos creer que existe un orden social asegurada por instituciones de Estado, lo cierto es que no. Es la ley del más cabrón la que sigue imperando entre nosotros.

Si en El llano en llamas podemos observar —entre algunas calamidades— un repertorio de crímenes contenido en un espacio rural, lo cierto es que tal repertorio ha venido colmando de violencia el espacio urbano que habitamos. Casi veinte años después de haber iniciado el siglo XXI, entre nosotros, las formas de la civilización no parece que estén en la base de nuestras interacciones sociales y cotidianas.

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