Boris Vian, dos ciudades y el jazz

Este año se cumple el centenario de uno de los autores más multifacéticos e irreverentes del siglo pasado. Después de una vida breve e intensa, y dedicada a todo tipo de creación, siempre muy a su modo, dejó este mundo de la misma manera en que había vivido: con una broma suprema

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Mucho se ha dicho acerca de que Fernando Pessoa —en toda su obra—, empleó una infinidad de heterónimos, de los cuales predominan tres. Sin embargo, otro caso notable es el de Boris Vian, quien en su corta vida y numerosa producción firmó con treinta y siete nombres distintos.

Igual y distinto, Vian lo mismo escribió novelas, dramas, poesía que piezas de jazz; además fue ingeniero, periodista y traductor, y dejó una extensa obra muy significativa y de enorme vivacidad.

Boris Vian nació en Ville-d’Avray, en marzo de mil novecientos veinte y murió en la ciudad de París en junio del año mil novecientos cincuenta y nueve, y de algún modo es un personaje que recuerda a Julio Cortázar por su relción al ritmo del jazz. Cortázar tenía una enciclopédica cultura sobre la historia del género y alguna vez intentó, sin muchos avances, aprender a tocar la trompeta; Vian en cambio fue una figura entera de este ritmo como ejecutor y compositor. Fue —en una palabra— un creador cuyo ritmo jazzístico permeó en toda su obra y en todo el orbe durante el siglo pasado.

Las ciudades, la imaginación y los otros

Vian escribió diez extraordinarias novelas (La espuma de los días, por las fechas que están citadas al final, la escribió en cuarenta y ocho horas, de acuerdo con la leyenda, encerrado en un cuarto de hotel) y muchos cuentos.

Los escenarios de sus obras narrativas pasan de París a algunas ciudades de los Estados Unidos, que nunca conoció: Los Ángeles, Nueva Orleans y Nueva York, y entre sus cuentos destacaría dos: “El amor es ciego”  y “Los perros, el deseo y la muerte” (que tienen como escenario a París y Nueva York, respectivamente).

El primero recuerda un acontecimiento real relatado en una crónica de César Vallejo (“La fiesta de las novias de París”, escrita en mil novecientos veintiséis), y que tal vez era un suceso repetido en esa ciudad ya que Vian describió algo parecido seis años antes que Vallejo.

Con frecuencia ocurre que en la Ciudad Luz la niebla cubra todo, y el día se convierta en noche y en realidad nunca amanece. Vallejo se encarga de narrar el Día de Santa Catalina, que es el veinticinco de noviembre, y Vian un cinco de agosto; uno aprovecha para reflexionar en torno a el clima parisino y el Día de las novias, el otro hace que suceda un hecho hilarante.

En todo caso “El amor es ciego” es un cuento extraordinario, que responde a la pregunta “¿qué pasaría si realmente no viéramos lo que hacemos?” y despliega una historia muy divertida, calentona e irreverente en el que el escritor muestra sus enormes capacidades de registros narrativos, que se amplían sin duda en el otro cuento, “Los perros, el deseo y la muerte”.

Por cierto este cuento recuerda en mucho a “Paseo nocturno” de Rubem Fonseca (y que está en el libro Feliz Año Nuevo). Siempre he creído que Fonseca viene mucho de la influencia de Vian. Pero específicamente entre “Paseo nocturno” y “Los perros, el deseo y la muerte” hay una gran conexión, a ambos narradores los describe a la perfección: están sus obsesiones, su visión del mundo y sus ambiciones literarias y artísticas.

El cuento de Vian ocurre en las calles de Nueva York, y sus personajes son un taxista y una prostituta que una noche deciden divertirse matando a perros y personas; en el de Fonseca los personajes son un burócrata y su mujer. En ambas historias sus protagonistas estás fastidiados de la cotidianidad y deciden divertirse asesinando.

Hay, pues, en ambos narradores temas comunes: la música y el amor, la violencia y el humor, los mundos paralelos, el enmascaramiento múltiple, y la carcajada patafísica (que viene del movimiento cultural francés de la segunda mitad del siglo XX y que está vinculado al surrealismo).

Boris Vian, su tiempo y su última broma

A Vian y a Fonseca los conocí en la misma época, el mismo tiempo y sus obras las encontré en la misma Librería Casarrubias de Guadalajara, hace más de treinta años. Desde el inicio me deslumbraron. Y al cabo del tiempo me hice de todas su obras.

Boris Vian fue un loco, un guasón y un sujeto intenso que vivió una vida breve muy productiva. Incursionó en casi todo tipo de conocimientos de su época, pero muy a su modo. Creo que se divirtió como un enano y que su vida y obra son extraordinarias y un ejemplo muy claro de disciplina y obsesión por querer comerse la miel a puños. Destacó en todo lo que hizo y lo mismo su vida, como ocurre con los verdaderos grandes, fue un fracaso, lo que al parecer le divirtió enormemente: fue un ser libertario en toda la extensión del término.

Se nutrió de todo y fue protagonista de su tiempo y obra. Creció en la orfandad, de niño perdió a su padre, quien fue asesinado y sobrevivió a la pobreza con ingenio y chispa. Murió joven, a los treinta y nueve años, cuando ya era un reconocido artista quien dominó casi todas las artes, hasta la de actor.

Fue un virtuoso y un gozoso bromista: su última broma la jugó en una sala de cine. Vendió, cuentan sus biógrafos, los derechos de su novela Escupiré sobre sus tumbas para que se hiciera película. Le encargaron el guión pero al tener severas pugnas con los productores quedó fuera del proyecto.

El veintitrés de junio de mil novecientos cincuenta y nueve asistió a la presentación del filme, en la sala Le Petit Marbeuf, cerca de los Campos Elíseos: al final, y al encenderse las luces, lo encontraron muerto en su butaca. Ataque al corazón.

 

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