Barbie la otra “revolución”

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El mundo es contradictorio, paradójico y fascinante.
El año de 1959, nos trajo dos hechos históricos que resultan interesantes de analizar. Tienen que ver con nuestra vida actual, y ofrecen la fortuna de mirarnos y saber que hemos cambiado, y modificado nuestras perspectivas e intereses, en varios sentidos.
El primero de enero de ese año, en la isla de Cuba, la entrada del grupo insurgente comandado por Fidel Castro (los barbudos) logra la huida del dictador Fulgencio Batista, quien vuela presuroso rumbo a Santo Domingo, después de haber aplicado largos años de hostigamiento al pueblo; en Santiago, Castro proclama el triunfo de la Revolución con un discurso ofrecido desde el balcón del ayuntamiento: “Esta vez, por fortuna para Cuba —dijo—, la Revolución llegará de verdad al poder…”. Una semana más tarde (el 8 de febrero), en La Habana, prosiguió: “La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil. Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo.”
En tanto Castro expresaba sus ideales a los cubanos, y ofrecía el discurso que hacía oficial el triunfo de la Revolución, en los Estados Unidos se cumplía un capricho, que a la larga —después de 50 años—, tendrían ambos eventos una conmemoración y, a la vez, una larga historia de modificaciones en las sociedades actuales. Pues sólo un mes más tarde (el 9 de marzo), en la ciudad de Nueva York, en la American International Toy Fair, se daba a conocer el primer modelo de la muñeca Barbie.
El artefacto, que simbolizaría (y luego encarnaría) ideales opuestos de belleza muy distintos a los establecidos en la época, fue creado por la esposa del cofundador de la empresa Matell, Ruth Handler, “en honor de su hija Ruth”, y a pesar de que universalmente se le conoce como Barbie, el nombre completo del juguete para niñas es Barbara Millicent Roberts, y ofreció —y lo sigue ofreciendo— el punto inicial para que las fantasías de muchas niñas (y hoy hasta de niños y adultos), sea una extraña y, por tanto, extraordinaria forma de evasión de la realidad, pero también la posibilidad de una realidad alterna, que muchas veces es la neta para una enorme multitud. Distantes en formas e ideales, los dos “seres” ya están en nuestras mentes y en nuestras vidas, y conforman la iconografía de nuestro tiempo.
Tanto la figura de Fidel Castro como la Barbie se han venido proponiendo como caminos de ideales, de ideologías y de formas de vida, que hoy son aceptados como verdaderos. Representan, en todo caso, dos maneras de llevar a cabo una “revolución”, muy distintas, es cierto, y con diferentes enfoques, sin embargo, nos permiten hoy concebir nuestras existencias de muy otra forma. Sin éstas, la historia actual sería incompleta —o de otra manera.
A lo largo de cinco décadas nuestra visión de la vida, nuestras maneras de consumir, de asumir los hechos de la propia historia, han tenido que ver con la Barbie y Castro, quizá no en todo el mundo, pero sí en Latinoamérica, y de ellos se han derivado una enormidad de hechos que marcan nuestro devenir humano. Tal vez sin que nos hayamos dado cuenta, nos han significado y logran un punto donde se unen.
Sueños, libros, utopías, psicologías, moda en el vestir, de alimentarnos, de disfrutar los más insignificantes momentos de la vida, de hacer el amor, de tratar a los otros y a nosotros mismos, podrían desprenderse de estas dos figuras. El ser de carne y hueso que ya cumple 80 años y que vive enfermo en la isla de Cuba, y la muñeca que ha cumplido apenas 50 años de existencia, en los brazos y en el arrullo de muchas niñas.
Hay, por ejemplo, todo un ejército de coleccionistas de las viejas y modernas Barbies, como también hay quien todavía hoy colecciona afiches y souvenires como talismanes, en memoria de la insurgencia de Castro y su Revolución. Podríamos decir que existe un mercado para cada uno, y también que de éstos han surgido bienes humanos pero también monstruos. Han hecho que tengamos sueños y fiestas y mañanas y tardes muy felices, pero también tenemos a Hugo Chávez en Venezuela, quien se transforma hasta convertirse en otro dictador de nuestra América Latina; hay manecillas tiernas que acarician en este momento a una muñeca (aunque sea de imitación), hay quien desea estar tan delgada como la Barbie para poder lograr ganar un concurso de belleza o un espacio en el modelaje, y quien ha muerto debido a que desea conservar la figura, y bulímicas y anoréxicas, y muchachas a quienes llamamos “Barbie” por su belleza. Hay un mercado común para ambas formas de “revolución”.
Hace muy poco estuve en la Ciudad de México y visité la casa de Elena Poniatowska, en algunos rincones había efigies del “Peje” y el Comandante Marcos, me pregunté entonces, ¿entre la figura de Marcos y Ken (el novio de Barbie), qué diferencia hay?
Los movimientos revolucionarios han tomado un sesgo muy particular, y casi todos se han vuelto comercio. Yo esperaba que el pasado primero de enero de este año hubiera grandes celebraciones por los 50 años de la Revolución cubana, pero parece que ya no es políticamente correcto hacerlo. Pero en Nueva York, y en casi todo el mundo, el aniversario de la Barbie logró grandes fiestas, parece que finalmente su “revolución” se ha perpetuado.

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