Apocalipsis en el desierto

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El mundo, tras una serie de enfrentamientos, acaba sucumbiendo; y con éste, el género humano como civilización: sólo queda, a cualquier costo, la sobrevivencia. “Los hombres se comieron a los hombres”. Esta es una de las premisas que abre la primera secuencia de Mad Max 2, el guerrero de la carretera (George Miller, 1981). La desolación se abre paso a lo largo y ancho de la tierra: un páramo que hace pensar en un despoblamiento metódico. Aquello que prefiguró el británico Thomas Hobbes en el siglo XVII de que “el hombre es el lobo del hombre” (una guerra de todos contra todos), halla aquí su apoteosis: queda una extensión de tierra, desprovista de vida, plagada de fantasmas, de esqueletos motorizados y vandálicos.
Max Rockatansky aparece entonces como el Llanero Solitario moderno que, a bordo de un viejo auto negro –un Ford XB Falcon–, acompañado de su perro (ese, el fiel amigo del hombre), como un descastado vaga y recorre el desierto, caminos y carreteras que burbujean ante el sablazo limpio, metálico del sol. Max no lucha, como lo hace el héroe común, por salvar a la amada (la perdió en la parte uno: Mad Max, salvajes de autopista –Miller, 1979–), o por alguna causa que lo haga enorgullecerse; lucha para salvarse de sí mismo primero, para sobrevivir ante los demás después, y, por último, para atravesar ese desierto inánime y alcanzar el paraíso que, según le dicen, se halla a mil kilómetros de distancia. Para ello necesita gasolina: todos la buscan y, cuando la hallan, la atesoran ante todo y contra todo. La lucha es por ese combustible negro, que brilla y atrae. La alegoría de los tiempos modernos.
La literatura y el cine se han encargado de alertarnos sobre la posible destrucción del mundo, de su desaparición no tan remota. Y para hacerlo, sobre todo este último, se ha valido de la escenificación de invasiones de seres venidos de otros planetas (La guerra de los mundos –Steven Spielberg, 2005–; Independence day –Roland Emmerich, 1996–), de destrucción por detonaciones nucleares (The book of Eli –Albert Hughes, 2010–), de la irrupción en el planeta de seres producto de mutaciones o fallidos experimentos científicos o artefactos complejos animados (la mayoría provenientes de cómics o novelas); de la multiplicación de animales que se vuelven violentos y cazadores de carne humana (cuervos, tiburones, ratones), o del regreso de los dinosaurios (Jurassic park –Steven Spielberg, 1993–). Una película que se descuelgue por esa vía catastrofista, hoy ya no sorprende. El tema es recurrente y manido; la cuestión fina es cómo abordarlo.
Mad Max, en este sentido, pone distancia de por medio con esa filmografía (les antecede y las influencia): distancia que parte de una ruptura que, sin embargo, no la hace evadirse del mundo; es decir, el escenario futurista-catastrofista que plantea no parece descabellado que llegara a presentarse: la escasez de petróleo, de gasolina. Y esta ruptura no produce terror inmediato alguno; más bien se trata de lo que podría esperarse gracias a las correspondencias entre causas y efectos, como si se aludiera a una sentencia bíblica, o a una condena inaplazable e inapelable.
Michael, en la novela del Nobel sudafricano J. M. Coetzee, Vida y obra de Michael K. (2006), ha huido al campo tras de que en la ciudad la guerra civil ha paralizado la vida. En la Ciudad del Cabo de Coetzee tiene lugar el apocalipsis que Miller traza en el desierto australiano de Max: no hay manera de restablecer la cotidianidad más parca, ni esperanza alguna de hacerlo.
La alusión futurista (mezcla de western y ciencia ficción) de Mad Max permite a la imaginación contemplar la realidad posible: esa desolación que se presentará en los días por venir. Si Max aparece como el antihéroe solitario –no cultiva vínculo alguno con el mundo– que defiende una pipa de gasolina contra la pandilla que comanda Humungus, no es porque sea un hombre poderoso o indestructible, sino, todo lo contrario, porque es un tipo sin confianza en nada, salvo sus instintos. Una paradoja que se abre y no se cierra, como las predicciones del fin del mundo en los años 1000, 2000, y ahora en 2012.

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